martes, 24 de julio de 2012


Un Pampero en busca de justicia


Año 5. Edición número 218. Domingo 22 de julio de 2012
Por 

Raúl Arcomano
Viento de justicia. Una imagen de Pampero Álvarez García en la sala del tribunal oral de Jujuy.

El secuestro y desaparición de Julio Rolando Álvarez García es uno de los casos emblemáticos que se están tratando en el juicio por delitos de lesa humanidad en Jujuy. Era militante de la JUP y trabajó como maestro en el Ingenio Ledesma.
Julio Rolando Álvarez García militaba en la Juventud Universitaria Peronista en Tucumán. Era estudiante de la carrera de Derecho y delegado del comedor de la facultad. En esa provincia fue secuestrado por primera vez, en febrero de 1976. Treinta y cinco días después lo liberaron en la ruta hacia Catamarca. Volvió a Jujuy para trabajar en el Ingenio Ledesma como maestro, al igual que su esposa, Inés Peña. El sábado 21 de agosto de ese año una patota de civil lo chupó de su casa familiar de Ciudad de Nieva, en medio del festejo de un cumpleaños. Le pusieron un revólver en la cabeza a su padre y se llevaron a Pampero, como le decían todos, a una habitación del fondo de la casa. Lo esposaron por la espalda y se lo llevaron. Tenía 25 años. Sigue desaparecido. Hoy se está haciendo justicia en un tribunal por su caso.

La de Álvarez García es una de las cuatro causas que el Tribunal Oral Federal jujeño está juzgando actualmente. Los jueces René Vicente Casas, Marcelo Juárez Almaraz, Daniel Morín y Fátima Ruiz López investigan además lo sucedido con otras 42 víctimas. Corresponden a los grupos Luis Arédez y otros (subgrupo Ledesma), Galeán y otros (subgrupo Tumbaya), Aragón y otros (subgrupo Servicio Penitenciario) y Avelino Bazán y otros (grupo Mina El Aguilar). El ex teniente Mariano Rafael Braga y Luciano Benjamín Menéndez están acusados en este caso. Por “violación de domicilio y privación ilegítima de la libertad en calidad de coautor y homicidio agravado por alevosía en calidad de partícipe necesario”, el primero. Y “homicidio calificado en calidad de autor mediato” el segundo.
Peña es desde hace tiempo la presidenta de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos de Jujuy. La mujer recordó que su marido, años antes del golpe, tuvo una activa participación en el Tucumanazo y desde ese lugar comenzó su militancia política. Participó en la campaña para el regreso del general Perón y fue testigo de la Masacre de Ezeiza. En el ’75 se incorporó a la JUP y después a Montoneros. “Tuvo activa participación en la residencia jujeña en Tucumán. Fue uno de los principales referentes de las luchas y reivindicaciones de los compañeros jujeños que estudiaban en esa provincia a la que llegó a fines del año 1970”, testimonió Peña esta semana ante el tribunal.
La mujer relató: “Sus ojos, su mirada, pedían auxilio. Se aferraba a la vida. Quería vivir como cualquier ser humano. Tenía proyectos: personales, políticos, de país. Estaba lleno de vida, de esperanzas en poder cambiar el estado de cosas que vivíamos en la década del ’70. Era un hombre comprometido con su tiempo, con convicciones e ideas como cualquier joven de su edad. Tenía solo 25 años cuando Braga lo hizo desaparecer.” “Creí –siguió– que después de trámites regresaría a su hogar como sucedió después de su primer secuestro. Desaparecido, esa palabra no aceptada, deshumanizada, se incorporó definitivamente a mi vida y a la de mis hijas.”
El tribunal también escuchó el testimonio de dos hermanos de Pampero. Guillermo recordó que el día que secuestraron a su hermano “era un día de viento norte”. Dijo que lo metieron en un auto, uno de los varios que estaban apostados en la zona. Los siguió y vio que algunos se perdían en el Regimiento 20. Y agregó que su padre intentó hacer inmediatamente una denuncia en la comisaria 5ª de Ciudad de Nieva. No lo dejaron: no podía decir quién había detenido a su hijo, le explicaron.
Presentaron, sin éxito, un hábeas corpus. Y se enteraron al poco tiempo de que su hermano había sido detenido por el Ejército. “Puso de relieve que su familia y los amigos siempre recordaron a ‘un hombre con una cicatriz en la cara’ y señaló que su madre ‘siempre estuvo convencida de que fue Braga’”, informó el Equipo de Comunicación y Apoyo a los juicios por delitos de lesa humanidad en Jujuy, que cubren voluntariamente el debate oral en esa provincia. “Dio detalles del sufrimiento y del largo peregrinar de su madre por el Regimiento 20, donde fue sometida a maltratos y largas esperas. Donde además tuvo que soportar la perorata de los militares que hablaban de ‘canallas subversivos’.”
El otro hermano que declaró fue Normando. Señaló que se encontró en una oportunidad con el secuestrador de Pampero. “Le dije a Braga que lo único que quería era saber qué hicieron con mi hermano y dónde estaba su cuerpo. Mi madre siempre lloraba porque quería saber, para poder ponerle flores”, afirmó. Fueron tres reuniones con Braga. El militar siempre negó su participación: “En ningún encuentro se mostró arrepentido, ni hizo alguna autocrítica. Lo único que quería era que diga que él no había sido para que pudiera ascender”. En el último encuentro que mantuvo con Braga, le dijo que no lo odiaba. “El odio estanca y tenemos que seguir viviendo. Lo único que quería era la verdad. Ahora, justicia. Y lo bueno es que se va a hacer justicia, no venganza”.

