miércoles, 11 de abril de 2012


Niklison dibujó claramente el marco en el que se desarrollará el alegato de la fiscalía, durante las próximas seis audiencias. “Ha quedado demostrado con total certeza de que no se trató de conductas ocasionales y que en distintos lugares existieron estructuras montadas para llevar a cabo la sustracción de los menores”, mencionó, ante los rostros de los acusados y la mayoría de lasmartín niklison dio inicio a su alegato en el juicio por el plan sistemático de robo de bebés

“La acción dañina persiste, el silencio es una continuidad de aquellos actos”

El fiscal federal dio por probado que la sustracción de menores formó parte de un plan urdido en las más altas esferas de la dictadura militar al que comparó con la crueldad de la “Campaña del Desierto”. Destacó la lucha de Abuelas.


Con la presencia por primera vez de todos los imputados, entre ellos los ex dictadores Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone, la fiscalía federal a cargo de Martín Niklison dio inicio ayer su alegato por 34 casos de apropiaciones incluidas en el Plan Sistemático de Robo de Bebés. El representante del Ministerio Público, que tiene previsto exponer durante seis días, consideró probado que “existieron órdenes de las máximas autoridades militares” para que los hijos de sus víctimas no regresaran a sus familias.
Durante las dos horas que duró la introducción del alegato, Niklison advirtió que “este juicio no se refiere sólo al pasado lejano y que los aquí acusados no son unos ancianos que hicieron mucho daño en un tiempo que ya nadie recuerda. La acción dañina aún persiste, el silencio, el no decir dónde están los jóvenes que fueron secuestrados siendo bebés es una continuidad de la conducta de aquellos años”, señaló el fiscal al recordar que de los 34 casos investigados aún ocho no fueron restituidos, y agregó: “Las madres desaparecidas siguen dando a luz más de 30 años después con cada joven al que se le restituye la identidad.”
El funcionario destacó la labor de las Abuelas en la restitución de la identidad de esos chicos. “Los acusados carecieron de imaginación como para que por sus mentes pudieran aparecer mujeres como María Isabel Mariani, Estela de Carloto, Alicia de la Cuadra, Elsa Pavón, Rosa Roisinblit, y tantas otras. Su sentimiento de omnipotencia les hizo creer que tejiendo una red protectora, una red de pólvora y acero, pero también formada por magistrados judiciales, eclesiásticos y medios de comunicación, los que se habían apoderado de los hijos de quienes ellos calificaban como subversivos podrían estar tranquilos y educarlos conforme a su ideología”, indicó.
Buena parte de la exposición de Niklison se refirió a las responsabilidades de la cúpula militar en el plan de robo de bebés, particularmente de Videla, a quien cuestionó porque “el silencio sólo lo rompe en una entrevista para reivindicar su accionar como jefe de la dictadura pero nada dice sobre los bebés apropiados, lo que demuestra la voluntad de seguir avalando lo que hicieron en esos años”. En ese sentido, consideró el fiscal que si bien hubo respuestas distintas frente a los niños nacidos en cautiverio o secuestrados junto a sus padres, hubo “una generalidad y extensión en el tiempo y el espacio que permiten llegar a la certeza de que obedece a decisiones adoptadas en la cúspide del poder militar”.
En otro tramo de su alegato, Niklison señaló que en el resto de Latinoamérica la represión no incluyó el robo de bebés y lo comparó con la represión de lo pueblos originarios durante la ‘Campaña del desierto’. “En esa época le sacaban los hijos a los indios a plena luz del día; un siglo después, la dictadura hizo lo mismo en centros clandestinos y se encargó de ocultar su siniestra obra”, recordó.
La fiscalía finalizó la introducción de su alegato con una cita al escritor Julio Cortázar ante las Naciones Unidas: “Si la desaparición de un adulto siembra el espanto y el dolor en el corazón de sus prójimos y amigos, ¿qué decir de padres y abuelos que en la Argentina siguen buscando, fotografías en mano, a esos pequeños que le fueron arrancados entre golpes, balazos e insultos? Vuelvo a pensar en Dante, vuelvo a decirme que en su atroz infierno no hay ni un solo niño pero el de los militares argentinos responsables de las desapariciones está lleno de pequeñas sombras, de siluetas cada vez más semejantes al humo y a las lágrimas.”

