jueves, 7 de julio de 2011

Tres notas sobre la Masacre de Palomitas de los diarios "El Tribuno" y "Nuevo Diario de Salta" del 2003 y 2008
"La siniestra noche del carancho"

Es un policía retirado que declaró en el juicio de la verdad y hoy vive protegido por disposición de la Justicia Federal.


En el escrito que confió a El Tribuno, el testigo protegido recordó pasajes de su infancia, de su ingreso a la Policía de Salta y del horror que presenció aquella ominosa noche del 6 de julio de 1976 cuando doce presos políticos -siete hombres y cinco mujeres- fueron acribillados en el paraje Palomitas, a unos 50 kilómetros de la ciudad de Salta, sobre la ruta nacional 34.

El testigo de identidad reservada, que comenzó a desanudar su miedo en el Juicio de la Verdad abierto en 2002, aseguró que hoy siente que tanto en los organismos de derechos humanos de la Provincia y la Nación, como en la Justicia Federal, "hay voluntad para llegar a la verdad" luego de 32 años de impunidad.
También aseguró que siente que la Policía hoy lo cuida noche y día y que "no es la misma" que la de aquellos años de sangre y terror. Esta es la historia escrita con su puño y letra.
El carancho
"Lo conocí desde muy chico sobrevolando su hábitat. Tenía pantalón corto cuando terminé mi escuela primaria. Estaba en mí la decisión de trabajar o estudiar. Un 21 de marzo, siendo mi cumpleaños ignorado por varios, quizás por ser Semana Santa, salí con mi honda o gomera.

De pronto lo vi en un camino alternativo, disfrutando de un zorro apretado por un vehículo desprevenido. Era corpulento, de un plumaje marrón terroso, con garras y pico curvo, como aquel viejo pirata, y su cuello azulado.

Al levantar su cabeza dejó ver esos ojos amarillentos, impregnados de un verde fecal. Fue entonces que busqué en mi bolsito la mayor piedra para mi honda, y me acuerdo que rocé el bollo y el pedazo de queso antes de encontrarla.
Mientras ese corpulento bicho retrocedía, disparé. Mi débil mano y mi honda no hicieron mella. Entonces, carreteó, quizás por su buche lleno, antes de posarse sobre un altísimo algarrobo. Viéndolo hacer equilibrio, como un ducho trapecista, pensé: 'Si no pude con mi disparo teniéndolo cerca, mucho menos podré alcanzarlo donde está'. Sólo me restó contemplar su altivez y grandeza hasta que tomó vuelto, tan alto, como para vislumbrar de nuevo su territorio.
La Policía
Pasados los años, siendo aún joven, fui padre de una bella beba. Tenía que trabajar y por contactos políticos en 1973 ingresé a la Policía de la Provincia. No era mi idea, pero no me quedaba otra alternativa.

Por un puntaje alto me mandaron a la Brigada de Investigaciones, lo cual me alegró porque evitaba el azulado uniforme. Dejo aclarado que en mi legajo figuran mis ascensos por el buen proceder como fiel asistente de la Justicia.
La noche
Llegó ese 6 de julio de 1976. Recuerdo que trabajaba en el turno de las 22 a 6 de la mañana. Bien trajeado llegué, como siempre, media hora antes. Una voz en el teléfono me dijo que tenía que presentarme en la sección Infantería en forma urgente. Lo hice y me encontré en una sala totalmente a oscuras, aunque por el tragaluz podía contemplar a unos jefes conocidos por mí.
Me ordenaron que me pusiera un uniforme marrón terroso de la Policía de los años 50, al mismo tiempo que me decían que iba a ser una práctica de guerra y guerrilla. A pesar de las circunstancias, dije: 'Tengo que seguir aprendiendo'.

El ejercicio consistía en cortar la ruta entre Güemes y Salta, con un vértice en un paraje leñero llamado Palomitas, y tenía que hacerlo en 10 minutos. Recuerdo que me encontré con una docena de policías de mismo uniforme, los cuales eran desconocidos para mí.

Nos trasladamos al punto establecido y lo logré en 7 minutos. A toda velocidad fui a entregar mi trabajo, cuando me encontré con un uniformado de verde, imponente. Y me dijo: 'Su trabajo terminó. Vuelva a base'. Le respondí: 'Soy policía provincial, señor, y usted es militar', comprendiendo hasta ahí que todo era una práctica...
Palomitas
En una momento se abrieron las compuertas de un carro de asalto, a pocos metros de mí, y una voz firme dijo: 'Están en libertad, somos sus compañeros, huyan, a la izquierda tienen la ruta...' A pocos metros, salió corriendo la gente y los acribillaron por la espalda.

