viernes, 5 de julio de 2013

a 37 años de la Masacre de Palomitas





Notas  de archivo sobre la Masacre de Palomitas de los diarios "El Tribuno" y Pagina 12. Notas y recuerdos de los compañeros presos políticos fusilados en la masacre.


"La siniestra noche del carancho"
Es un policía retirado que declaró en el juicio de la verdad y hoy vive protegido por disposición de la Justicia Federal.

En el escrito que confió a El Tribuno, el testigo protegido recordó pasajes de su infancia, de su ingreso a la Policía de Salta y del horror que presenció aquella ominosa noche del 6 de julio de 1976 cuando once presos políticos -siete hombres y cinco mujeres- fueron acribillados en el paraje Palomitas, a unos 50 kilómetros de la ciudad de Salta, sobre la ruta nacional 34.

El testigo de identidad reservada, que comenzó a desanudar su miedo en el Juicio de la Verdad abierto en 2002, aseguró que hoy siente que tanto en los organismos de derechos humanos de la Provincia y la Nación, como en la Justicia Federal, "hay voluntad para llegar a la verdad" luego de 32 años de impunidad.
También aseguró que siente que la Policía hoy lo cuida noche y día y que "no es la misma" que la de aquellos años de sangre y terror. Esta es la historia escrita con su puño y letra.


El carancho
"Lo conocí desde muy chico sobrevolando su hábitat. Tenía pantalón corto cuando terminé mi escuela primaria. Estaba en mí la decisión de trabajar o estudiar. Un 21 de marzo, siendo mi cumpleaños ignorado por varios, quizás por ser Semana Santa, salí con mi honda o gomera.

De pronto lo vi en un camino alternativo, disfrutando de un zorro apretado por un vehículo desprevenido. Era corpulento, de un plumaje marrón terroso, con garras y pico curvo, como aquel viejo pirata, y su cuello azulado. 

Al levantar su cabeza dejó ver esos ojos amarillentos, impregnados de un verde fecal. Fue entonces que busqué en mi bolsito la mayor piedra para mi honda, y me acuerdo que rocé el bollo y el pedazo de queso antes de encontrarla.

Mientras ese corpulento bicho retrocedía, disparé. Mi débil mano y mi honda no hicieron mella. Entonces, carreteó, quizás por su buche lleno, antes de posarse sobre un altísimo algarrobo. Viéndolo hacer equilibrio, como un ducho trapecista, pensé: 'Si no pude con mi disparo teniéndolo cerca, mucho menos podré alcanzarlo donde está'. Sólo me restó contemplar su altivez y grandeza hasta que tomó vuelto, tan alto, como para vislumbrar de nuevo su territorio.


La Policía
Pasados los años, siendo aún joven, fui padre de una bella beba. Tenía que trabajar y por contactos políticos en 1973 ingresé a la Policía de la Provincia. No era mi idea, pero no me quedaba otra alternativa.

Por un puntaje alto me mandaron a la Brigada de Investigaciones, lo cual me alegró porque evitaba el azulado uniforme. Dejo aclarado que en mi legajo figuran mis ascensos por el buen proceder como fiel asistente de la Justicia.


La noche
Llegó ese 6 de julio de 1976. Recuerdo que trabajaba en el turno de las 22 a 6 de la mañana. Bien trajeado llegué, como siempre, media hora antes. Una voz en el teléfono me dijo que tenía que presentarme en la sección Infantería en forma urgente. Lo hice y me encontré en una sala totalmente a oscuras, aunque por el tragaluz podía contemplar a unos jefes conocidos por mí.
Me ordenaron que me pusiera un uniforme marrón terroso de la Policía de los años 50, al mismo tiempo que me decían que iba a ser una práctica de guerra y guerrilla. A pesar de las circunstancias, dije: 'Tengo que seguir aprendiendo'.

El ejercicio consistía en cortar la ruta entre Güemes y Salta, con un vértice en un paraje leñero llamado Palomitas, y tenía que hacerlo en 10 minutos. Recuerdo que me encontré con una docena de policías de mismo uniforme, los cuales eran desconocidos para mí. 

Nos trasladamos al punto establecido y lo logré en 7 minutos. A toda velocidad fui a entregar mi trabajo, cuando me encontré con un uniformado de verde, imponente. Y me dijo: 'Su trabajo terminó. Vuelva a base'. Le respondí: 'Soy policía provincial, señor, y usted es militar', comprendiendo hasta ahí que todo era una práctica...