Fuente: Tiempo Argentino

EL ALEGATO DE LA FISCALIA EN LA CAUSA POR LA APROPIACION DE NIñOS DURANTE LA DICTADURA

“No se trató de conductas ocasionales”

El fiscal Martín Niklison sostuvo que hay pruebas suficientes para sostener que el robo de bebés respondió a “órdenes emanadas de las máximas autoridades militares” y que “se insertó en el plan sistemático de represión ilegal”.
“El horror de esos años no pertenece aún al pasado”, dijo Niklison, al abrir el alegato de la fiscalía.

Los testimonios y otros elementos recabados durante más de un año en las audiencias realizadas en los tribunales de Comodoro Py aportaron pruebas suficientes para concluir que el robo de bebés y niños, hijos de mujeres y hombres detenidos clandestinamente y en su mayoría desaparecidos, no fueron acciones aisladas durante la dictadura sino, por el contrario, un crimen que respondió a “órdenes emanadas de las máximas autoridades militares” y que “se insertaban en el plan sistemático general de represión ilegal”. Así lo considera la fiscalía que, bajo la representación de Martín Niklison, Félix Crous y la adjunta María Saavedra, actúa en el juicio que evalúa la responsabilidad de una decena de militares, entre ellos los dictadores Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone, en la sustracción, retención y ocultamiento de 34 niños y en la sustitución de sus identidades. Ayer, el fiscal Niklison comenzó a exponer su alegato en el que, además de definir los crímenes como partes de la táctica y la estrategia del terrorismo de Estado, advirtió sobre su vigencia actual, a más de tres décadas de su aplicación. “Hay duelos que nunca se pudieron realizar como consecuencia de la metodología represiva de la dictadura. El horror de esos años no pertenece aún al pasado”, introduce la posición fiscal. querellas que participan del proceso, iniciado en febrero de 2011 ante el TOF 6.

La certeza de la fiscalía se apoya sobre varios ejes. De por sí, fueron contundentes las declaraciones que citaron de boca de represores como Ramón Camps o el propio Videla, quienes reconocieron la sustracción de bebés a hombres o mujeres “de la subversión”. Para los fiscales, la cantidad de hechos juzgados, sumados a los que figuran en otras causas penales y los que ya recibieron condena; el número de “lugares en donde se produjeron las apropiaciones” y el traslado hacia allí de mujeres embarazadas desde donde estaban secuestradas clandestinamente aportaron a la demostración de su hipótesis.

“Si en Argentina tenemos cientos de casos (de apropiaciones) y en las dictaduras de países vecinos no hubo ninguno, es porque aquí se tomó una decisión diferente”, señaló Niklison. Respecto de los escenarios, subrayó que “no se trató de un par de comisarías o de un cuartel. Tampoco se limitó a instalaciones de una fuerza, sino que hubo maternidades en dependencias de la Policía Bonaerense, del Ejército y de la Armada”.

Por último, mencionó que “es impensable que en la Argentina de esos años se pudiera trasladar a una mujer embarazada desde Mar del Plata o desde Morón hasta la ESMA para que tuviera su hijo, luego se hiciera desaparecer a esa mujer y su bebé se le entregara a otra persona y que ello no respondiera a un plan perfectamente orquestado desde los máximos niveles”. La connivencia de representantes de la Iglesia en el secuestro de bebés –hecho probado en el caso de la nieta de Chicha Mariani–, así como de miembros del Poder Judicial –el caso de la jueza Marta Pons– y la participación de personal médico completan el tablero de indicios que apuntan a probar la sistematicidad de los crímenes: “Hemos visto personas que todavía no saben dónde están ni qué pasó con sus seres queridos, otras que han recuperado su identidad hace muy poco y que, por lo tanto, todavía tienen muy fresca y con dolor la herida abierta hace más de treinta años por quienes están siendo aquí juzgados”.