Los fogonazos de las armas iluminaban más que los vehículos estacionados. Entonces pasó lo que jamás podré olvidar: jóvenes de ambos sexos, primero de rodilla, dieron gritos de lamentos, dolor y ayuda. Hasta ahora creo recordar sentir el llanto de un bebé.

Ese verde corpulento me pegó un culatazo tan fuerte en mi rostro que hasta hoy tengo la nariz y boca desfiguradas.
En el momento se hacía sentir más la llovizna y, como llorando el cielo, se entreveró con mis lágrimas, mi sangre, el olor a pólvora y a carne quemada.

Cuando regresaba con esta tristeza, pasaron sobre nuestras cabezas dos aves llamadas zorros de agua, y como mudos testigos emprendieron su temerosa huida. Quizás por eso, cada vez que veo en las abuelas ese manto blanco en sus cabezas vuelvo a ese día cuando recordé el presagio del carancho del marrón terroso, el azulado y el verde fecal. Y recuerdo que ese día dije: 'Este carancho se dio el lujo de comer palomitas'.

Fuente: El TribunoUn sorprendente testimonio

Por Juan Antonio Abarzúa y Adrián Quiroga Navamuel, El Tribuno, Salta, 31 de Agosto del 2003

Simeón Véliz tiene 74 años, fue un agente policial durante toda su vida. Jubilado hace más de dos décadas, está lúcido y en su memoria guarda un hecho para él -y para la historia- inolvidable: lo ocurrido la noche del seis de julio de 1976, a 17 kilómetros de su destino de entonces, la comisaría de General Güemes: la Masacre de Palomitas, en la que 11 presos políticos fueron acribillados a balazos por sicarios de la sangrienta dictadura militar que oscureció la Argentina durante siete aciagos años.

Véliz, señala el sitio, ahora diferente, donde ocurrió el desastre Está jubilado, tiene 74 años y estuvo en el lugar de la masacre a pocas horas del hecho, en la ruta nacional 34. "Había pozos con sangre, orejas, dientes, pelos y miles de cápsulas de F.A.L. que levantábamos de la calle a puñados".

Luego de casi tres décadas de investigaciones, Véliz, que paradójicamente sirvió durante 9 años de su carrera en el ya desaparecido destacamento de Palomitas, donde, en un calabozo, nació su hijo Jesús Vélix, ahora comisario y anotado con "x" "por un error del Registro Civil" que nunca arreglé", tomó una decisión: dar a conocer detalles de cosas que se mantenían en secreto y de las que jamás nadie había hablado: del contubernio y la conspiración montadas entre los militares de entonces y elementos del cuadro jerárquico de la policía de la provincia, antes y después del tan macabro como triste suceso.

Y dio nombres que podrían resultar claves, por su evidentemente participación en la matanza: el entonces comisario de General Güemes, Oscar Correa y del inspector mayor (este cargo ya no existe en el escalafón) Héctor Trobatto, ambos retirados y residentes en cómodas viviendas de la capital y San Luis, respectivamente.
Los acontecimientos

La Masacre de Palomitas, comenzó a ejecutarse la mañana del seis de junio de 1.976, aunque su gestación, es evidente, había empezado mucho antes. Ese día, por la mañana, el comandante de la guarnición local, Carlos Alberto Mulhall, citó a su despacho al director del penal de Villa Las Rosas, Braulio Pérez y le comunicó que habría un traslado de presos políticos. A las 19.45, en el establecimiento carcelario, se presentó el entonces -ahora mayor retirado, millonario y propietario de una agencia de seguridad en la Patagonia- César Espeche, para retirarlos.

Y dio dos órdenes: "esto no se anota en los registros", la primera. La segunda, fue más más compleja y tenebrosa aún: apagar todas las luces y retirar a los guardiacárceles de los pasillos a objeto de que la operación resultara lo más secreta posible; no permitir que los detenidos llevaran consigo dentaduras postizas, lentes de contacto ni ropa de abrigo, pese a que hacía mucho frío.

Una de las víctimas, Raquel Leonard de Avila, debió dejar a su bebé, de pocos meses y que estaba con ella en el recinto puesto que todavía lo amamantaba. Pocas horas después de aquello, las 11 personas que integraban la fatídica lista elaborada por los militares golpistas, caían acribilladas a balazos en la ruta nacional 34, 17 kilómetros al Sur de General Güemes, en el paraje conocido como Palomitas.

