martes, 21 de agosto de 2012


 A 40 años del fusilamiento de 16 presos políticos en la Base Almirante Zar, el 22 de agosto de 1972

Las claves de la pericia que desmiente la "versión oficial" de la Masacre de Trelew

Una investigación del Centro Atómico Bariloche que fue incorporada a la causa desmiente la explicación de la dictadura de Agustín Lanusse de un ataque e intento de fuga. El físico que dirigió el estudio declarará en septiembre. 

Al cumplirse 40 años de la Masacre de Trelew, los acusados que están siendo juzgados por el fusilamiento de 16 presos políticos en la Base Almirante Zar en la madrugada del 22 de agosto de 1972 todavía sostienen como defensa la explicación difundida por la dictadura de Agustín Lanusse: que hubo un intento de fuga, que Mario Pujadas atacó al capitán Luis Sosa y que los guardias reaccionaron y masacraron a todos los detenidos. A pedido de la justicia, una pericia realizada por el Centro Atómico Bariloche reconstruyó cuatro décadas después la zona de las celdas y dio por tierra con la versión oficial de la Armada. 
El estudio, realizado en 2008 e incorporado a la causa, estuvo a cargo del físico forense Rodolfo Pregliasco, quien trabajó en casos como la masacre de Avellaneda, el asesinato de Teresa Rodríguez y la desaparición de Miguel Bru, y declarará como testigo el próximo 11 de septiembre. La pericia significó un respaldo científico de la prueba testimonial de conscriptos, marinos y de los tres sobrevivientes para desmentir la explicación de la Armada y confirmar que se trató de un fusilamiento y que muchos fueron rematados, como lo declararon María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar. 
Con un trabajo arqueológico sobre las paredes, pisos, techos y puertas originales que todavía permanecen en la Base Almirante Zar de Trelew, Pregliasco logró reconstruir el ala Oeste y las diez celdas donde fueron alojados los 19 presos luego de fugarse del Penal de Rawson. Para eso pasó con sus colaboradores un mes completo en el lugar y debió diseñar experimentos específicos para las necesidades que tenía la justicia de obtener alguna referencia material sobre lo que pasó. “Nos parece importante porque es una aproximación técnica a lo que han declarado tanto los sobrevivientes en posterioridad a los hechos como algunos marinos que participaron de la reconstrucción. Viene a dar la apoyatura científica a esos dichos y es coherente con el abundante plexo probatorio que confirma cómo sucedieron los hechos, distinto a lo que sostienen las defensas”, explicó a Tiempo Argentino Germán Kexel, abogado querellante por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación en el juicio por la Masacre de Trelew, que comenzó en mayo y que pronto ingresará en los alegatos.    
La primera etapa del trabajo del Grupo de Física Forense fue la reconstrucción de ala Oeste de la Base, escenario de la Masacre. Esto comenzó con el estudio de las capas de pintura que, como los anillos de un árbol, sirven para leer las épocas en las que hubo modificaciones o reconstrucciones. Además de la pintura, trabajaron también sobre los relieves de paredes y techos que a simple vista no se detectan y que permiten conocer si hubo reformas o una pared fue quitada, como es el caso de los calabozos. 
Con la información obtenida, Pregliasco y su equipo lograron darle forma a un plano exacto de las dimensiones de la Base, que les permitió determinar el lugar preciso donde debían estar los detenidos, guardias y la orientación de los disparos a las 3:30 del 22 de agosto de 1972.     
La segunda etapa de los trabajos consistió en el análisis a través de rayos gamma (similar a una radiografía) de la pared del final de pasillo de las celdas, donde deberían haber impactado las balas de las armas automáticas de los guardias que masacraron a los detenidos. 
Si bien las gamagrafías no detectaron rastros de balas alojadas en la pared, permitieron sacar conclusiones determinantes sobre lo que sucedió esa noche. Descubrieron que en la época de los hechos, la pared había sido “picada hasta el ladrillo y reemplazada con material nuevo” desde el piso hasta 1,6 metros de altura, señala la pericia. Y agrega: “Si la reparación fue realizada para eliminar los rastros de balas, la forma irregular responde al afán de incluir todos los impactos de la pared. Podemos concluir que, en este caso, los disparos en la pared no llegaban hasta una altura de 1,6 m del piso.” 
Si bien parece un dato accesorio, la altura en la que fue realizada la refacción indica que los guardias estaban apuntando hacia sus blancos y afirmados, ya que de otro modo las armas automáticas se hubiesen disparado hacia arriba, lo que descarta una reacción intempestiva o nerviosa de quienes apretaron los gatillos. 
Por último, los peritos se volcaron a tratar de determinar la veracidad de las fotos de la Revista Así, que pocas horas después de la masacre ingresó al lugar y fotografió la escena. Las tomas no fueron en la dirección de los calabozos por lo que no hubo imágenes de las balas que asesinaron a los 16 detenidos, pero sí del lado opuesto para mostrar lo que, según la versión de la Armada, serían los disparos que realizó Pujadas luego de atacar al capitán Sosa y sacarle el arma. En la foto se pueden ver tres marcas de disparos y en el epígrafe se señala que serían los “orificios producidos por los disparos de Pujadas”.
Luego de 40 años, Pregliasco halló uno de los orificios en la puerta y pudo determinar la dirección desde donde se debería haber realizado el disparo y la distancia máxima a la que podría haber estado el tirador. A partir de esa información pudo concluir que el ángulo de disparo no corresponde con la ubicación que habría tenido Pujadas, según la declaración de los marinos. 
A días de un nuevo aniversario y con el juicio por la Masacre ya avanzado, los acusados siguen sosteniendo la versión que difundiera la Armada en 1972. La única excepción fue Jorge Bautista, imputado por el encubrimiento de los hechos, ya que estuvo a cargo de la investigación militar de los hechos, quien declaró durante un reconocimiento judicial de la base que “no hubo un tiroteo” ya que “no hubo tiros de los dos lados”.  «