Fuente: pagina 12

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ANA LAURA MERCADER RELATO COMO FUE EL SECUESTRO Y LA DESAPARICION DE SUS PADRES

“Una incertidumbre insoportable”

En La Plata, en una nueva audiencia por los crímenes en el Circuito Camps, Mercader reconstruyó la historia que comenzó el 10 de febrero de 1977, cuando fueron secuestrados Anahí Silvia Fernández y Mario Mercader. Sus restos fueron identificados en 2009.

Ana Laura Mercader, de espaldas, con una camisa que lleva impresa la imagen de sus padres.
Por Alejandra Dandan

Hace poco Ana Laura Mercader golpeó las puertas de una casa y se presentó como periodista. Dijo que hacía una investigación sobre un operativo de la dictadura, sucedido muy cerca de ahí. Los moradores, después de un silencio de 36 años, se ofrecieron a acompañarla: no sólo sabían qué había pasado, sino que una de las mujeres había sido niñera de las dos hermanas de la casa. Días más tarde, cuando Ana Laura logró finalmente decirles quién era, que ella misma era una de esas hermanas, su vieja niñera sacó de adentro de un armario una camisa con bordes de broderie que había sido de su madre. Ayer, en una nueva audiencia por los crímenes cometidos en el Circuito Camps, Ana se sentó envuelta por esa camisa a reconstruir el operativo realizado en la casa de sus padres.

¿Jura decir toda la verdad?, escuchó al sentarse. El presidente del Tribunal Oral Federal 1 de La Plata, Carlos Rozanski, abría su declaración. A sus espaldas estaban sentados los represores y la silla de Miguel Etchecolatz. “Lo juro por los treinta mil desaparecidos”, dijo ella.

La abogada Guadalupe Godoy le preguntó si tenía familiares víctimas de esta etapa del juicio. Ana respondió con el nombre de sus padres. “Mi mamá, Anahí Silvia Fernández de Mercader, y mi papá, Mario Mercader, están desaparecidos desde el 10 de febrero de 1977 –dijo–, lo que voy a contar lo supe por lo que me contaron las personas que estaban conmigo y mis padres ese día, mis abuelas y familiares.”

El 10 de febrero de 1977, alrededor de las 7, una patota de unas veinte personas rodeó su casa de la calle 119. Unos diez se desplegaron a lo largo de la cuadra y otros subieron por los techos y entraron a la casa. “Rompen todo, tiran todo”, dijo Ana. “La interrogan a mi mamá, le preguntan dónde está mi papá. Todo el tiempo le preguntan por él. Según una vecina, me interrogan a mí que tenía dos años y medio, y me preguntan dónde está mi papá.”

Mario era técnico electricista. A las seis se había ido a trabajar. La patota decidió esperarlo. A las ocho llegó la persona encargada de cuidar a Ana Laura y María, de cuatro meses. Mary tenía 17 años. “La hacen entrar –dijo Ana– y le dicen que se quede y también le dijeron que limpiaba muy bien, y le advirtieron que se la iban a llevar.” Mientras, un represor le dio un tranquilizante a Anahí, otro grupo salió de compras paralizando a los vecinos del barrio: los vieron entrar al almacén por leche y pan; le ordenaron a la dueña que se quedara adentro, que si lo hacía no le iba a pasar nada.

Mario regresó finalmente con un compañero de Mar del Plata, apodado Piraña. Pero antes de entrar Anahí le gritó que se fuera. “Cuando mamá le grita, mi papá corre por el pasillo, se mete por un baldío, empieza un tiroteo y cuando quiere saltar por una pared le meten un tiro en una pierna y se lo llevan herido en una ambulancia.” Ese fue el momento casi del final del operativo, que terminó cuando llegó el jefe de la Policía de Buenos Aires, Ramón Camps. Para entonces, entre los que estaban tirados en el piso, estaba el padre de Mary. De regreso del trabajo, se topó con el barrio rodeado, agarró los documentos de su hija y se aproximó a lo de los Mercader. Lo tiraron al piso, le apuntaron con un arma, le preguntaron quién era y, cuando les dijo, le preguntaron cómo era posible que dejara a su hija trabajando en un lugar así. “Después de eso, su padre escucha que el jefe de la patota le dice a Camps que mi mamá no tiene nada que ver. Camps le dijo: ‘A ella también la vamos a llevar’. El padre de Mary le pregunta qué van a hacer con las nenas. Y Camps le respondió: ‘Regálelas, no sé, haga lo que quiera’.”

