Las historias de tres nuevas víctimas que se suman a los  listados oficiales.
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Izquierda: Ramón Correa, militante del ERP. En el centro: el chaqueño Lucas  Lucero, miembro de Montoneros.Y a la derecha: José Carballo, también  montonero. 
A la impresionante lista oficial de ciudadanos detenidos  desaparecidos durante la última dictadura no es una nómina cerrada. Y no por  capricho sino porque la realidad indica que el daño de aquél genocidio tiene aún  consecuencias por conocer. Como la prioridad es la verdad histórica, numerosas  áreas que trabajan en esta temática siguen investigando y aportando novedades  que tienen más de treinta años de antigüedad. Un ejemplo de esto son los datos  aportados desde Florencio Varela y Avellaneda en las últimas semanas –trabajando  en enlace con la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación–, que permiten  incorporan tres nuevos detenidos desaparecidos a los listados ya dolorosos. Son  daños irreparables sobre las familias Carballo, Correa y Lucero.
Ramón Jorge  Correa, integrante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), bajó del monte  tucumano con el permiso de su jefe, el capitán Santiago, para hacerse atender en  un hospital. No pudo evitar que las fuerzas del general Antonio Bussi lo  ubicaran, lo detuvieran y lo hicieran desaparecer. Hasta hoy su nombre nunca  estuvo en la lista de ciudadanos detenidos desaparecidos.
A Correa le decían  Negrito . Era un muchacho amante de los caballos. Vivía en Florencio  Varela, pero había nacido en Misiones el 20 de diciembre de 1952. Se interesó  por la política: adhirió al PRT y desarrolló su primera militancia en Chacabuco,  su barrio. “Era un barrio emblemático porque había mucha militancia, tanto de  Montoneros como del ERP”, cuenta Guillermo Ñañez, responsable de Derechos  Humanos en Florencio Varela. “Había una empresa metalúrgica, Ferroductil, en la  que los militantes de ambos partidos compartían casi todo. Los del ERP  participaban de las navidades peronistas y los Montos les prestaban las unidades  básicas a los del ERP para sus reuniones. Así se formó Correa”.
Al parecer,  uno de los que frecuentaba su casa era Sánchez, que cayó en La Tablada, y éste  sería el que definió los inminentes pasos del joven: un día le dijo a la madre  que se iba a trabajar a Santa Fe. Es probable que le haya mentido para no  preocuparla. Su horizonte era, sin dudas, incorporarse el foco que su partido  había abierto en Tucumán, tan lleno de tradición de lucha. Hace algo menos de un  año Elvira Viera, la madre, ingresó a la oficina de Derechos Humanos de Varela  para denunciar la desaparición de su hijo treinta y cinco años atrás, porque  cayó en la primera etapa del denominado Operativo Independencia, aún bajo un  gobierno constitucional. “Tenía nueve hijos más que cuidar y dos de ellos en el  servicio militar. Estaba segura que si los denunciaba, iban a tomar represalias  con mis otros hijos”, argumentó. Luego, ya con gobiernos constitucionales,  aparecieron leyes que le destrozaron la confianza que deseaba tener. Por ello  espero hasta que ahora volvió a confiar. Elvira ahora está mucho mejor.
José  Carballo se sumó a la Juventud Peronista de pibe y luego se incorporó a  Montoneros. Nacido el 23 de septiembre de 1956, hizo la escuela secundaria en un  privado, el colegio Manuel Belgrano, de Berazategui, y ahí se sumó a la Unión de  Estudiantes Secundarios. Poco después, en 1975, fue obrero de la Cervecería  Quilmes y participó de las agrupaciones y de las peleas. La caída de algunos  compañeros muy cercanos lo hicieron mudarse de zona de militancia. “Ahí dejó su  apodo de Aníbal –relata Ñañez– y adopta el de Negro Antonio y toma  en la zona norte del Gran Buenos Aires, la responsabilidad de dirigir a la UES  de esa regional. El 3 de junio cayó con otros, en una cita envenenada en la  Rotonda de Acasusso. Se lo tragó la tierra. “Supimos, investigando, que lo  llevaron secuestrado a la Esma y que allí lo torturaron. Le preguntaban  puntualmente si tenía datos del cura Jorge Adur y de un grupo de religiosos, y  nos han contado que, al parecer, lo mataron de un balazo ahí mismo en la sala de  torturas del sótano. Nunca había escuchado un caso así”, precisa Ñañez. Sus  viejos compañeros de militancia dicen que era algo así como un sacerdote laico.  Tocaba muy bien la guitarra, era muy buen lector y le gustaba mucho jugar al  ajedrez. Dicen que tenía información secreta de su fuerza política y valoran que  no cantó en la tortura. Muchos otros hubieran caído.
 Una mochila de incertidumbre. El caso del chaqueño Lucas  Lucero tiene un costado muy incómodo: Mirta, su única hija –que quedó sin padre  desde bebé– creyó que su papá la había abandonado, que no la quiso y que nunca  se interesó por ella. Así vivió treinta años, con esa carga dolorosa y falsa.  Creció con esa mochila, se casó, tiene tres nenas y desde hace pocos años es  mucama en el Hospital de San Miguel. Hace algunas semanas recibió un llamado del  área de Derechos Humanos de Avellaneda y fue invitada a esa oficina y ahí le  dijeron la verdad: “Le contamos que el papá, de muchacho, había adherido a la JP  de Wilde y que junto al Negro Benito , a Leonarda, al NegroIgnacio  , a Negro Orellano y a otros, militó por el regreso de Perón primero y a  favor de Montoneros prontamente”, cuentan Rubén Coronel y Bruno Morrudo,  integrante de ese equipo de investigación. “Supo que era obrero, que con  esfuerzo se había comprado una moto y que cuando le decíamos que había que ir a  pintar o a volantear, siempre estaba”, define Leonarda, de 86 años. A Lucas lo  secuestraron a fines de julio del ’76 de su casita en la villa El Porvenir.  Tenía una familia grande, con ocho hermanos, pero fue su mamá la que hizo el  esfuerzo más intenso para encontrarlo. En ese camino tuvo que soportar la burla  de la policía y también de los abogados en los que confió, pagó y jamás le  dieron información útil. Sonia y María del Carmen Lucero, sobrinas de Lucas,  fueron claves en la investigación que llevó varios meses, ya que encontraron  algunos pocos papeles, pero muy valiosos: tres fotos de época y varios recuerdos  que se transformaron en las primeras informaciones sólidas sobre el caso.
En  un país en el que recien 50 años después se comenzaron a develar algunos  detalles de lo que fue el bombardeo sobre la Plaza de Mayo, no es extraño que  sigan sacándose a la luz, casos de ciudadanos secuestrados, desaparecidos y  asesinados hace tres décadas.
 Fuente: Miradas al Sur

 
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