martes, 13 de agosto de 2013

Masacre de Capilla del Rosario: En la carta de Jorgelina a su padre, uno de los combatientes fusilados, el tributo a todos ellos



El 5 de agosto, Jorgelina Paula Molina Planas cumplió 40 años. Apenas pasaron tres desde que decidió volver a llamarse así, como la nombraron su padre, fusilado en Catamarca, y su madre, que permanece desaparecida. Recuperar su verdadera identidad fue un proceso doloroso, en el cual el arte y la religión siempre estuvieron presentes. Hoy es feliz y elige la verdad, que la hizo libre.


Gisela Romero

Jorgelina dibuja y pinta. Lo hace desde que tiene uso de razón. De niña, como un juego; de adolescente para expresar aquello que no podía decir, para comenzar a contar con trazos su propia historia; de adulta, como un modo de vida y de compromiso con aquellos casi 400 jóvenes a quienes el terrorismo de Estado le robó su verdadera identidad. Busca llegar a aquellos que dudan, que quieren indagar sobre su origen y preguntarse sobre su historia. Su búsqueda desde el arte no cesa, porque en ella dio sus frutos. Sin proponérselo, un día de tantos mientras mezclaba sombras y luces se reconoció y pudo nombrarse.

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La beba observa, atenta, y escucha. Con sus manitos se aferra al dedo índice derecho y el mayor izquierdo de esa mujer, que le habla. Se miran. Se saben ligadas por un lazo indestructible. Se miran tanto que, a través del chupete, la pequeña le regala una sonrisa.







Desde que la fotografía llegó a sus manos la miró cientos, tal vez miles de veces. Sin embargo aquel día de 2010, mientras dibujaba ese momento registrado en los '70, sintió por primera vez que su madre la llamaba: Jorgelina. Jorgelina, repetía. De inmediato le llegó la paz y la alegría incontenibles, la confirmación de que ese nombre la había acompañado durante toda su vida. Y ya no pudo decirse ni escuchar que los demás la llamaran Carolina, como le impusieron tras la adopción forzada por el secuestro y la desaparición de su madre Cristina, en 1977.

Jorgelina, esa era ella. Y de esa forma recuerda aquella primera vez que firmó un dibujo con su nombre verdadero.

Corría el 1 de junio de 2010. Un día especial en el calendario, para Jorgelina. Un nuevo aniversario de la muerte de Hugo Meisner. Aquel piloto del Hércules C-130 de la Fuerza Aérea que dejó su vida en el mar Argentino, en plena guerra de Malvinas. Uno de los héroes nacionales, fallecidos en combate en 1982. Un hombre inolvidable para ella, que junto a su familia la había cobijado cuando la última dictadura desapareció a su madre, y con apenas tres años fue a parar al Hogar Leopoldo Pereyra de Lomas de Zamora. Solita. Así estaba cuando aquel señor se convirtió en una suerte de padrino y comenzó a buscarla los fines de semana para pasear.

A veces iban a un club, otras a la Ciudad de los Niños. Sin embargo Jorgelina recuerda claramente una oportunidad. Paseando por Congreso le señaló un jardín de infantes. “Ahí iba cuando era chiquita”, le dijo. Y Meisner comenzó a investigar para dar con la familia de origen. De esa forma supo que sus documentos eran falsos, y a pesar de que le rogó a la jueza Pons que ayudara a esa niña a volver con los suyos, no halló más que negativas. Tiempo después, la misma magistrada ordenó la adopción, y su nueva vida —lejos de los Meisner y de su familia biológica— llegó con una nueva identidad: Carolina.


Carolina fue el nombre que la acompañó la mayor parte de su vida. Mientras estudió en el colegio Labardén de San Isidro, y después, cuando ingresó al profesorado de Bellas Artes. No podía hablar. No podía contarle a sus compañeros que era adoptada, que sus padres biológicos eran desaparecidos. Entonces aguantó, en silencio, toda la primaria y la secundaria. Sin embargo, en el Instituto Santa Ana una profesora comenzó a escuchar parte de su historia. A partir de ese momento, se hicieron presentes en Carolina los cuestionamientos y preguntas internas guardados, escondidos, por tantos años. A la par se presentó en ella la inquietud religiosa.