lo que dijo la armada
Aunque con el paso de los días la dictadura encabezada por Agustín Lanusse fue modificando detalles sobre los hechos que ocurrieron el 22 de agosto de 1972, el jefe del Estado mayor conjunto, el contralmirante Hermes Quijada, fue el encargado de transmitir por cadena nacional en radio y televisión el informe oficial tres días después de ocurrida la masacre.
"Con el objetivo de realizar el control previsto para esa hora (3:30), el jefe de turno (Sosa) recorrió el pasillo hasta el fondo y, a su regreso, cuando llegaba al extremo de salida del mismo, fue tomado por Pujadas del cuello, al tiempo que le quitaba su arma automática. Es de hacer notar que estando (Mario) Pujadas en ese extremo del pasillo (era el primero), al tomar contra su cuerpo al jefe de turno, prácticamente cubría tras de sí al resto de los reclusos. Instantáneamente y con gran destreza, Pujadas (que era especialista en karate) dispara contra uno de los tres guardias, pegando su primer impacto muy próximo a la cabeza de uno de ellos", comenzó a leer el marino el 25 de agosto de 1972.
"A pesar del rehén, se cumplen las claras órdenes existentes de que se tirara aun en esas circunstancias, por lo que uno de los guardias abre el fuego a tiempo que los detenidos aprovechan el cubrimiento para avanzar sobre los guardias. A pesar de ello, Pujadas rápidamente efectúa otro disparo que tampoco dio en el blanco, dificultado por el forcejeo que mantenía el oficial para zafarse. Dicho disparo pasó muy cerca de la cadera de uno de los guardias y se incrustó en una puerta. El oficial logra zafarse de Pujadas y hace cuerpo a tierra. La acción de las armas no se hace esperar contra los reclusos agrupados y en tren de fuga. Cuando cesa el fuego, se comprueba que 13 de los detenidos están muertos, mientras que los seis restantes quedan heridos", concluyó Quijada al dar cuenta de la versión oficial.
 



"lo tomé como un desafío, una aventura intelectual"
“Cuando el juez me cuenta lo que necesita no me imaginé cómo hacerlo, la base había sido alterada tras 35 años y no tenía ninguna expectativa. Por eso lo tomé como un desafío, una aventura intelectual”, cuenta Rodolfo Pregliasco, director del Grupo de Física Forense del Centro Atómico Bariloche, la única entidad que desde el Estado se dedica a realizar investigaciones forenses. 
Para el trabajo, Pregliasco y su equipo viajaron tres veces a Trelew y permanecieron un mes completo en ese lugar reconstruyendo la matanza. Recordó la "carga emocional" de haber vivido cuatro semanas en la base trabajando sobre un caso "que marcó a una generación".
Al momento de comenzar esta investigación, el Grupo de Física Forense ya contaba con credenciales importantes y antecedentes de casos de represión estatal. Participaron en la reconstrucción de la Masacre de Avellaneda donde fueron asesinados Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, y en el asesinato de Teresa Rodríguez. En ambos casos utilizaron una técnica creada especialmente para la investigación, que les permitió determinar a través del audio de videos desde donde proviene un disparo. 
El grupo de física forense también estudió las imágenes y videos de la represión del 19 y 20 de diciembre de 2001 por pedido de la justicia e intervino en el caso de la desaparición de Miguel Bru en La Plata. Allí lograron probar el paso del joven estudiante por la Comisaría 9ª de esa localidad al reconstruir el libro de ingresos que había sido borrado y tachado.



las pruebas del estudio
Tiempo accedió al documento en el que el Grupo de Física Forense expone sus conclusiones. Se destaca el análisis realizado a una puerta, fotografiada tras la masacre por la revista Así, que recibió impactos de bala que la Armada atribuyó a Pujadas. El Grupo de Física Forense encontró la misma puerta, levantó la pintura y descubrió una reparación con enduido en uno de los orificios. Determinó que esa reparación fue realizada en la misma época en que se reparó la pared del fondo del pasillo donde fueron fusiladas las víctimas, la posición del tirador y que el disparo fue realizado de arriba hacia abajo. Todos estos datos desmienten las declaraciones de los marinos sobre la posición que habría tenido Pujadas.
Fuente: Tiempo Argentino

 
las12
Viernes, 17 de agosto de 2012
RESISTENCIAS

Las puertas que se van abriendo

Al cumplirse cuarenta años de la Masacre de Trelew y en el contexto de un juicio considerado histórico, Adriana Cappelletti, Ilda Bonardi y Luisa González, viudas de los militantes fusilados el 22 de agosto de 1972, y Alicia Lesgart, prima de otra de las fusiladas, Susana Lesgart, permanecerán en esa ciudad patagónica hasta el miércoles próximo para transmitir sus vivencias y sostener la memoria en actividades culturales, charlas en las escuelas y actos políticos, y “para que nunca más la Justicia demore las condenas”.