Las vivencias de Véliz

"Nosotros no teníamos idea de lo que estaba ocurriendo ni lo que había sucedido con los detenidos que habían secuestrado desde Villa Las Rosas. Pero esa misma tarde, como durante varias semanas anteriores, las autoridades de la comisaría estaban nerviosas.

Nuestro jefe, Oscar Correa, había recibido la visita de un inspector mayor que había venido de Salta, Héctor Trobatto, con el que se encerraba permanentemente en su oficina. Cuando salían, Correa se mostraba más nervioso aún, no así Trobatto, que tenía todo el aspecto de esos oficiales de película: delgado, atlético, muy serio, con bigotes y una mirada característica de los que tienen poder y saben mandar".

"Me acuerdo muy bien de él porque es de por aquí cerca, de Betania, y había estado varias veces, durante los días previos a la masacre, en Güemes. El mismo nos había dicho que la zona estaba llena de guerrilleros, que andaban robando autos. Por ello mismo y en virtud de esas informaciones, es que todas las noches nos tenían haciendo guardia en el "cruce" para "encontrar a los extremistas".

"Esa noche, Trobatto le dio, con un movimiento de cabeza, una orden a Correa, quien nos convocó y nos envió en un móvil a cumplir una misión, pero sin decirnos cuál. Tres de nosotros -el agente Ricardo Arquiza, que ahora anda "levantando tómbola"; José "Vaso" Michel y yo- nos fuimos en un vehículo azul, que manejaba el oficial Raúl Huari.

Cuando llegamos, nos dimos cuenta que estábamos en el paraje Las Pichanas, cerca de Palomitas. "Bájense -nos dijo Huari- ustedes se van a quedar de custodia hasta mañana. Que nadie se acerque ni se detenga a mirar.

Se van a quedar aquí, allá y acá", nos señaló, dándonos puestos separados treinta metros uno de otro. "No se junten ni se acerquen para conversar", advirtió imperativamente y se fue. Y allí, con un frío tremendo, estuvimos toda la noche. En el lugar, había dos vehículos, una camioneta que ardía y un Ford Fairlaine" (las investigaciones dicen que era un Torino, que como la pick up, habían sido robados por militares a la altura de Cobos, haciéndose pasar por guerrilleros del Ejército Revolucionario del Pueblo).

"La camioneta ardía pero igual no se veía nada porque la ruta no era como ahora, sino mucho más angosta y rodeada de monte. Los árboles se tocaban copa a copa y la oscuridad era total".

Veliz, al relatar los acontecimientos, no tiene dudas ni lagunas. Y al respecto, siguió: Cuando empezó a amanecer, nos dimos con un espectáculo espantoso: en el lugar habían restos humanos: pelos, dientes, orejas...era algo terrible. Michel, me llamó: "vení a ver esto".

Cerca del auto, habían más restos humanos, mucha sangre y masa encefálica. Era un reguero. Todo indicaba que alguien había tratado de huir por el monte, pero no había logrado su intento. Más tarde hallamos rastros, todos de botas militares.

Y en el asfalto habían miles de cápsulas de FAL (Fusil de Asalto Ligero); tantas que las agarrabamos a puñados. Y más aún, en tres lugares distintos, había pozos con sangre. Nos miramos y coincidimos.

"Aquí mataron a varios", dijo "Vaso" y concluyó en que todos habían sido arrumbados, uno sobre otro, en tres grupos diferentes, donde deben haberlos rematado, a juzgar por los pozos con sangre, que eran impresionantes. La escena era más que dramática y nunca la he podido olvidar".

Atando cabos

"Cuando regresé a la comisaría, luego de aquella jornada, ellos me contaron que Trobatto y Correa se habían reunido días antes varias veces con personas desconocidas, la última, 24 horas antes del crimen. En realidad, yo sabía eso porque también había visto movimientos sospechosos pero los había atribuido a eso que decían que andaban los extremistas robando autos.

Es más, con el tiempo me he dado cuenta que hay cosas que se encadenan al hecho: no mucho antes de los sucesos que le costaron la vida a esas personas, un oficial que falleció hace cinco años, don Francisco Arapa, hizo un procedimiento que habría merecido las felicitaciones de cualquier superior, pero que a él le costó castigos y persecuciones.

Resulta que este hombre, advertido de eso de los "extremistas", recibió de un gaucho, la información de que en la hostería del rio Juramento (la ex posada del Autómovil Club, ahora abandonada), estaba bebiendo un grupo de personas armadas, con uniformes militares pero sin insignias identificatorias.