Ana describió el operativo casi sin parar, cortada por una tos que iba y venía. De todo lo que sucedió después, las imágenes casi no existen, aunque hay una que siempre imaginó como un cumpleaños: “Cuando nos vamos a la casa del padre de Mary había muchísima gente, yo recuerdo y eso sí lo recuerdo, porque había pensando que en ese lugar había un cumpleaños, ahora sé que eran las caras de todo el barrio que estaba en estado de shock”.

El padre de Mary llamó a sus abuelas. “Y mis dos abuelas nos llevan con ellas y a partir de ese entonces nuestra vida cambió. Tuvimos otra vida que no era la que nos correspondía, pero era mejor de lo que nos podía haber tocado después de la desaparición.” Esas abuelas, Elba Lahera y Monona Nélida Meyer, pidieron un hábeas corpus, se entrevistaron con quienes pudieron, incluso con el obispo Antonio Plaza. “Plaza le hizo una propuesta –dijo Ana–, quiso seducirla e invitarla a dormir con él... Más allá de lo anecdótico, me parece una cosa terrible.” La búsqueda siguió durante años. Incluyó visitas a neuropsiquiátricos. Otro allanamiento. Datos falsos en los diarios.

“Vivimos toda la vida con todo esto... Todos estos años han sido muy difíciles porque la desaparición genera una incertidumbre insoportable”, dijo ella. “Yo quiero recalcar que mi papá militaba en Montoneros, de lo cual estoy muy orgullosa, me enorgullece pensar que había gente que estaba pensando en cambiar un país. Mi mamá no militaba. Eran muy chicos, tenían 22 años. Vivimos así hasta el 2009, cuando nace mi hijo más chico y, a los tres meses, mi tío viene a darnos la noticia de que reconocieron los restos de mi papá y de mi mamá. Estaba mi hermana presente en ese momento, para nosotros fue un shock: no pensamos en ningún momento que esa noticia iba a llegar, no estaba en la cabeza.”

Los huesos de Anahí estaban en el cementerio de Avellaneda. Los de Mario en Rafael Calzada, pero los identificaron en el mismo momento. Según los datos, los dos murieron fusilados, los huesos están rotos por las balas que penetraron en los cuerpos. Por los sobrevivientes, saben que pasaron por la Brigada de Investigaciones y la Comisaría V. Anahí también estuvo en el Pozo de Arana. Mary, en tanto, nunca declaró. No sabe si alguna vez va a hacerlo porque no quiere ser desaparecida como Julio López.

“Me gustaría decir –dijo Ana al final– que los crímenes de lesa humanidad no prescriben hasta que no aparezca el último desaparecido.” Y agregó: “Los desaparecidos están, o vivos o muertos, pero están y ellos (los represores) tienen que decir dónde están porque nadie desaparece y se esfuma. Están”.

Fuente: Pagina 12

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Historias de desaparecidos: Ana Laura recuerda a su padres

Sociedad / Antes de declarar en el juicio por el Circuito Camps por la desaparición de sus padres, Ana Laura Mercader cuenta a Diagonales.com la historia de sus vidas.
Galería de Imágenes (14)

Ana Laura habla a los presentes el día del inicio del juicio por el Circuito Camps (Foto: Matías Adhemar)
Por Pablo Roesler
pabloroesler@gmail.com

-¿Porqué estás así mamá?
-Es por algo bueno, porque encontraron los restos de Mario y Anahí.
-Qué bueno, voy a conocer a mis abuelos.
-No Fran, son huesitos. Están muertos.
-Pero están, mamá.