DE DER. A IZQ.: ALICIA LESGART, ADRIANA CAPPELLETTI Y LUISA GONZALEZ.
Por Sonia Tessa
En la madrugada del 22 de agosto de 1972, Adriana Cappelletti tuvo un sueño que sintió como pesadilla: soñó que se le caía un mate y se agujereaba. Se despertó angustiada, y descubrió que se le había roto una muela. Supo que era un signo: había pasado algo malo. Tenía 23 años, vivía en la clandestinidad en la ciudad de Santa Fe, era militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores y esposa de Alberto del Rey, preso en la cárcel de Rawson hasta el 15 de agosto y retenido en la base Almirante Zar tras haber participado de la fuga que una semana antes había conmovido al país. Adriana supo muy pronto qué era lo que había pasado: a primera hora de la mañana, las radios informaban sobre la Masacre de Trelew, en la que habían fusilado a 16 militantes, entre ellos su marido. Estaba recién casada. No pudo velar a su amado. Su única presencia en la despedida fue una bufanda roja que había tejido para que le llevaran a la cárcel. Sobre el féretro de Alberto, esa prenda y la bandera del Ejército Revolucionario del Pueblo fundían una identidad. Pasaron 40 años para que aquel crimen llegara a juicio oral y público. Adriana todavía llora a su compañero, lo recuerda como si estuviera allí, congelado en sus 23 años.
Adriana es querellante, pero no será testigo en el juicio. En cambio, Ilda Bonardi, viuda del cordobés Humberto Toschi, sí se sentó frente al Tribunal el 4 de junio pasado para contar lo que sabía. Ella también estaba en la clandestinidad en el momento de la masacre, había vivido en Trelew desde abril de 1972 hasta el 13 de agosto, porque fue una de las que colaboró en la preparación de la fuga desde afuera del penal y debía dejar la ciudad antes de la fecha señalada. Frente a los jueces Enrique Guanziroli, Pedro De Diego y Nora Cabrera de Monella, Ilda llevó dos documentos hasta entonces desconocidos: la escritura pública que el hermano de Humberto hizo confeccionar cuando llegaron los féretros y que ocultó durante 40 años, y también las fotografías que Julio Ulla sacó del cadáver de su hermano Jorge Alejandro, otro de los fusilados, también santafesino. El tampoco la había mostrado durante estas décadas. “Estamos hablando de dos hermanos, que tuvieron esa documentación guardada durante tantos años. Cómo se va abriendo esta historia a partir del juicio es algo increíble”, subraya Ilda.
Adriana refuerza esa idea. “Con el juicio, después de 40 años, se comienzan a abrir puertas. Hay mucha gente que decide decir o mostrar lo que sabe. Es algo paradigmático: cómo la posibilidad de enjuiciar la masacre hace que muchas personas puedan contar lo que saben, hasta anónimamente hacen llegar documentos”, dice y subraya que el proceso oral y público está iluminando “más de lo que sabemos, de lo que tenemos la posibilidad de saber, que la gente se empiece a abrir es también una forma de sanar”.
El juicio comenzó el 7 de mayo pasado. Luis Sosa, Emilio Del Real, Rubén Paccagnini y Carlos Morandino están acusados de homicidio doblemente agravado en 16 casos y en grado de tentativa en otros tres casos. En cambio, dos eludieron estar en el banquillo de los acusados. Uno es el almirante Horacio Mayorga, ya que el Cuerpo de Medicina Forense consideró que por razones de salud mental no está en condiciones de defenderse en juicio, y el otro, el capitán Roberto Bravo, cuya extradición fue negada por Estados Unidos, país donde reside.
Adriana es rosarina, como lo era Del Rey. El estudiaba Ingeniería química y ella Letras, pero debió interrumpir sus estudios en plena represión. Fue presa política desde 1975 a 1982. Pudo recibirse muchos años después. Ahora, vive cerca de Rosario, en San Nicolás, y se emociona al recordar la historia. “Para mí, Alberto era un hombre del futuro”, dice Adriana sobre aquél que la enamoró en la escuela secundaria, y del que todavía parece prendada. “Los compañeros eran especiales, comunicativos, cariñosos. Tenían una especie de don. Ellos hablaban mucho con los familiares, y de alguna manera los convencían. Mis padres estaban encantados con él, y cuando lo encarcelaron formaron parte de la Comisión de Familiares de Presos Políticos, Estudiantiles y Gremiales (Cofappeg), que tanto hizo para visitarlos en la cárcel”, relata Adriana. En 1971, cuando encarcelaron a Alberto, ella pasó inmediatamente a la clandestinidad y se fue a la ciudad de Santa Fe. Aunque no pudo estar en el velatorio de su marido, sí participó de las marchas que se hacían en esa ciudad para repudiar la masacre. “Lo que veíamos era que salía la gente, no eran los militantes ni los organizados. Fueron marchas increíbles, parecía que todos los conocían, hablaban de ellos”, recuerda aquellos días de 1972.