Aunque tenía una fuerte inclinación a rezar y a ir a misa, aquello que sentía era diferente. Tanto como para terminar tercer año de Bellas Artes e ingresar en la congregación Esclavas del Corazón de Jesús. Buscaba un lugar neutral para poder encontrarse con su identidad. Seis años pasaron. Seis años siendo monja. Todavía recuerda, como si fuera hoy, cuando la hermana que la recibió en el convento, una de las primeras cosas que le dijo fue que para poder saber si tenía vocación, debía encontrarse con su historia, su familia y su verdad. No podía decir que iba a servir a los demás, sino sabía quién era. A partir de ahí, Carolina empezó a buscar: conoció a sus tíos y primos, atravesó el proceso de crisis más profundo, se sobrepuso a los miedos que la acompañaban desde siempre. Lloró, lloró y lloró y pataleó. Vivió las oscuridades más profundas ahí adentro, pero poco a poco un mundo de afectos se abrió ante sus ojos.

De a poco, el rompecabezas comenzó a armarse. Personas que antes no tenían rostro, ahora lo tenían. Poseían anécdotas para compartir. Atesoraban una vida de búsqueda, de espera paciente. En eso estaba, conociéndolos, queriéndolos, sintiéndolos parte suya, cuando tomó la decisión de abandonar el convento. Ya no estaba sola, afuera la esperaba el afecto de toda una familia. Era diciembre de 2001.

Afuera también la esperaba otro amor. Durante unas vacaciones en Gualeguaychú, se cruzó con Antonio, con quien se casó en 2004. Un hombre que la acompañó en la tarea de convertirse en madre, por primera vez en 2005 y por segunda, en 2007; y la ayudó a encontrar respuestas, cuando no tenía nadie a quien recurrir ante la ausencia de Cristina, su mamá desaparecida. Un abogado que le demostró que su adopción “no había sido tan de buena fe” y la ayudó a rastrear las irregularidades en Lomas de Zamora. Un compañero que la llenó de abrazos ante tantos cambios, en sus difíciles procesos internos. Antonio, que estuvo con Carolina y hoy sigue caminando a la par de Jorgelina.






La madre adoptiva de Carolina falleció en 2009. A partir de ese momento, comenzó un proceso interno de mayor libertad, que contribuyó a que pudiera tomar la decisión de volver a su nombre original. Así llegó 2010, el año decisivo, cuando volvió a ser Jorgelina. O más precisamente, Jorgelina Paula Molina Planas.

Fue difícil explicarle a sus pequeños hijos, de 3 y 5 años, los motivos para recuperar su verdadera identidad. También fue complejo compartirlo con el resto de sus amigos, allegados y conocidos. Fernando, su hermano adoptivo, se alejó por completo, así como su familia.

Sin embargo, Jorgelina logró confirmar que su búsqueda previa no había sido en vano. Sucedió cuando un primo viajó a Suecia, y retornó con una valija plagada de cartas, fotos y documentos que su abuela paterna Ana Taleb de Molina, desde el exilio, había ido enviando a Argentina y nunca habían llegado. Alguien, tras su muerte en 1989, había mantenido guardado el material y era hora de reencontrarse con él.

De esa suerte de furgón de los recuerdos salieron letras amorosas de esa nona, que cada 5 de agosto le escribía una misiva para compartir anécdotas, hablarle de Cristina y José María, y decirle que la esperaba. Supo recién en 2010 que Ana Taleb de Molina había conformado Abuelas de Plaza de Mayo desde los primeros años, y que en cada visita al país intentaba acercarse a ella, topándose con la negativa de sus padres adoptivos. A veces, entonces, se quedaba en una esquina junto a alguna de las abuelas, para poder verla cuando bajaba de la camioneta del colegio y entraba en su casa. Siempre desde el silencio.

Así Jorgelina supo del amor de su abuela, de la intensa búsqueda en tiempos de dictadura y después, de los años que estuvo luchando para encontrarla, hasta la muerte.







A partir de 2010, Jorgelina empezó a trabajar en la muestra Geografías Interiores Reconstrucción (GIR), que trata sobre el proceso de reconstrucción de la identidad y busca llegar a aquellas personas que se preguntan sobre su origen. Tres años después, esta puesta recorre distintos espacios culturales.