Palomitas
En una momento se abrieron las compuertas de un carro de asalto, a pocos metros de mí, y una voz firme dijo: 'Están en libertad, somos sus compañeros, huyan, a la izquierda tienen la ruta...' A pocos metros, salió corriendo la gente y los acribillaron por la espalda.

Los fogonazos de las armas iluminaban más que los vehículos estacionados. Entonces pasó lo que jamás podré olvidar: jóvenes de ambos sexos, primero de rodilla, dieron gritos de lamentos, dolor y ayuda. Hasta ahora creo recordar sentir el llanto de un bebé.

Ese verde corpulento me pegó un culatazo tan fuerte en mi rostro que hasta hoy tengo la nariz y boca desfiguradas.

En el momento se hacía sentir más la llovizna y, como llorando el cielo, se entreveró con mis lágrimas, mi sangre, el olor a pólvora y a carne quemada.

Cuando regresaba con esta tristeza, pasaron sobre nuestras cabezas dos aves llamadas zorros de agua, y como mudos testigos emprendieron su temerosa huida. Quizás por eso, cada vez que veo en las abuelas ese manto blanco en sus cabezas vuelvo a ese día cuando recordé el presagio del carancho del marrón terroso, el azulado y el verde fecal. Y recuerdo que ese día dije: 'Este carancho se dio el lujo de comer palomitas'.
FuentedeOrigen:ElTribuno
Fuente:Agndh


Un sorprendente testimonio
Por Juan Antonio Abarzúa y Adrián Quiroga Navamuel 
El Tribuno, Salta, 31 de Agosto del 2003
Simeón Véliz tiene 74 años, fue un agente policial durante toda su vida. Jubilado hace más de dos décadas, está lúcido y en su memoria guarda un hecho para él -y para la historia- inolvidable: lo ocurrido la noche del seis de julio de 1976, a 17 kilómetros de su destino de entonces, la comisaría de General Güemes: la Masacre de Palomitas, en la que 11 presos políticos fueron acribillados a balazos por sicarios de la sangrienta dictadura militar que oscureció la Argentina durante siete aciagos años.

Véliz, señala el sitio, ahora diferente, donde ocurrió el desastre Está jubilado, tiene 74 años y estuvo en el lugar de la masacre a pocas horas del hecho, en la ruta nacional 34. "Había pozos con sangre, orejas, dientes, pelos y miles de cápsulas de F.A.L. que levantábamos de la calle a puñados".

Luego de casi tres décadas de investigaciones, Véliz, que paradójicamente sirvió durante 9 años de su carrera en el ya desaparecido destacamento de Palomitas, donde, en un calabozo, nació su hijo Jesús Vélix, ahora comisario y anotado con "x" "por un error del Registro Civil" que nunca arreglé", tomó una decisión: dar a conocer detalles de cosas que se mantenían en secreto y de las que jamás nadie había hablado: del contubernio y la conspiración montadas entre los militares de entonces y elementos del cuadro jerárquico de la policía de la provincia, antes y después del tan macabro como triste suceso.

Y dio nombres que podrían resultar claves, por su evidentemente participación en la matanza: el entonces comisario de General Güemes, Oscar Correa y del inspector mayor (este cargo ya no existe en el escalafón) Héctor Trobatto, ambos retirados y residentes en cómodas viviendas de la capital y San Luis, respectivamente.

Los acontecimientos
La Masacre de Palomitas, comenzó a ejecutarse la mañana del seis de junio de 1.976, aunque su gestación, es evidente, había empezado mucho antes. Ese día, por la mañana, el comandante de la guarnición local, Carlos Alberto Mulhall, citó a su despacho al director del penal de Villa Las Rosas, Braulio Pérez y le comunicó que habría un traslado de presos políticos. A las 19.45, en el establecimiento carcelario, se presentó el entonces -ahora mayor retirado, millonario y propietario de una agencia de seguridad en la Patagonia- César Espeche, para retirarlos.

Y dio dos órdenes: "esto no se anota en los registros", la primera. La segunda, fue más más compleja y tenebrosa aún: apagar todas las luces y retirar a los guardiacárceles de los pasillos a objeto de que la operación resultara lo más secreta posible; no permitir que los detenidos llevaran consigo dentaduras postizas, lentes de contacto ni ropa de abrigo, pese a que hacía mucho frío.