Militantes del ERP junto a sus compañeros, Adriana e Ilda sabían de clandestinidad y de lucha. Ponían el cuerpo como tantas otras mujeres en aquella época. “De mi compañero, lo esencial es la historia de amor, porque lo demás fue la vida que elegimos”, desliza Adriana en algún momento. Ilda parece más dura, habla de las tareas que realizó en Rawson y Trelew en aquellos días sin sosiego. “Siempre se quiso hacer creer que Trelew era un pueblito perdido en la estepa patagónica, pero no fue así. Cuando los presos llegaron, había huelgas de trabajadores de distintas ramas, las ciudades estaban convulsionadas como todas en la Argentina después del Cordobazo, y hubo una solidaridad política muy fuerte de la población con los presos políticos. Se armó una comisión de apoderados, que se ocupaban de cada detenido, y recibían a los familiares cuando iban, porque no paraban en hoteles sino en casas de familia. La dictadura de Lanusse tuvo la intención de aislarlos, pero no lo pudieron conseguir”, dice de un tirón. Por eso –cree Ilda–, para los habitantes de Trelew el juicio es también una reivindicación histórica. “Seguimos sintiendo la dedicación como si hubiera sido ayer, porque los pobladores de Trelew defendieron a nuestros compañeros, y lo pagaron muy caro. Muchos fueron asesinados o desaparecidos”, dice Ilda sobre esa ciudad a la que volvió en junio, para dar testimonio, y en la que permanece esta semana, para los actos conmemorativos. Ilda es rosarina, pero vivió años en Córdoba. En 1973 volvió a su ciudad, para escapar de la persecución política.
La vivencia de Luisa González fue diferente en 1972, y siguió siéndolo siempre. Ella conoció a Mario Delfino en su propia casa, cuando él fue a entrevistarse con Félix Prieto, su cuñado, también del Partido Revolucionario de los Trabajadores. “Nos enamoramos y yo también hice algún tipo de militancia cuando todavía era el PRT”, recuerda ahora, mientras la emoción amenaza una y otra vez con estrangularle la voz. Se casaron el 2 de octubre de 1967, y el 15 de septiembre del año siguiente nació su hijo, Marco Emiliano Delfino. “Es difícil decir algunas cosas que hacen a mi historia, es lo que me planteé toda la vida”, se justifica antes de avanzar en el relato de sus encuentros y desencuentros. “En 1969 nació el ERP y la propuesta de Mario fue pasar a la clandestinidad. Yo no acepté, pero no me desconecté. Hasta principios del ’70, cuando él fue tomado preso, yo vivía con mi mamá pero nos veíamos. No fue una separación con motivo de tomar dos caminos distintos, que durante muchos años fue mi contradicción”, dice Luisa, como si aquellas dudas siguieran carcomiéndola. Mientras Delfino estuvo preso en las cárceles de Rosario y de Coronda, ella y el niño lo visitaron. “Con los otros presos, él le hizo un karting y una cajita de madera”, recuerda. Sobre el final de la entrevista, leerá casi sin aliento una poesía de Marco dedicada a su padre. “Hoy volví a sentir la gran muralla de la soledad”, comienza el texto del joven, que reclama un padre como los demás. Luisa dirá: “Me quedó incompleta una parte de mi vida”.
En Ilda, el tono es diferente. Cuenta que su hijo Sebastián, nacido el 13 de enero de 1972, visitó varias veces a su padre, primero en Devoto y luego en Rawson. “Ibamos dos veces por semana. Los jueves lo llevaba a la mañana temprano, y se quedaba con su papá y con los otros compañeros”, recuerda casi con una sonrisa, orgullosa de que su hijo “haya conocido al padre”. Entre abril y agosto de 1972, la actividad de Ilda en Trelew fue intensa. Como integrante de la Cofappeg participó en la reunión con Alejandro Agustín Lanusse, en la que pidieron garantías constitucionales para los presos. En ese encuentro, el dictador aseguró que “si pudiera pararía la tortura”, en un explícito reconocimiento de los apremios ilegales.