En la actualidad, Jorgelina Molina Planas brinda talleres a adultos y niños, bajo la idea de que puedan encontrarse con su identidad a través de lo artístico. En 2011 volvió a ser mamá. Su tercer hijo la conoció siendo Jorgelina. Esta vez no hubo crisis. No se preguntó, como en los otros dos embarazos, cómo habría hecho Cristina para sobrellevar su panza militando en los barrios, siendo clandestina. No sintió la ausencia de no tener a nadie a quién preguntarle cómo ser mamá. Con el nacimiento de Juan Manuel se sintió plena.

El 5 de agosto de 2013 volvió a cumplir años. Ese día, cuando nos encontramos para hablar, dijo sentirse feliz.

Cristina, José María y Jorgelina

Cristina Isabel Planas nació en Paraná, allá por 1944. Jugó hasta el cansancio en el Pasaje Baucis, porque en el barrio sus padres tenían un almacén de ramos generales. Era generosa, por sobre todas las cosas, y tan aplicada como estudiosa. En los pasillos de la Escuela Normal fue afianzando su inquietud de comprometerse a nivel social. Ahí mismo, donde se recibió de maestra, también dio sus primeros pasos en la militancia, al sumarse al reclamo por una escuela pública, libre y gratuita.

Alegre, creativa, Cristina siempre hacía manualidades y en algunas oportunidades cosía su propia ropa.






José María Molina creció en Felicia junto a sus tres hermanos, siempre con lo justo. Su madre había enviudado muy joven y solo se mantenían con el sueldo que percibía como maestra. La adolescencia lo encontró en el Liceo Militar, un lugar que le garantizaba la educación y la comida. Entonces no tuvo la oportunidad de elegir, pero cuando egresó, dejó su pueblo natal santafesino y se instaló en Rosario.







Cristina y José María se conocieron en la Facultad de Arquitectura de Rosario. Integraban las filas del Partido Comunista, pero después de un tiempo se incorporaron al Partido Revolucionario de los Trabajadores – Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP). Se encontraron compartiendo su ideología política, y no pudieron sino enamorarse.



Hacia enero de 1972, Cristina cayó presa en la cárcel de Trelew, y quedó en libertad el 8 de agosto, días antes de la masacre perpetrada el 22. Un año después, el 5 de agosto, mientras José vivía en forma clandestina en Catamarca, se convirtieron en padres. Llegó a sus vidas Jorgelina Paula Molina Planas. Sin embargo apenas compartieron 372 días. El 12 de agosto de 1974, su papá fue fusilado junto a otros compañeros en la denominada Masacre de Capilla del Rosario en aquella provincia. Y su mamá logró sobrevivir hasta el 15 de mayo de 1977. Ese día, cinco hombres de civil la secuestraron junto a un grupo de militantes del ERP en la casa que compartían en Lanús, provincia de Buenos Aires. Aún permanece desaparecida.







Tras el operativo, Jorgelina quedó a cargo de una vecina. La mujer intentó ubicar a su medio hermano Damián, que vivía en Rosario junto a su familia paterna, pero no lo consiguió. Fue a parar al Hogar Leopoldo Pereyra de Lomas de Zamora. Hugo Meisner, un padrino de la Fuerza Aérea que visitaba el lugar, se encariñó con esa nena de 3 añitos y la cuidó como una hija más. Sin embargo, la jueza Pons resolvió darla en adopción. Desde entonces, le impusieron el nombre de Carolina, le dijeron que iba a tener otro hermano que se llamaba Fernando y le contaron, cada vez que preguntó, que sus padres biológicos eran asesinos, que ponían bombas y que mataban gente inocente. El silencio, primero, y después el arte, para expresar lo que no podía gritar, fueron la única salida.







Un cumpleaños feliz



Este 5 de agosto amaneció soleado. Era un día especial para Jorgelina. Rodeada de sus tres hijos y su marido, celebró 40 años. Se sintió feliz, entendiendo, por fin, que la verdad la hizo libre. Llegar a ese punto le resultó doloroso, le costó una crisis, otra y otra. Derramó un sinnúmero de lágrimas, hasta que comprendió que tenía que luchar, cada día, para no quedarse estancada en la mentira. Era más cómodo pero también más angustiante, la convertía en esclava de los demás, y peor aún, de ella misma.

Cuarenta años, repitió para sí. Cuarenta años de aprendizaje. De sus padres biológicos, los valores. De sus vivencias, el valor de la verdad y de haber logrado ser quien es, sin tener miedo a expresar lo que piensa, siendo fiel a ella misma. Hoy, Jorgelina no se deja manipular como un títere y se dice libre, porque así se siente en lo más profundo de sus entrañas.