Una de las víctimas, Raquel Leonard de Avila, debió dejar a su bebé, de pocos meses y que estaba con ella en el recinto puesto que todavía lo amamantaba. Pocas horas después de aquello, las 11 personas que integraban la fatídica lista elaborada por los militares golpistas, caían acribilladas a balazos en la ruta nacional 34, 17 kilómetros al Sur de General Güemes, en el paraje conocido como Palomitas. 

Las vivencias de Véliz
"Nosotros no teníamos idea de lo que estaba ocurriendo ni lo que había sucedido con los detenidos que habían secuestrado desde Villa Las Rosas. Pero esa misma tarde, como durante varias semanas anteriores, las autoridades de la comisaría estaban nerviosas.

Nuestro jefe, Oscar Correa, había recibido la visita de un inspector mayor que había venido de Salta, Héctor Trobatto, con el que se encerraba permanentemente en su oficina. Cuando salían, Correa se mostraba más nervioso aún, no así Trobatto, que tenía todo el aspecto de esos oficiales de película: delgado, atlético, muy serio, con bigotes y una mirada característica de los que tienen poder y saben mandar".

"Me acuerdo muy bien de él porque es de por aquí cerca, de Betania, y había estado varias veces, durante los días previos a la masacre, en Güemes. El mismo nos había dicho que la zona estaba llena de guerrilleros, que andaban robando autos. Por ello mismo y en virtud de esas informaciones, es que todas las noches nos tenían haciendo guardia en el "cruce" para "encontrar a los extremistas".

"Esa noche, Trobatto le dio, con un movimiento de cabeza, una orden a Correa, quien nos convocó y nos envió en un móvil a cumplir una misión, pero sin decirnos cuál. Tres de nosotros -el agente Ricardo Arquiza, que ahora anda "levantando tómbola"; José "Vaso" Michel y yo- nos fuimos en un vehículo azul, que manejaba el oficial Raúl Huari.

Cuando llegamos, nos dimos cuenta que estábamos en el paraje Las Pichanas, cerca de Palomitas. "Bájense -nos dijo Huari- ustedes se van a quedar de custodia hasta mañana. Que nadie se acerque ni se detenga a mirar.

Se van a quedar aquí, allá y acá", nos señaló, dándonos puestos separados treinta metros uno de otro. "No se junten ni se acerquen para conversar", advirtió imperativamente y se fue. Y allí, con un frío tremendo, estuvimos toda la noche. En el lugar, había dos vehículos, una camioneta que ardía y un Ford Fairlaine" (las investigaciones dicen que era un Torino, que como la pick up, habían sido robados por militares a la altura de Cobos, haciéndose pasar por guerrilleros del Ejército Revolucionario del Pueblo). 

"La camioneta ardía pero igual no se veía nada porque la ruta no era como ahora, sino mucho más angosta y rodeada de monte. Los árboles se tocaban copa a copa y la oscuridad era total". 

Veliz, al relatar los acontecimientos, no tiene dudas ni lagunas. Y al respecto, siguió: Cuando empezó a amanecer, nos dimos con un espectáculo espantoso: en el lugar habían restos humanos: pelos, dientes, orejas...era algo terrible. Michel, me llamó: "vení a ver esto". 

Cerca del auto, habían más restos humanos, mucha sangre y masa encefálica. Era un reguero. Todo indicaba que alguien había tratado de huir por el monte, pero no había logrado su intento. Más tarde hallamos rastros, todos de botas militares.

Y en el asfalto habían miles de cápsulas de FAL (Fusil de Asalto Ligero); tantas que las agarrabamos a puñados. Y más aún, en tres lugares distintos, había pozos con sangre. Nos miramos y coincidimos.

"Aquí mataron a varios", dijo "Vaso" y concluyó en que todos habían sido arrumbados, uno sobre otro, en tres grupos diferentes, donde deben haberlos rematado, a juzgar por los pozos con sangre, que eran impresionantes. La escena era más que dramática y nunca la he podido olvidar".

Atando cabos
"Cuando regresé a la comisaría, luego de aquella jornada, ellos me contaron que Trobatto y Correa se habían reunido días antes varias veces con personas desconocidas, la última, 24 horas antes del crimen. En realidad, yo sabía eso porque también había visto movimientos sospechosos pero los había atribuido a eso que decían que andaban los extremistas robando autos.