Alicia Lesgart es la prima de Susana Lesgart, otra de las fusiladas, que era pareja de Fernando Vaca Narvaja. Se emociona al recordar el reciente relato de Fernando sobre el momento de la despedida, la noche de la fuga. Fernando pudo escapar. Alicia quiere reivindicar a su familia, residentes en Córdoba. “Eran cinco hermanos, una familia maravillosa, estudiaban música, danza. A Susana la fusilaron en Trelew y a su hermana, Adriana, la secuestraron en 1979, durante la contraofensiva. Está desaparecida, como Rogelio y Mariela (María Amelia, en realidad, pero la familia le decía así), secuestrados en abril de 1976. La única sobreviviente de los hermanos, Liliana, se exilió en París, donde hizo un gran trabajo militante para denunciar la situación de desaparecidos y presos políticos en Argentina”, relata.
Cuatro décadas después, Ilda sigue considerando que aquella fuga fue exitosa, porque permitió la salida de seis militantes –Santucho, Osatinsky, Vaca Narvaja, Menna, Gorriarán Merlo y Quieto– a Chile. Lo ocurrido posteriormente lo atribuye, en parte, al descreimiento de los que colaboraban desde afuera sobre el éxito de la operación. Una semana después, los 19 presos que no habían logrado fugarse y se habían rendido para ser trasladados a la base Almirante Zar, fueron fusilados. Tres sobrevivieron: María Antonia Berger, Ricardo René Haidar y Alberto Camps. Presos políticos en la cárcel de Devoto, en la madrugada previa a la asunción de Héctor J. Cámpora, los tres fueron entrevistados por Francisco “Paco” Urondo. El libro se llamó Trelew, la patria fusilada. Los cuatro, entrevistador y entrevistados, están desaparecidos.
“Nosotros siempre reivindicamos que lo de Trelew fue la génesis de la represión que vino después. A tal punto que, en las últimas declaraciones, Videla admitió que consideraban mejor que desaparecieran, porque fusilar a los militantes traía muchos problemas”, puntualiza Ilda. Para Alicia Lesgart, militante incansable por los derechos humanos desde la última dictadura, se trató del “puntapié inicial, el ensayo de lo que vino después”. Adriana agrega que “la Masacre de Trelew, a partir de 1973, trató de sepultarse, de confinarse al olvido. Y a partir de 1976 sentí siempre que la última dictadura fue de un grado de salvajismo, una organización tan macabra de exterminio, que cuando vino la democracia era lo primero por investigar y juzgar. Trelew no era casi nada”.
En 2005, un grupo de familiares entre los que estaba Alicia Lesgart fueron convocados por iniciativa de Néstor Kirchner, con la intención de reabrir la causa. “Los que viajamos fuimos un puñadito. Hicimos una reunión con Eduardo Luis Duhalde, a quien quisiera reivindicar por su acompañamiento permanente, desde el mismo momento de la masacre. En aquella reunión de 2005, Duhalde nos comunicó que el Presidente había decidido reimpulsar la reapertura de la causa”, relata Alicia, deseosa de contar una anécdota curiosa de aquella reunión. “Desde la Comisión de Derechos Humanos del Concejo Municipal de Rosario nos habían retaceado la adhesión, pero en aquel entonces había un concejal, Agustín Rossi, que nos hizo llegar su apoyo. Me acuerdo como si fuera hoy que Duhalde me preguntó quién era Rossi y yo le conté que era un compañero, un concejal del Frente Grande. Siempre se lo quise decir al Chivo”, dice entre risas sobre el actual presidente del bloque de diputados nacionales del Frente para la Victoria. El juicio empezó este año, cuando se cumplen las cuatro décadas de aquel 22 de agosto. Mientras tanto, y sin audiencias porque así lo decidió el Tribunal, desde el 15 hasta el 22 habrá en la ciudad patagónica actos políticos, charlas en las escuelas y actividades culturales. Allá está Ilda, allá irá Adriana y también Alicia. “Este juicio es histórico, por lo que fue pero más por lo que viene. Sostenido por la memoria durante 40 años, debe servir para que nunca más la sociedad, el poder político y cada uno de nosotros retrase ningún juicio, porque cuando la Justicia demora la condena, provoca daños irreparables”. Las palabras fueron escritas por Adriana, movilizada por la entrevista. Para ella, la masacre es un dolor que persiste.
Fuente: Pagina 12