Francisco tenía 10 años cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) identificó los restos de los padres de su mamá, Ana Laura Mercader, y pudo simplificar la importancia de lo que acababa de pasar luego de treinta y dos años de ausencia. Mario Mercader y su mujer Anahí Fernández tenían 22 años cuando una patota del jefe de la Policía, el coronel Ramón Camps, los secuestró de una casa en el barrio de Tolosa, en 1977, donde estaban con sus dos hijas: Ana, de 2 años y medio, y María, de cuatro meses. El matrimonio fue llevado a los centros clandestinos de detención que funcionaron en el destacamento de Arana, en la comisaría Quinta y el pozo de Banfield y luego los desaparecieron. Y sobre ellos y la búsqueda que comenzaron sus abuelas Elva y Monona –que no llegaron a ver los restos de sus hijos–, la hija mayor del matrimonio hablará en el juicio por el Circuito Camps que se realiza en La Plata.

“Lo que me gustaría decir es que mis viejos eran militantes, aunque mi mamá en ese momento no estaba militando porque nosotros éramos muy chicas y entonces estaba ocupándose de su maternidad, porque mi hermana tenía cuatro meses y tenía que trabajar. Me enorgullece que hayan sido militantes. Eran Montoneros”, arranca Ana Laura la entrevista con Diagonales.com, en la que enlaza en un relato la historia de sus padres, la de su desaparición y de la restitución de sus restos por el EAAF en el año 2009.

Ana nació en Jujuy en 1974 cuando sus padres tenían 19 años. Pero poco después todos regresaron a La Plata, de donde eran oriundos. “Mi papá estudiaba en Periodismo, en Psicología y en Cine”, enumera. Pero aclara: “Yo creo que estaba más que nada relacionado a la militancia, aunque yo también soy así, diversificada. Mi mamá pintaba. Había hecho el secundario, pero no estaba estudiando, pintaba y dibujaba muy bien”.

Los dos eran de La Plata. “Mi papá viene de una familia radical. Todos los Mercader son radicales, hasta mi papá. Y su descendencia tampoco”, recuerda la mujer de 37 años y madre de tres niños: Francisco, de 12 años; Martín, de 11, y Manuel, de 3.

Mario y Anahí vivían junto con sus hijas Ana Laura y María en una casa de 119, entre 523 y 524, en el barrio El Churrasco, de Tolosa. El 10 de febrero de 1977, una patota de Camps irrumpió en la casa poco después de que el hombre saliera a trabajar.

“Mi papá trabajaba en una empresa como técnico electricista. Se fue como a las 6 de la mañana y como a las 7 entró a mi casa una patota. Entraron 10 tipos a casa y rodean la manzana. Todo esto lo sé por el relato de una vecina que escuchó cuando llegaron y cuenta que escuchó que rompían todo, que interrogaban a mi vieja y que después me interrogaban a mi”, recuerda Ana Laura. Y continúa: “A las 8 llegó a mi casa la chica que nos cuidaba, porque mi mamá laburaba en la boutique que Cacho Malbernat tenía en el centro. Ella cuenta que cuando entró estaba todo revuelto y que mi mamá estaba sentada en la mesa de la cocina y dijo que estaba muy altanera”.

Con esa chica que cuidaba a las hermanitas de 2 años y medio y de cuatro meses, Ana Laura se encontró a fines de marzo pasado. Tuvo que ingeniárselas para poder vencer el miedo que se había incrustado en el cuerpo de esa mujer que guardaba silencio como única forma de protección.

“Cuando empecé a buscar los papeles para declarar, entre las declaraciones de mi abuela en la Conadep encontré un papelito con una dirección cerca de la casa donde yo vivía, con el nombre de un tipo. Fui a ver quién era y era el padre de la chica que nos cuidaba –sigue con su relato Ana Laura- . El Hombre me atendió en la puerta y le dije que era de la Facultad de Periodismo y que estaba haciendo una investigación sobre un secuestro que había ocurrido en la dictadura a la vuelta de su casa y que quería saber si sabía algo. Y me dijo que sí, que su hija trabajaba ahí y empezó a contar lo que sabía”.