Es más, con el tiempo me he dado cuenta que hay cosas que se encadenan al hecho: no mucho antes de los sucesos que le costaron la vida a esas personas, un oficial que falleció hace cinco años, don Francisco Arapa, hizo un procedimiento que habría merecido las felicitaciones de cualquier superior, pero que a él le costó castigos y persecuciones.

Resulta que este hombre, advertido de eso de los "extremistas", recibió de un gaucho, la información de que en la hostería del rio Juramento (la ex posada del Autómovil Club, ahora abandonada), estaba bebiendo un grupo de personas armadas, con uniformes militares pero sin insignias identificatorias.

"Arapa, que era un tipo muy astuto, en absoluto sigilo se fue al lugar, rodeó la zona y atrapó a estos tipos, que efectivamente andaban armados. Los maniató y los trajo detenidos a la comisaría. El creía que había hecho lo correcto y que después de aquello, poco menos que lo iban a condecorar. 

Pero, al contrario, cuando Correa vio a los presos, inmediatamente los hizo desatar, los saludó militarmente y tras dialogar en privado y amigablemente, los liberó. No los vimos nunca más, pero recuerdo que Correa le pegó una buena "puteada" a Arapa y le dijo "¡Cómo le vas a hacer esto a los colegas!".
FuentedeOrigen:ElTribuno
Fuente:Agndh

                    


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Carta de Graciela López desde México, sobreviviente de la masacre
 [2006] Hola Compañeros y Compañeras.

Quiero compartir con ustedes el volver a sentir el vacío que la tragedia ha dejado en nuestras vidas: la Masacre de Palomitas con nuestras ex compañeras de prisión en Salta.

Treinta años, sí 30, ese es el tiempo que ha transcurrido desde aquella noche de invierno en que sacaron a nuestras compañeras del pabellón donde yo estaba con ellas. 

Esa imagen recortada que conservo, donde primero escuchamos el pisar fuerte de abotinados, luego el ruido metálico de cadenas o esposas y las voces duras que gritaron uno a uno el nombre de nuestras compañeras, y ellas, en medio del silencio que anticipaba la tragedia, salieron preguntando a dónde iban. 

Así, con lo que llevaban puesto dentro del pabellón, sin más abrigo para protegerse del frío exterior desaparecieron ante nuestras miradas impotentes y nuestras preguntas, que quedaron sin respuesta ¿Adónde las llevan? ¿Por qué se las llevan? ¿Cuándo regresan? 

Traslado…traslado…traslado fue lo que escuchamos al día siguiente. 

Todas, absolutamente todas, sabíamos lo que eso quería decir: MUERTE. 

Días antes Braulio Pérez, entonces director de la cárcel, acompañado de su hijo y otros carceleros, en una de sus habituales visitas a nuestro pabellón nos había dicho mientras sonreía cínicamente -los militares vienen quinteando-y qué quiere decir eso? le preguntamos, y respondió con otra sonrisa -uno, dos, tres, cuatro, cinco… al paredón… 

Ese paredón fue el de Palomitas: allí las cinco compañeras, Georgina Droz, Evangelina Botta, Chiche Ragone, Amaru Luque de Usinger, Celia Leonard de Avila junto con siete compañeros Alberto Zabranski, Rodolfo Usinger, Leonardo Avila, Pablo Outes, Jose Povolo, Roberto Oglietti. Lo supimos de inmediato. 

Al día siguiente lo confirmamos. 

Había dentro del penal algunos empleados sensibles, gente que aún no se había deshumanizado y que no querían avalar el crimen. Ellos rompieron el silencio. Conocimos detalles, de cómo los sacaron, de cómo los obligaron a salir del vehículo para simular un intento de fuga, de cómo fueron cayendo uno a uno entre ráfagas de ametralladoras que rompían el silencio de la noche. 

Hasta me describieron cómo mi querida amiga y compañera Georgina cayó sobre un alambrado…allí quedó hasta que desaparecieron su cuerpo para nunca entregarlo a su familia. ¿Dónde quedaron tus huesos Georgi? Porque tu corazón sigue latiendo con el nuestro. Y así latirán por siempre esos 12 corazones en nosotros que tuvimos el privilegio de compartir los últimos meses y días de sus vidas. Y también latirán en sus hijos y en los hijos de los hijos. No latirán para atizar la hoguera de la venganza sino para buscar justicia y para perpetuar los ideales que ellos encarnaban. 