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Preludio de una masacre

 
Año 5. Edición número 221. Domingo 12 de agosto de 2012
Por 
Eduardo Anguita
Celedonio Carrizo/ Pedro Camarero/ Alejandro Ferreyra./ El momento. el grupo de militantes fugados de Rawson se entregan al comprobar que las posibilidades de escape eran nulas.

 

La histórica fuga del penal de Rawson desencadenó el fusilamiento de 16 militantes en una base de la Armada. Al cumplirse 40 años de los hechos, tres protagonistas de la evasión revelan detalles inéditos de esta historia.
En muy pocos días se cumplirán 40 años de lo que fue una tragedia, una masacre en la Base Almirante Zar, de Trelew. Un grupo de detenidos a disposición de un juez federal, con toda la atención de la prensa nacional e internacional, fueron protagonistas de crónica de una muerte anunciada. El odio de la dictadura de Lanusse era muy grande porque, días antes, se había producido una fuga en el penal de Rawson, que según Lanusse era el penal más seguro del país. Me acompañan tres protagonistas de aquella fuga: los ex integrantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) Pedro Cazes Camarero y Alejandro Ferreyra y el ex militante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) Celedonio Carrizo. ¿En qué lugar los agarró aquel 15 de agosto el día de la fuga?
Celedonio Carrizo: –A mí me agarra en Rawson. Soy uno de los que intentaron fugarse ese día. Nos trasladaron desde el penal de Villa Urquiza. Masivamente, fuimos los primeros presos políticos que llegamos ahí. Nos trasladaron por la fuga de Villa Urquiza, en septiembre de 1971.
Pedro Cazes Camarero: –Nosotros llegamos en un grupo desde Villa Devoto, a raíz del secuestro de Oberdan Sallustro. El gobierno decidió interrumpir las negociaciones que se estaban haciendo por Sallustro con la empresa Fiat. Para eso nos enviaron a Rawson. Cuando llegamos ya había gente de distintos lugares del país. Estaba claro que tenían una gran confianza de que era un lugar de donde era imposible fugarse. Estaban Santucho, Gorriarán y un grupo de distintas vertientes. Incluso, gente que habían sacado de un buque prisión.
Alejandro Ferreyra: –Yo estaba afuera. Ese día, junto con Fernández Palmeiro, tomamos el avión de Austral que venía volando de Comodoro Rivadavia. Aterrizó en Trelew y nosotros teníamos que esperar hasta que viéramos algún movimiento extraño. Entonces no había celulares, como ahora. Estábamos como simples pasajeros. Teníamos que tomar por asalto el avión en el momento en que vinieran los compañeros. La toma se hacía en la escala de Trelew. El avión llegaba y se suponía que había un momento de espera. Abajo, en el aeropuerto, estaban tres compañeros: Ana Baisman, de las FAR, Jorge Luis Marco, que era el responsable militar del ERP, y otro compañero de las FAR. Anita tenía la tarea en relación con el avión. Y Marco, la relación del aeropuerto con el penal. Como no llegaban, Ana inventa una historia con el equipaje. Y esperan. La fuga iba a comenzar cuando nos comunicáramos con Trelew para avisar que salía el avión. Los compañeros de afuera avisaban a los de adentro. Se inicia la fuga. A partir de ahí ya estaba todo en marcha: lo que ocurrió fue que el avión no estaba ni siquiera en la cabecera de la pista sino muy cerca del aeropuerto y nosotros vimos un gran movimiento extraño. Y decidimos tomar el avión. Fernández se encargó de la cabina y yo de las azafatas, que eran cinco. Llevamos el avión a la cabecera de la pista porque suponíamos que ya venían los compañeros.
–Como el penal era alejado, la idea era ir al Chile de Salvador Allende. Era un viaje que tenía una cantidad de interrogantes políticos y dificultades operativos. ¿Cómo se pensó esa fuga entre organizaciones que hasta ese momento operaban de modo distinto, con sus propios planes operativos?
C.C.: –Sobre la fuga siempre se conversaba entre las organizaciones que tenían operaciones parecidas. A veces se llevaban a cabo conversaciones conjuntas. En el caso de Rawson, Tinqui (Marcos Osatinsky) venía de Córdoba, no de Buenos Aires. Fueron los primeros presos en llegar, con nosotros. Quieto llega después. Y, en joda, nos decía que les habían frustrado el plan de fuga a los cordobeses, porque ellos habían estado haciendo un túnel. Entonces había que trabajar en un nuevo plan. Se hacen los relevamientos, vamos a distintos pabellones y, después, la idea de la fuga la trabajaron los compañeros que eran responsables de cada organización. Nosotros sabíamos que teníamos que establecer la idea de salir en libertad para retornar a nuestra militancia. Los compañeros del ERP, FAR y Montoneros deciden hacer un túnel. Se busca el traslado de un grupo de compañeros al pabellón 5, que está cerca del muro de contención, para que trabajen. Todo eso se fortalece a partir de un gran debate político entre las organizaciones. Se mezclan los compañeros y se establece que no tiene que haber una organización que maneje todo sino que las cosas se harán en conjunto. Mucha discusión política. Yo vengo del peronismo y me toca discutir de peronismo con el Robi Santucho. Yo era peronista por historia, por mi viejo, por sentimiento, por una serie de cosas. Y no quería discutir con el Robi. Y me dijeron: “Bancátela. Aprendé a defender tus convicciones”.
