El médico Héctor Orlando Grillo, ex médico de sanidad policial denunciado por su participación en torturas a presos políticos, ingresó a la sala rengueando. Se lo vio bastante demacrado, pero en ningún momento demostró nerviosismo; como era de esperarse, durante toda su declaración se ciñó a la historia oficial.
“Fui convocado para certificar el deceso de unos fallecidos que estaban en el Regimiento un lunes a última hora de mi guardia (a las 13 ó 14, aproximadamente)”. Llegó en un patrullero, no recuerda si acompañado o sólo, tampoco la autoridad que lo convocó.
Contó que vio 6 ó 7 cuerpos en el suelo, estaban vestidos, medianamente limpios, no tenían lesiones pero sí múltiples heridas de bala en abdomen y tórax. Todos eran NN. Había una mujer. No había cadáveres con balazos en la cabeza. Después de constatar todo esto, en Sanidad hizo los certificados de defunción. Como la causa de muerte “era evidente” no hizo autopsia.
Cuando se le preguntó por la posibilidad de notar un fémur quebrado sin autopsia, Grillo respondió que en caso de producirse un desvío la fractura es evidente, pero que también puede pasar desaperciba. La pregunta hacía referencia a Carlos Zamudio, asesinado en la Masacre. Zamudio tenía una fractura perimortem en el fémur izquierdo.
Este tipo de lesiones se producen en el momento circundante a la muerte, antes, o muy poco después. El golpe tiene que haber venido desde adelante, se descarta que haya sido originada por un proyectil, y revela que habría sido producida por golpe fortísimo, según las pericias realizadas por el Equipo Argentino de Antropología Forense.
-¿Usted sabía que es obligatorio hacer autopsias en caso de muerte violenta?, preguntó el abogado querellante Mario Bosch.
-No, respondió Grillo, autor de un libro sobre medicina legal, y con una dilatada trayectoria como perito.
Al borde del falso testimonio.
En 1976, Alfredo Pegoraro era un soldado raso en el Regimiento de la Liguria que se desempeñaba como chofer de la batería B del Grupo de Artillería 7.El relato de lo que pudo ver y oír la mañana del 13 de diciembre de 1976 en el Regimiento se desarrolló con avances y retrocesos, siempre al filo del artículo 275 (falso testimonio).
Lo que sucedió es que el relato de Pegoraro no coincidía con su testimonio de octubre de 2006 ante el juez de instrucción: “Cuando estuve haciendo el servicio militar en una oportunidad vi un Peugeot 404 con sangre y unos balazos de FAL, y un camión con la carrocería trasera llena de sangre”, afirmó.
Cuando se le preguntó por la permanencia de detenidos políticos en el cuartel, respondió que había visto a uno, negó haber visto o saber algo de cadáveres tendidos en hilera en el playón del Regimiento y varias veces manifestó no saber ni recordar nada más.
“Que se lea el acta de su declaración anterior porque hay dos contradicciones importantes”, solicitó Bosch. Las contradicciones más importantes eran dos: los cadáveres vistos y el número de personas detenidas.
Lo que sigue son los tramos más importantes del acta que fueron leídos por el secretario del Juzgado Federal, Francisco Randán: “…Nos enteramos de un ataque a la compañía que iba a Formosa…mormuraban que habían traído los cuerpos al playón, eran doce o trece, todos ensangrentados uno al lado del otro… después trajeron un Peugeot lleno de sangre, con muchos balazos… tenía restos de sesos en el techo…”.
Por si esto fuera poco, en el acta, Pegoraro señaló que eran tres los “civiles detenidos” en unas dependencias a la derecha del playón y a quienes después del 13 de diciembre no volvió a ver.
Ante tamaña incongruencia, el testigo en apuros reconoció que haber visto unos cuerpos en la caja de un camión, dijo que “seguro eran más de diez”, por lo que la jueza Gladys Yunes, presidenta del Tribunal Oral Federal, le pidió mayor claridad.
“Lo que usted dijo en el juzgado… ¿Porqué lo dijo? ¿Recordaba más en 2006 o lo que dice ahora se acerca más a la realidad?”, le espetó, pero Pegoraro no supo responder.
