sábado, 26 de junio de 2010

KOSTEKI Y SANTILLAN




EL PAIS › ACTOS DE HOMENAJE A OCHO AñOS DEL ASESINATO DE KOSTEKI Y SANTILLAN

Tras los autores intelectuales

La estación Avellaneda se transformó en el centro del recuerdo de los militantes sociales víctimas de la Policía Bonaerense. “Duhalde y Solá son los principales autores intelectuales de los homicidios de Maxi y Darío”, repitió Alberto Santillán.

Teatro callejero, títeres y murales fueron recursos para recordar a Kosteki y Santillán.
Por Adrián Pérez

En las primeras horas de la tarde, la estación Avellaneda se transformó ayer en un espacio de intervención cultural donde diferentes colectivos artísticos grabaron su huella en paredes, escaleras, andenes y accesos para decir presente y homenajear a Darío Santillán y Maximiliano Kosteki con música popular, teatro callejero, títeres, murales, estencil y muestras fotográficas. Todo transmitido por radio y televisión desde el hall central y enviando un mensaje claro: “A ocho años de los asesinatos, los medios alternativos no nos olvidamos”. Durante la jornada de recuerdo, Página/12 conversó con Alberto Santillán, padre de Darío, quien apuntó una vez más a los responsables políticos de la represión en el puente Pueyrredón, el 26 de junio de 2002.

“Parece que esta bendita Justicia piensa que nos va a conformar entregándonos a los dos cobardes que mataron a los chicos; sin embargo, detrás de todo esto hay una autoría intelectual”, enfatizó. Además, ubicó el octavo aniversario dentro de un contexto “condimentado por el lanzamiento de las candidaturas de (Eduardo) Duhalde y (Felipe) Solá, que son los principales autores intelectuales de los asesinatos de Darío y Maxi”. Sobre el estado de la causa judicial, Santillán manifestó que “está parada” y que si bien el peso de la responsabilidad recae en Duhalde, “la respuesta del fiscal Miguel Angel Osorio fue que no existe ningún hilo que conduzca a Duhalde como uno de los autores intelectuales de la muerte de mi hijo y de Maxi”.
“Como dicen los compañeros, a lo único que pueden ser candidatos estos sujetos es a la cárcel”, afirmó. El 16 de junio, el Frente Popular Darío Santillán organizó un juicio popular en el Obelisco, donde militantes que fueron baleados por las fuerzas de seguridad dieron testimonio sobre los detalles del operativo policial ordenado en 2002 por las autoridades nacionales: “Duhalde, sos candidato a la cárcel”, fue el dictamen final de esa jornada. Marcial Bareiro pertenece al FPDS, fue uno de los heridos durante la persecución policial en Avellaneda y recuerda que aquel día marchó junto a sus compañeros del MTD Quilmes. “Veníamos movilizándonos desde la estación en dirección al puente Pueyrredón y la balacera se desató cuando nuestra columna estaba llegando con la posterior refriega”, rememora Bareiro.
Obnubilado por los gases lacrimógenos, “una vez que logré salir de mi estupor comencé a retroceder por la Avenida Mitre hacia Pavón y cuando llegué a esa arteria sentí un impacto de bala de plomo que me fracturó el peroné de la pierna derecha”, describe. En las filmaciones posteriores, Bareiro pudo identificar a Alfredo Fanchiotti “atravesando la línea de Prefectura y Gendarmería, disparando a todos los compañeros a quemarropa, por la espalda”, sin mediar enfrentamiento alguno.
Y aunque estaba herido, alcanzó a correr hasta la estación, donde fue “cargado por un grupo de compañeros” con los que siguieron camino –con la policía detrás– hasta la localidad de Gerli, donde pudo tomar un colectivo para trasladarse hasta Don Bosco. A través de esta movilización, “buscamos el enjuiciamiento de Duhalde, (Alfredo) Atanasof, Felipe Solá, así como les llegó a Fanchiotti y (Alejandro) Acosta”, expresó el militante del FPDS. La marcha de antorchas que dio comienzo a la vigilia finalizó a las 21.30, cuando las organizaciones sociales definieron el corte de la Avenida Mitre, en la base del puente, y dejaron habilitados al tránsito los dos brazos del puente Pueyrredón.
Fuente: Pagina 12