P. C.C.: –Yo reivindico el hecho de que había decenas de personas enteradas de esto y, sin embargo, se pudo conspirar. Hay una leyenda que dice la inteligencia de los “servicios” impide que uno conspire con eficacia. La experiencia nuestra fue todo lo contrario. Ese secreto lo mantuvimos durante meses sin que el enemigo se enterara. Es la historia de una conspiración victoriosa. La primera gran frustración fue que la celda de Gorriarán, desde donde cavábamos, se llenaba de agua. En el piso, con una paciencia de presos, se había cortado el intersticio de las baldosas con una hoja de afeitar y se penetró hasta el final del contrapiso. Había la posibilidad de levantar cuatro baldosas y cavar medio metro de profundidad. Una vez que se hizo, pensamos que la mitad del trabajo estaba hecho. Pero fue una frustración porque se llenaba de agua y de piedritas. Se utilizó eso para esconder cosas. Pero cada vez que había requisas o sospechas, teníamos que llenar el intersticio de las baldosas con una mezcla.
–En algún momento se cambia esta idea del túnel por otra. ¿Cómo terminó en esa de tomar el avión de Austral?
A. F.: –A veces la historia oficial de las organizaciones muestra un grupo absolutamente decidido, que son los que estaban presos, y que los que estaban afuera eran los que tenían más dudas. Yo estuve 11 años preso. Sé de lo que hablo. Es un ambiente muy particular. Uno sueña todas las noches con la libertad. Afuera la realidad eran 1.500 kilómetros de distancia, sin ningún apoyo logístico en la zona. Yo pertenecía al Comité Capital del ERP y me mandan; estuve cerca de dos meses recorriendo la Patagonia y haciendo tareas. Una consistía en ver las posibilidades de otras alternativas, como cavar pozos. Pero era imposible trasladar agua a ciento y pico de compañeros fugados, dos litros por día y comida. Y luego, caminar kilómetros por esa Patagonia donde a los 15 días uno veía las propias huellas que había dejado. Buscábamos pistas de aterrizajes en estancias, compañeros de las FAR fueron a Paraguay a ver si podíamos conseguir un avión. Había uno para 30 personas. Pero serían 115. El tema siempre era el número. Y llegó un momento en que la única posibilidad era el vuelo de Austral. Ahora quiero contar lo que no se sabe: imagínense un avión, de 100 plazas, que tiene que bajar a todos los pasajeros en el aeropuerto en medio de la confusión y subir a 140 compañeros. 115 que venían del penal, cinco que venían en los camiones, tres que estaban abajo organizando esa movida, los que venían en el avión y, el tema más complicado, 10 compañeros, entre los que estaba yo, que teníamos que contener a los marinos de la base. Una vez que empezara todo, era posible que los marinos se enteraran. Había 10 compañeros, bien armados, para parar todo. No nos preocupaba, y digo esto para que vean el nivel de determinación que teníamos. Era una operación que tenía tiempos muy justos. Se cometió un error de apreciación, el compañero del camión que no llegó a entrar. Pero está en el marco de que los compañeros de las FAR, 36 horas antes, en una reunión conjunta con el ERP en Bahía Blanca, plantearon levantar la acción. Estos compañeros habían tenido un enfrentamiento con la policía en Liniers en el que hubo tres muertos. No era que no estaban decididos, eran compañeros muy comprometidos. Eran tantas las presiones que había... El 13 de agosto habían estacionado en el mismo aeropuerto de Trelew tres aviones militares de la base aeronaval. Y nosotros nos preguntábamos por qué los habían estacionado ahí. Esto hizo que cambiáramos el plan operativo y que les dijéramos a nuestros compañeros que se quedaran en Buenos Aires. Y que Palmeiro y yo fuéramos a tomar el avión, simplificando todo, reduciendo al mínimo y esperando que todo saliera bien. Hubo muchos compromisos. Yo me acuerdo de la frase que dijo Marco: “En esta instancia, si vamos a morir, morimos nosotros tres”. El responsable militar del ERP, el responsable del comité Capital y un miembro del comité militar que tenía los equipos en la provincia de Buenos Aires. Era totalmente jugado, era a todo o nada.
–Entre la cárcel de Rawson y el aeropuerto de Trelew hay una distancia. En realidad, de todo el grupo, sólo 25 pudieron abordar los camiones que estaban ahí. Porque hubo una serie de problemas operativos. Eso es lo que dificulta y hace que el avión saliera con el primer grupo, compuesto por seis presos, los máximos dirigentes, que son los que se salvan, y quedaran 19 fugados de la cárcel en el aeropuerto y los otros dentro del penal.
C.C.: –A propósito de lo que cuenta Alejandro, uno se va a enterando de más cosas cuando cada uno relata la parte que le tocó. Cada uno manejaba una parte. Sabíamos cuál era el plan de fuga en general, pero después cada grupo de compañeros tenía su tarea en este engranaje donde todo era muy justo. El programa de adentro se hizo perfecto. Hubo pequeños errores, pero se fueron solucionando. Falló la entrada de los camiones. Hubo mala interpretación de las señas. Sólo entró un auto que manejaba Carlos Goldemberg, quien tenía entonces 18 años, que dice que como vio que se iban los camiones entró para ver si necesitábamos algo. Nosotros estábamos en la puerta. Entre Robi y Marcos Osatinsky dicen que llamen remises y nos juntamos en el aeropuerto. Suben los seis compañeros de la conducción de las tres organizaciones. Los otros esperábamos y sólo llegaron tres remises. Se demoraron porque no tenían la misma agilidad. Y había que esperar un auto para que todo el grupo fuera junto. Yo alcanzo a sentarme en uno de los autos. Pero alguien me dice que faltaba La Vieja, que era Alfredo Elías Kohon. Kohon viene corriendo, me da un abrazo y me dice: “Nos vemos afuera”. Otro me dice: “Esperamos el próximo”. Ese próximo nunca llegó. Nos quedamos en la puerta un rato largo hasta que dan la orden de retirada y resistimos con los rehenes. Pero es cierto que todo fue muy finito: los camiones que no entraron, el enfrentamiento con el guardia que se resiste. No era la intención herir a nadie. El guardia Valenzuela fue el único que intentó resistirse y es el único muerto de la fuga. Son cosas que pasan.