Si ellos estuvieran hoy aquí, si no hubieran sido torturados y asesinados, si no hubiera 30000 desaparecidos, miles de exiliados, de hijos huérfanos y de padres huérfanos de sus hijos, de hermanos, compañeros y amigos huérfanos, ¿cómo sería nuestra patria? No lo sé exactamente, sería diferente claro, pero sería mejor de eso no tengo dudas, no sólo porque todos y cada uno de ellos habría ayudado a construirla sino porque si ellos estuvieran hoy aquí no habría genocidas y torturadores que perseguir, no habría asesinos encubiertos compartiendo espacios de estudio y de trabajo, no habría hijos educados por padres asesinos o cómplices de asesinos, entonces, no tengo dudas de que nuestra sociedad sería mejor. 

Gracias compañeras por conservar la memoria, gracias por recordar el nombre de los que no están, gracias por seguir en pie.

Un abrazo fuerte, con todo el cariño que ha crecido en el dolor de estos 30 años y con la alegría de no habernos convertido en ellos.



Pecado y penitencia
A 12 AÑOS DEL FUSILAMIENTO DE PABLO OUTES
Por Eduardo Tagliaferro 
 En julio del ‘76 el frío era más cruel que en otros inviernos, por ese motivo la voz del director de la cárcel diciéndole a Pablo Outes que se abrigara, no resultó sospechosa. "Va a tener frío, no olvide su gorra", fueron las únicas palabras que se le escucharon decir a Braulio Pérez, un ex sargento del Ejército que dirigía el Servicio Penitenciario en la provincia de Salta. Pablo era un calvo hecho y derecho que se había afeitado la cabeza, en uno de los tantos intentos para que el pelo volviera a crecer con la fuerza de antaño. El viejo, como le decían a Pablo, era un veterano en el oficio de preso político. En 1962 siendo militante de la UCRI (Unión Cívica Radical Intransigente), fue uno de los manifestantes que repudiaron la visita de Felipe de Edimburgo, el príncipe consorte de la reina Isabel II de Inglaterra. El final de la protesta estaba cantado. Mientras Pablo iba en "galera", el cortesano del imperio pedía refugio en la alcoba de Magdalena Nelson de Blaquier, una aristócrata diez años mayor que el duque. 

Los largos años de resistencia peronista fueron la causa de que Pablo rompiera con el radicalismo. Luego de un par de arrestos, adhirió al Frente Revolucionario Peronista que lideraba otro comprovinciano suyo, Armando Jaime. Pablo Outes provenía de una familia tradicional, dentro de la tradicional sociedad salteña. La militancia política lo atraía con un magnetismo al que no podía ni quería resistirse. Magnetismo que lo llevó, la mayoría de las veces, a vestirse con el traje de la oposición. Lo que en la historia de los 60 y 70 es casi lo mismo que decir de los perseguidos.

Cuando el embrujado poder del peronismo sin Perón llevó a su viuda, Isabel, a la cima del gobierno, Pablo ya estaba decididamente luchando por el antiimperialismo y por el socialismo. Lo detuvieron luego de que Isabelita decretara el estado de sitio a fines de 1974 y pudo salir del país utilizando el derecho de asilo previsto en el artículo 23 de la Constitución. Venezuela era un país muy lejano para un hombre que vibraba con los vinos salteños, su familia y la lucha política. En 1975 su calva se paseaba nuevamente por Valderrama y su sombra era seguida de cerca por los parapoliciales de Joaquín Gil, aquel hombre fuerte de la policía salteña precursor de la Triple A. Acorralado, y con la certeza de que si lo detenían nuevamente su futuro sería un asesinato lento y feroz, se presentó ante el juez federal Ricardo Lona. Ese juez, que en esa época recibió gran cantidad de denuncias por torturas, desapariciones y fusilamientos, se desempeña hoy como camarista de la justicia federal salteña, merced a la complicidad del poder político local.

Ricardo Lona, envió a Pablo otra vez a la cárcel, concretamente al pabellón E del penal de Villa Las Rosas. El pabellón era una construcción relativamente nueva y sólo alojaba a los presos políticos. Luego del golpe militar las condiciones de detención cambiaron drásticamente. Luciano Benjamín Menéndez, jefe del Tercer Cuerpo del Ejército, había dispuesto que aquellos presos políticos, a los que calificaba de subversivos, debían estar aislados e incomunicados. 