La obra de Jorgelina Paula Molina Planas puede encontrarse en el sitio http://www.jorgelinapmp.com.ar/



Fuente: http://telarañadigital.com.ar



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ESTA CARTA FUE LEIDA EN EL ACTO QUE SE REALIZO EN EL 2011 DONDE FUERON FUSILADOS COMBATIENTES ARGENTINOS Y URUGUAYOS.


Querido papá: 20 de Agosto 2011

Josema Molina,



Es la primera vez que te escribo una carta, ya que te perdí cuando tenía apenas un año.

No me viste aprender a caminar, ni a hablar, ni a escribir, ni a decir tu nombre…tampoco el mío.

Cuántas cosas pasaron desde que te fuiste… desde que aquí, en esta tierra Catamarqueña,

en esta Capilla del Rosario, entregaste tu vida, en esta tierra que absorvió tu sangre, donde te jugaste la vida por tus compañeros, por tus ideas y por la vida de otros. Se que querías un mundo mejor y más justo para los desposeídos de nuestra tierra argentina.

Y como escribió en varias cartas mi abuela Ana Molina, tu mamá, que tanto sufrió por encontrarme y que murió sin poder abrazarme:

“Algún día Jorgelina, te encontrarás con tu verdadera identidad, y sabrás el alto valor moral y humano que tenía tu padre”

Y así se cumplió querido viejito… Hoy, a los 37 años de tu muerte y la de tus compañeros, y a mis 38 años, puedo decir orgullosa que soy Jorgelina Paula Molina Planas, y se que llevo en mi sangre la tuya, llena de amor y de cariño por su pueblo.

Hoy puedo decir ante todos que soy tu hija y que quiero gritarlo a los vientos, y que haga eco tu nombre en el paisaje que nos rodea…

Y quiero guardarte en mi memoria con esa sonrisa amplia y cálida con la que todos te describían, con tu humor y simpatía.

Quiero transcribir una carta que me escribió mi abuela, Ana Molina, para un cumpleaños, cuando ella pensaba que yo las recibía, sin embargo recién encontró las copias en Suecia, tu hermano Fernando, el año pasado, y me las envió.

Aquí van estas líneas de la abuela Ana, que te describen:



“Tu papito se murió cuando tú solo tenías un año. El año 73 fue un año feliz para él, porque se recibió de arquitecto y naciste tú. Pero al año siguiente murió. Cuando yo me vine a Suecia con tu tío Fernando, vinieron a despedirnos las dos: Tú y tu mamá Cristina…

Pero en el año 77 me llegó la triste noticia de la desaparición de Cristina y la tuya…Creí enloquecer. Desde entonces te busqué, te busqué, te busqué, yo, únicamente yo. Hasta que en el año `80 un Sr. De Bs.As. te ubicó. Bendito sea ese señor, y me enteré de la familia que te había adoptado…y que te cambiaron el nombre por Carolina María Sala.

Te mandé una docena de fotos…no se si las recibiste… En algunas de ellas estás con tu papito.

Recuerdo las cremas y sopitas que te preparaba tu papito José María. Ah si! Nadie las preparaba mejor que él- decía- todo chocho con su bebita, su gordita, su hijita, que él adoraba. Y otra cosa que hacía era lavarte los pañales. Los dejaba “blancos” como espuma. Y no dejaba que Cristina, tu mamita los lavara, Cómo te cuidaba!, cuánto te quería! Decía que eras la chiquita más linda del mundo!Te hacía reír con “esa boca grande” tan linda! haciéndote mil gracias…

… Cuántos recuerdos lindos conservo de él.”



Si querido papá. Si pudieras ahora disfrutar de tus tres nietos: Ignacio, Camila y Juan Manuel! Cómo te sonreirías con ellos, así te imagino a veces mirándolos con dulzura y participando de nuestra alegría de tenerlos en brazos.

A vos, querido papá te dedico todos estos años de búsqueda de mi origen y de mis raíces, te quiero con el alma y se que estás presente de otro modo entre nosotros, junto con tus compañeros.



Jorgelina Paula Molina Planas





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La agencia de noticias de DH se edita desde 2007, y a partir de ahora con la nueva designacion por Memoria, Verdad y Justicia

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