P.C.C.: Nosotros teníamos como tarea apoderarnos del ala izquierda, cuando Santucho, Osatinsky y el resto del grupo de vanguardia se iban apoderando de los distintos centros neurálgicos. Quedaban las distintas alas del penal sin contener. Yo estaba con Haidar, uno de los compañeros que sobrevivieron al fusilamiento. En medio de semejante trama a veces pasan cosas hasta graciosas. Nosotros habíamos hecho un chequeo que evidentemente no había sido tan eficaz; pensábamos que era muy probable la existencia de gente durmiendo al lado de la obra. Y que había cambio de guardia en el dormitorio de oficiales. Yo entro pensando que iba a encontrar a tres o cuatro personas durmiendo. Y encuentro a un solo tipo tapado hasta la cabeza. Trato de despertarlo. Lo sacudo. Y nada. Le digo que se despierte, que éramos guerrilleros que habíamos tomado el penal y que lo haríamos prisionero. El tipo saca la cabeza, me mira, sonríe y se vuelve a tapar. Pensó que era una broma de sus amigotes. Hubo que sacarlo medio a la fuerza. En el recinto del teléfono, donde creíamos que a lo sumo habría un telefonista, me encuentro una mesa con 11 oficiales sentados, que apenas entraban, que discutían no recuerdo sobre qué cosa, y un viejito sentado a la cabeza. Casi me desmayo: ¿Cómo iba a hacer yo solo para desarmar a 11 tipos? Entonces, interpelo al viejito y le digo que se rinda. Yo iba muy atildado, porque la idea era ir vestido como si fuéramos a una fiesta. El hombre se rinde. Y se rinden todos. A la vista no tenían armas. Yo tenía una pistola 45, con una bala de 1936. Ellos se tiraron al piso. A los dos minutos el compañero del calabozo me grita para saber qué pasaba, ya que yo no había llevado a la persona que presuntamente tenía en mi poder. Es que eran muchísimos. Y solo yo no podía. A los cinco minutos, aparece Vaca Narvaja vestido de teniente del Ejército. Con mucha prolijidad las compañeras le habían hecho el traje. Aparece por el medio del patio con decenas y decenas de cadetes del penitenciario, a los cuales había engañado: los traía a paso de ganso. Primero, los encerró en el calabozo y luego me ayudó con los que yo tenía. El único problema que hubo fue que en medio de todo se escuchó un primer tiro y luego otro no tan fuerte. Resulta que un guardia se había parapetado con un fusil Fal detrás de una columna a la entrada. Imaginate que con un guardia a la entrada, parapetado con un Fal, no podía salir nadie. Los compañeros no pudieron hacer otra cosa que anularlo. En ese momento, el compañero que tenía que entrar con el camión se confundió y creyó que la fuga había fracasado. Cuando era frecuente que los guardias aburridos dispararan en la cárcel.
–Las anécdotas pintan muy bien el clima y la fragilidad de una época. De un gran voluntarismo y, sobre todo, la libertad para volver a la militancia. Pasaron 40 años de estos hechos y los tres que sobrevivieron a las balas de los fusilamientos de ese 22 de agosto y volvieron a la militancia fueron víctimas de la última dictadura por esa determinación revolucionaria. A 40 años, ¿cómo recuerdan esa militancia, cómo viven hoy el momento de la política?
C.C.: –Quiero agregar que ya en ese momento de la dictadura estaba funcionando la doctrina de la seguridad nacional. Es Lanusse personalmente quien habla con Paganini, capitán jefe de la base, para que los lleve ahí. Luego, el fusilamiento se produce cuando los ministros de Relaciones Exteriores de la Argentina y de Chile conversan, y este último le dice que no los van a devolver. Había una gran presión de Lanusse sobre Salvador Allende. El fusilamiento viene en ese momento. Hay otro detalle. El Ejército es determinante en toda esta operación, y lo dice Lanusse en su libro, que él dio la orden de retomar el penal a sangre y fuego. Si no me equivoco, fue el general Sánchez Bustamante… o fue el general Betti, no recuerdo… Pero bueno, desobedeció la orden de Lanusse y negoció la entrega, que fue un momento muy difícil para los presos. En resumidas cuentas, todo fue muy especial. Nos marcó a todos como generación. Uno sigue apostando a esta conducción, aun con diferencias y contradicciones. Había objetivos mucho más profundos que las diferencias. Y al día de hoy nos encontramos igual. Una construcción cada vez más firme y que tenga que ver con rescatar los valores de entonces.
P.C.C.: –Lo que pasó merece ser recordado. No éramos diferentes al resto de una generación que tomó la militancia como el eje de sus vidas. Éramos gente normal y nos tocó vivir momentos excepcionales.

Fuente: Miradas al Sur




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