Ese vecino le contó que ese día, cuando llegaba de trabajar en el Hipódromo y vio el operativo, fue hasta su casa a buscar los documentos y luego fue a buscar a su hija a su lugar de trabajo. Pero recordó que apenas entró a la casa de sus vecinos, lo tiraron al piso, le preguntan quién era y qué hacía allí. “El tipo estuvo en mi casa y lo reconoció a Camps, que llega en el final del operativo. Estuvieron seis horas en mi casa esperando a mi papá”, explica Ana Laura.

Fue ese hombre quien le indicó dónde vivía actualmente su hija y la mandó a hablar con ella. “Fui a verla y le pregunté si querría hablar conmigo. Ella me dijo: 'Yo no quiero ser como Julio López'. Yo le dije que no, que era para la facultad”, relata Ana. “Yo sí me acordaba de ella. Cuando la vi la reconocí, pero ella a mi no”, agregó.

Por el relato de la chica que las cuidaba, Ana Laura supo que la patota las mantuvo a las dos mujeres encerradas seis horas en la casa. Se enteró que en ese tiempo su mamá mandó a los secuestradores a comprar comida a un almacén porque tenía que cocinarle unos bifes a sus hijas, y supo que su madre logró alertar a su papá que estaba cayendo en una trampa.

“Cuando llega mi papá, mi mamá le grita: 'corré'. El pibe que vivía con él ya había llegado a la casa, porque habían llegado en moto con mi papá. Este pibe parece que había llegado el día anterior porque no tenía adonde parar. Cuando mi vieja le grita, mi papá sale corriendo por un baldío de al lado, intenta saltar una pared, pero le pegan un tiro en una pierna y se lo llevan herido”, cuenta Ana. Y agrega: “Cuando se lo están llevando cae Camps. Camps entra en mi casa, el jefe de la patota le pregunta ‘¿qué hacemos con ella?’. Y entonces le dice: ‘ella también’. Ella no tiene nada que ver, le dice el jefe de la patota. Y Camps dice: ‘No. Ella también’. Eso es lo que rescata la chica que nos cuidaba. Ella me dijo: ‘A ella no se la iban a llevar. Fue una decisión de Camps. Yo no sabía que era Camps, lo reconozco después porque lo he visto en fotos, en la televisión’. Y su padre dice que era Camps”.


Recuerdos. “Yo me acuerdo que en la pieza de mis viejos había una cortina turquesa y cuando nos encierran en esa pieza yo me agarro de esa cortina. Y yo me acuerdo de eso como si fuese hoy”, cuenta Ana Laura. Y explica que hay recuerdos que quedaron grabados en su memoria a pesar de ser tan chica y que otros fueron motivados durante los años de búsqueda de su identidad.

“Me acuerdo de la casa. No me la acordaba, pero cuando tenía veinte años, más o menos, soñé con la casa y la fui a ver y me dio mucha impresión, porque nunca la había registrado. Y con el tiempo me fui acordando de muchas cosas, a medida que fui investigando me fui acordando”, relata. Y completa: “Me acordé, por ejemplo, que cuando nosotros nos vamos de mi casa vamos a una casa donde había muchísima gente y mi recuerdo es como de un cumpleaños. Y cuando ahora fui a la casa del vecino y le pregunté que había pasado cuando se llevaron a Mario y a Anahí, me dice que se fueron a su casa con nosotras, mientras llamaban por teléfono a mi abuela. Y me cuenta que todo el barrio fue a su casa porque los vecinos estaban como en shock, que su casa era una multitud de gente. Y ese era el cumpleaños que a mi me había quedado registrado en la cabeza”.

La chica que las cuidaba a ella y su hermana llamó a sus abuelas, al número que Anahí le había dado mientras estaban cautivas. Poco después las fueron a buscar y las hermanas Mercader comenzaron una nueva vida con su abuela materna, Elba Lahera, y los fines de semana con su abuela “Monona”, Nélida Meyer, quienes iniciaron en ese mismo momento la búsqueda: “Ellas hacen habeas corpus, tramites ante la Conadep, mandan cartas al arzobispado, al ministerio del interior, de todo lo que se les ocurría”, relata Ana Laura.