"Arapa, que era un tipo muy astuto, en absoluto sigilo se fue al lugar, rodeó la zona y atrapó a estos tipos, que efectivamente andaban armados. Los maniató y los trajo detenidos a la comisaría. El creía que había hecho lo correcto y que después de aquello, poco menos que lo iban a condecorar.

Pero, al contrario, cuando Correa vio a los presos, inmediatamente los hizo desatar, los saludó militarmente y tras dialogar en privado y amigablemente, los liberó. No los vimos nunca más, pero recuerdo que Correa le pegó una buena "puteada" a Arapa y le dijo "¡Cómo le vas a hacer esto a los colegas!".

Fuente: El Tribunowww.nuevodiariodesalta.com.ar 28 de agosto del 2008Piden detener a Lona como instigador y partícipe necesario de Palomitas

El abogado Martín Ávila, delegado en Salta de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, pidió ayer la detención del ex juez Ricardo Lona en calidad de instigador y partícipe necesario de la masacre en Palomitas, el fusilamiento de 11 presos políticos que permanecían en la cárcel de Villa Las Rosas, cometido el 6 de julio de 1976 en las cercanías del paraje homónimo.





Ricardo Lona.


La presentación se hizo en la causa conocida como Palomitas II, en la que continúa la investigación de la matanza. Ávila solicitó "la ampliación de indagatoria de Ricardo Lona y (del policía retirado) Andrés del Valle Soraire por hechos por lo cuales aún no la habían prestado, y, en su caso, dada la participación primaria de ambos, o en el peor de los casos la secundaria, se ordene su detención".

En el caso de Lona, el pedido de indagatoria y detención es por "el delito de homicidio calificado de 11 personas en calidad de participe necesario e instigador". Sobre el otro muerto presuntamente en Palomitas, el abogado Jorge Turk Llapur, está abierta la discusión acerca de si su asesinato se produjo en Salta o en Jujuy.
El abogado de derechos humanos sustentó su acusación, además de otras pruebas, en los testimonios del ex jefe de la Guarnición Ejército Salta, Calros Alberto Mulhall; del ex jefe de la Policía salteña, Miguel Raúl Gentil; del ex subjefe de la Policía, Juan Carlos Grande, y de Juan Carlos Antonio Issa.

Los cuatro son coincidentes en afirmar que el ex juez participó de dos reuniones previas al múltiple homicidio y que el traslado de los presos (el simulacro que se montó para aniquilarlos) se decidió por reiterados pedidos de Lona, quien temía por la "peligrosidad" de los detenidos y la posibilidad de que se produjera algún incidente.

Ávila sostuvo que Lona concurrió a esos encuentros, el primero en la casa de Mulhall y el segundo en su despacho, para pedir que en la primera lista de los que iban a ser "trasladados" se omitiera los nombres de dos detenidos, María del Carmen Alonso y Pablo Outes, con cuyos familiares (que lo consideraban amigo) había adquirido compromisos de no permitir que sufrieran daños.

Lona fue, sostuvo, el querellante, para "justificar su participación como instigador y participe necesario y evitar responder por estos dos detenidos que le provocarían la obligación de explicar lo inexplicable, su masacre a los familiares de su conocimiento" y también para "hacerse ratificar como juez federal", lo que ocurrió en agosto de 1976, dado que hasta entonces era interino.
Tanto el ex juez como el policía fueron beneficiados con sobreseimientos en el fallo dictado la semana pasada por la Cámara Federal de Apelaciones de Salta. En el caso de Lona se trata de un sobreseimiento definitivo por la omisión de investigar la masacre; para Soraire, el sobreseimiento es provisorio. La misma Cámara entiende que el ex magistrado podría ser investigado por otros hechos, y ordena que se profundice la investigación respecto de Soraire.

En la dictadura Soraire integraba el grupo parapolicial Guardia del Monte, creado para combatir el abigeato en la zona rural de Metán. Ávila sostuvo ahora que, tal como indicó la Cámara, debe ampliarse la investigación "respecto de los supuestos medios operativos" con los que contaba Soraire "y sus posibilidades reales de despliegue en la zona donde ocurrió el hecho, puesto que era el propio Soraire quien desde la zona del hecho hasta el destacamento de Río Piedras era la única autoridad de apoyo con la que contaban o podían contar los autores del hecho".

-- La Agencia de Noticias DH, es autonoma y es editada en la Capital Federal desde diciembre 2007

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