Santillán y Kosteki



Por Sandra Russo
Habría que vivir sus vidas para saber de qué se trata. Habría que ponerse en sus pieles para entender de qué hablan. Habría que soportar en el propio pecho tanta desolación, tanto luto, tanto fastidio. Por más que a uno lo alienten nociones bienintencionadas, no es así, como la de ellos, la vida que le ha tocado vivir. Calefacción, prepaga, escuela, heladera, cena, libros, buen vino, techo, esperanza, fin de semana, auto, taxi, supermercado, cine, teléfono, mail, regalo, radiografía, entretenimiento, televisión, aliento, sueldo, planes, abrigo, antibiótico, en fin, son miles las palabras de las que ellos han sido expulsados y que, con más o menos suerte, todavía sostienen la manera en la que millones de argentinos se piensan a sí mismos.
Otros millones no. Desde que Darío Santillán y Maximiliano Kosteki fueron asesinados, las mismas cámaras de televisión y las mismas cámaras fotográficas a través de las cuales se desvertebró la nueva historia oficial que ya estaba en marcha –la misma que ahora desde el gobierno niegan, dejando colgar la duda: ¿será verdad que están indignados con la conducta policial, o se indignan, en realidad, por el descuido policial de dejarse fotografiar y filmar mientras mataban?–, se internaron en los lugares de los que ellos, Santillán y Kosteki, llegaron al puente Pueyrredón, en esos barrios siempre esfumados en la neblina del invierno, en esos barrios de invierno permanente. Allí, en esos paisajes arrasados, en esos escenarios de posguerra en los que los derrotados del sistema se supone que solamente deben sobrevivir apechugando, las vidas de Santillán y Kosteki volvieron a hablar.
Uno, Kosteki, habló de ladrillos para reemplazar las chapas que dejan colar el frío insoportable, de su trabajo voluntario haciendo esos ladrillos, de un horno de cerámica, su más lucida pertenencia, donado para hacer esos ladrillos, de dibujos sobre papeles baratos, de un universo imaginario en el que vivió ese chico hasta sus 22 años y que por cierto fue más generoso y más deseable que lo real: había ángeles, banderas, manos abiertas. En el universo de Kosteki también hubo y hay una madre de un temple escalofriante, que no se ha permitido hablar de la muerte de su hijo como algo personal: esa mujer es consciente de que el mayor dolor de su vida es un dolor político.
El otro, Santillán, lo que dejó fue un gesto cuya medida excede nuestra capacidad de reflejos, un gesto que desborda nuestra moral de pequeña burguesía ya desacomodada. Escuchar zumbar las balas y detenerse ante alguien que muere, pedir auxilio para ese alguien que muere, tomarle la mano a quien muere y exponerse a ser acribillado, morir así, es algo para lo que nadie se prepara. Nadie puede asegurar de sí mismo esa reacción. Es en todo caso una circunstancia atroz la que se impone, y es, en este caso, la hombría de bien inmedible de ese chico la que quedará latiendo en la memoria colectiva.
No se trató solamente de un comisario inspector fusilando a un piquetero. La visión de Santillán intentando socorrer a Kosteki, la visión de su espanto interrumpido por el escopetazo que recibió en la espalda, la visión de su cuerpo ya herido retorciéndose en el piso, la visión de su mano extendida hacia ese policía que por toda respuesta lo sacudió con asco, la visión de la sonrisa del otro policía acomodando el cuerpo de Kosteki, la visión del comisario palpando de armas a Santillán ya inerte, los ojos de Santillán ya casi ido pero aún allí, incomprendiendo todo ese horror, ese mal encarnado, fue mucho más que un documento para abortar la incipiente y canalla versión oficial. Esos grandes detalles de esta historia relatan, nada menos, quién es quién.
Fuente: Pagina12, 4 de julio de 2002


POR UN BICENTENARIO SIN IMPUNIDAD A LOS GENOCIDAS


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