La noche del 6 de julio del ‘76, antes de las 21, hora en que se apagaban las luces de las celdas, una patota del Ejército comandada por un teniente de apellido Espeche, entró a cumplir una orden del comandante de la guarnición Salta, coronel Carlos Alberto Mulhall. La comitiva militar marchaba acompañada por el hijo del director del penal, el oficial penitenciario Juan Carlos Alzugaray –un ex oficial de inteligencia de la Policía Federal que, más por miedo que por otra cosa, renunció a la fuerza y se alistó como carcelero–, el oficial jefe de guardia, Eduardo Carrizo y el alcaide responsable del penal, apellidado Soberón. La patota estaba formada por oficiales superiores, que no llevaban sus insignias identificatorias. De a una fueron abriendo las puertas de seis celdas. A Pablo Outes, que todavía se encontraba vestido, le dieron tiempo para tomar su gorra; al resto los sacaron desnudos y en algunos casos hasta descalzos. Todos iban resignados, salvo Rodolfo Usinger, un ingeniero rosarino que comenzó a gritarles "asesinos hijos de puta". Usinger fue uno de los pocos que intuyó el final de ese operativo. A principios del ‘76 una comunicación de la organización Montoneros había alertado sobre un posible "operativo mantel blanco", en el que los militares comenzarían a ejecutar prisioneros políticos. Usinger quizá recordó ese mensaje y por ese motivo opuso toda su resistencia. Roberto Oglietti, José Povolo, Leonardo Avila, Rodolfo Usinger, Alberto Sabransky y Pablo Outes fueron llevados a las celdas de la planta baja.

El penal quedó a oscuras y el barrio lindero a la cárcel también. Como el silencio inundó todos los rincones, el ruido de los motores del camión militar se escuchó nítidamente. Los seis detenidos del pabellón E, fueron subiendo en fila india al camión que estaba estacionado en el campo de deportes. Antes habían subido María del Carmen Alonso, Celia de Avila, Georgina Droz y Amarú Luque de Usinger. Los responsables del operativo los seguían en otro vehículo, entre ellos el hijo del director del penal, que se sumó a la comisión militar. Cuando llegaron a un cruce de la ruta a Tucumán, en la localidad de Palomitas, al sur de la ciudad de General Güemes, todos los trasladados fueron fusilados. La explicación oficial fue la habitual: hubo un intento de fuga. El hijo del director del penal había comenzado a transitar un camino sinuoso, que lo llevaría a consagrarse de verdugo y que tuvo en este fusilamiento la piedra que definitivamente lo llevaría al abismo. La matanza fue tan traumática para él que luego del fusilamiento de Palomitas no hacía otra cosa que repetir los detalles del operativo. Un grupo de tareas lo secuestró y no se supo más de él. En el pecado estuvo su penitencia, diría el antiguo cura de su pueblo. Penitencia que el responsable de esa matanza, el general Luciano Benjamín Menéndez, todavía no cumplió.
Fuente: Pagina/12, 06/06/2000




¡Compañeras y compañeros Presentes Hasta la Victoria Siempre!
 Cecilia  Raquel Leonard de Avila

Georgina Droz

Evagenlina Botta de Nicolai

María del Carmen Alonso de Fernández

María Amaru Luque de Usinger

Benjamin Leonardo Avila

Roberto Oglietti

Pablo Outes

José Pavolo

Roberto Savransky

Rodolfo Usinger
“El dolor nos recuerda
Que podemos ser buenos,
Que alguien mejor nos habita,
Que corre en noble sentido el río de las lágrimas.
Dolor llamamos al envés de la hoja de la risa,
A la tiniebla que queda al otro lado de la estrella
Que en tu frente tenía apacible nombre
Y orientaba nuestros pasos día a día.
Dolor es el combustible con que arde
La llama de recuerdos que ilumina
Una noche del olvido derrotado
Por el rayo de tu risa al revolar.
Dolor se llama el duelo
De vivir por tu memoria.”

Fragmento de “49 Globos”.
Juan Carlos Mijangos Noh.

Envia el Subcomandante Insurgente Marcos.
EJÉRCITO ZAPATISTA DE LIBERACIÓN NACIONAL

Fuente:Agndh           
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La agencia de noticias de DH se edita desde 2007, y a partir de ahora con la nueva designacion por Memoria, Verdad y Justicia

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