En esa búsqueda, en el año 1979, cuando Mario y Anahí estaban ya muertos, una monja le dijo a Elba que su hija estaba en un psiquiátrico, por lo que la mujer buscó en todos los hospicios del país. También un gendarme la citó para ofrecerle información y aunque tuvo muchos encuentros nunca obtuvo ningún dato. También recordó que su abuela le contó que cuando fue a verlo a Monseñor Plaza, en lugar de ayudarla a encontrar y salvar a su hija el párroco intentó seducirla.


Mario y Anahí. “En realidad con el tiempo fui conociendo un montón de gente que estuvo con ellos en la comisaría Quinta, en Arana, en el pozo de Banfield. En realidad no estuvieron más de tres meses en el Circuito Camps”, contó la hija mayor del matrimonio desaparecido. “Sé de mi viejo que estuvo en la comisaría Quinta y que estaba herido –recuerda Ana Laura–. Sé que (los sobrevivientes) Mario Feliz, Miguel Laborde y Luis Favero lo vieron. Sé que mi mamá también estuvo en esa comisaría, que todo el tiempo gritaba el nombre de mi papá. Por lo que cuenta Adriana Calvo, sé que era muy optimista, muy perceptiva, que era ingenua dentro de su optimismo y que también era muy retobada”.

Y concluye: “Eso es más o menos lo que se sobre lo que pasó después del secuestro de mis viejos. Lo otro que sé de ellos creo que es todo lo que puedo saber por lo que averigüé por mi familia, por toda la gente que los conoció. Ahí recuperé parte de mi identidad”.


Reencuentro. Ana Laura y su hermana María recuperaron los restos de sus padres en 2009, cuando el EAAF los identificó entre 42 personas halladas sepultadas como NN durante la dictadura. Aunque habían dado muestras de su sangre al Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG), no se les ocurría la posibilidad de que ese día uno de sus tíos las hubiera reunido para contarles esa novedad.

“Es muy loco porque aparecen los dos juntos. Mi papá estaba en el cementerio de Rafael Calzada y mi mamá en el cementerio de Avellaneda. No los mataron juntos, no los enterraron juntos, pero aparecen, los reconocen, juntos. Y aparecen los restos de los dos, que es como una lotería”, recuerda Ana Laura.

Los restos de Mario Mercader habían sido exhumados en 1984, tras el retorno de la democracia, con retroexcavadora junto a otros cuerpos NN y puestos en bolsones que luego fueron incautados por la justicia. Recién en el 2000 los antropólogos individualizaron sus restos. “En el ‘89 el EAAF hace una exhumación en el cementerio de Avellaneda y de una manera completamente distinta recupera los restos de mi mamá”, explica la mujer.

Cuando la Cámara Federal les notificó el hallazgo de los restos, el primer impulso de las hermanas fue cremarlos, porque si habían estado tanto tiempo en un cementerio, la idea de devolverlos a otro no las convencía. Pero todo cambió cuando Ana Laura resolvió materializar la muerte de sus padres.

“Un día me levanté y fui a Buenos Aires. La gente del EAAF es humanamente increíble. Fui sin decir nada y me encontré con Mercedes, que es la especialista en genética, y le dije: ‘vine a ver los restos de mi mamá’”, recuerda Ana Laura.

–Bueno, ¿querés tomar algo fuerte? ¿Querés verlos ahora o querés verlos después? –terció la genetista.
–Yo vine a ver los restos. –insistió Ana.
–Pero, ¿sabés que vas a ver?
–Sí, huesos.
–Bueno, esperá que preparan todo y ahora vamos.

“Lo que yo no sabía era que iban a armar el esqueleto. Pero cuando entré a la habitación y vi el esqueleto de mi mamá, me pareció genial. No me pareció chocante: me emocioné, lloré, hice parte de mi duelo, pero pude materializar la muerte. Pude decir: ‘yo nací de esta persona, vengo de acá’. Soy parte de esto, es parte de mi identidad. Y como que enseguida pude pensar que el esqueleto es la estructura, es el sostén. Y es lo que sostiene mi identidad. Y ahí me cambió la película de querer cremarlos. Porque me dije: voy a pulverizar lo que tantos años costó encontrar”.
Fuente: Diagonales, martes

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