Siguieron más preguntas. Pegoraro era la imagen de la soledad, con los imputados mirándolo fijamente a su derecha, casi tan nerviosos como él, que siempre respondió a medias y en más de una ocasión, cuando quiso aclarar, oscureció más aún el panorama, a tal punto que para varios de los presentes el fantasma de un apriete al testigo sobrevoló la sala de audiencia.
Cuando la cosa no daba para más, el fiscal Germán Wiens Pinto manifestó: “En atención a la cantidad de contradicciones esta Fiscalía solicita se lea íntegramente la testimonial en base al artículo 391 inciso segundo del Código Procesal que contempla esta situación”. Y ahí comenzó el primer choque de la mañana.
“Qué masacre…”
“Me opongo, que se termine de entrevistar al testigo antes, porque de otra manera se desvirtúa el principio de inmediatez”, retrucó el abogado de la defensa Federico Carniel. Su colega Juan Manuel Costilla aportó lo suyo: “No hay que refrescar la memoria, simplemente hay contradicciones, pero esta defensa cree que el testigo dice la verdad ahora”, acotó, ante lo cual el Tribunal decidió leer la declaración por tramos y para que el testigo ratifique o manifieste recordar las cosas de manera diferente.
Comienza entonces la lectura por partes del acta en la Pegoraro refiere haber visto que un grupo de soldados y oficiales cargaban los cuerpos (antes había dicho que vio los cadáveres en el camión y nada más), que había dos chicas “completamente destrozadas” y que los soldados murmuraban “qué masacre…”.
Consultado acerca de si había visto o no soldados bajando cuerpos, el testigo reconoció que vio soldados hacerlo, pero no conocía sus identidades, porque pertenecían a otra batería.
Según la declaración del acta, los oficiales al mando de la descarga de cuerpos, eran varios, al que más recuerda es a Luis Alberto Patetta “porque era gordito y petiso”, estaba Athos Rennes, (jefe de la Compañía) y también Baguear (los dos primeros imputados en la causa). Y más contradicciones. Primero: “No los vi en el playón, los vi en la oficina”. Después: “Los ví, pero cerca del playón”.
Entonces, la jueza Yunnes le reclamó que se ponga de acuerdo consigo mismo: “Estoy asombrada pora la cantidad de contradicciones, diga la verdad por favor”. Lo siguiente fue la decisión de Tribunal de llamar a un cuarto intermedio para que el testigo refresque su memoria, después del cual se le explicó que no se lo estaba investigando, y se le preguntó si ratificaba todo lo que había declarado en la audiencia.
Pegoraro respondió que sí y se continuó con la ronda de preguntas. La distancia y el ángulo desde el cual divisó los cuerpos generó un nuevo cruce entre las partes, al punto de que casi hubo que recurrir a las grabaciones de del debate, pero la cuestión ya estaba perimida y el testigo fue desocupado. “Trate de preservar su declaración señor Pegoraro”, fue la seca despedida de la jueza Yunnes.
Abogados castrenses.
El grupo de letrados pro dictadura “Abogados por la concordia” estuvo presente en la sala; 8 señores bien trajeados y una rubia mujer de rostro algo estirado y sonrisa de botox. El jabogado Alberto Solanet, presidente de la asociación, encabezó el grupo, que confraternizó con los imputados como si fueran una gran familia.
Los hombres miraban con gesto adusto y cada tanto comentaban alguna “injusticia” para con los 9 militares imputados. Uno de ellos tenía un librito en la mano al que cada tanto acudía, como para hacer más llevadera tanta ignominia: Dante Vivo” de Giovani Papini, un escritor y poeta italiano fascista y antisemita que se recluyó en un convento franciscano de Verna cuando cayó Mussolini en 1943.
La “Asociación Civil de Abogados por la Justicia y la Concordia” fue fundada en Buenos Aires en 2009 para presionar por la libertad de los militares procesados y detenidos por crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura cívico militar.
Durante el cuarto intermedio en el balcón del Tribunal, dos letrados mantuvieron una discusión con el Chango Orellana, siempre presente. La discusión fue acalorada pero pacífica. No hubo síntesis posible. “Deje nomás, no nos vamos a poner de acuerdo”, se sinceró uno de los letrados, desistiendo de la defensa a los años de plomo y apurado por esperar el reinicio de los debates en la sala de audiencias.