Represor, a Ezeiza. Por otro lado, el tribunal dispuso revocar la prisión domiciliaria de otro de los acusado, Antonio Orlando Vargas, y trasladarlo al penal bonaerense de Ezeiza, donde seguirá un tratamiento por problemas de salud. Vargas estará internado en terapia intensiva pero podrá seguir las instancias del juicio por videoconferencia. La decisión del tribunal –informaron– apunta a preservar y darle una mejor calidad de vida para que pueda defenderse de las acusaciones que pesan sobre él. Se dispuso su traslado por avión sanitario y con las medidas de precaución necesarias, brindado por el Ministerio de Salud de la provincia.

Vargas fue director interventor del Servicio Penitenciario de Jujuy desde el 24 de marzo de 1976 hasta el 21 de diciembre de 1976 y está procesado por privación ilegítima de la libertad calificada, en calidad de partícipe necesario en la causa “Arédez”. En la causa “Bazán”, el ex jefe de guardiacárceles está imputado de privación ilegítima de la libertad calificada de 18 personas y como partícipe secundario de privación ilegítima de la libertad calificada de 9 personas. Antes de la resolución judicial –por mayoría– dos médicos brindaron un pormenorizado un informe médico. Vargas está internado desde el 11 de julio por una enfermedad que se agravó en los últimos días: sufre de Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (Epoc) con una capacidad ventilatoria de sus pulmones de no más de 30 por ciento.
También en la audiencia declararon autoridades militares que fueron compañeros y jefe del acusado Braga. No aportaron datos relevantes para dilucidar la causa sobre Pampero. Gregorio García Coni, compañero de Braga en el Colegio Militar en la década del ’70, declaró desde el Consejo de la Magistratura de Buenos Aires a través de videoconferencia. Dijo que “Braga es un intelectual” y era oficial de Inteligencia del Ejército. Y que en la dictadura se ocupaba de descifrar mensajes internos militares que llegaban en clave. Con estos testimonios la defensa intenta demostrar que en la fecha en la que se produjo el secuestro de Álvarez García, Braga no se encontraba en Jujuy sino festejando su cumpleaños en la Capital Federal. Un ex jefe de Braga, Francisco Arturo Martínez, declaró desde la sede del TOF de Salta. Manifestó que Braga llegó a la unidad en el mes de agosto del ’76, pero no recordaba si estuvo en el cuartel antes o después del 23 de agosto.


Fuente: Miradas al Sur

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La lucha de Avelino Bazán y los trabajadores de El Aguilar, reprimidos en 1973 y secuestrados el 24 de marzo del '76

El Aguilarazo, antecedente de los apagones en Ledesma

Cuatro meses antes de que Pedro Blaquier aportara logística de su Ingenio en operaciones de la dictadura, la minera dispuso camionetas para secuestrar a 30 delegados gremiales de su planta. Una investigación que se publicará antes de fin de año podría identificar a los responsables de la pata empresaria. Y servir de base para una segunda parte de la causa, que hoy busca en Jujuy la condena de los militares Luciano Benjamín Menéndez y Antonio Orlando Vargas.

El 24 de marzo de 1976, 29 obreros de la mina El Aguilar, ubicada en el corazón de la Puna de Atacama, fueron secuestrados en un operativo conjunto de la Gendarmería Nacional y la policía jujeña. Las fuerzas de seguridad aportaron represores, y la empresa sus camionetas, que sirvieron para arrastrar a los trabajadores, encadenados, al destacamento de La Quiaca y al penal de Villa Gorriti. Al igual que el de Gorriti, donde también fue llevado Luis Aredez ese mismo día, el grupo de La Quiaca soportó torturas y simulacros de asesinato. Y escuchó una pregunta insistente de los genocidas, similar a aquella que intentaba saber el paradero del general Raúl Tanco, antes de que la Revolución Libertadora fusilara a un grupo de militantes en los basurales de José León Suárez en 1956: “¿Dónde está Bazán?”
Bazán era Avelino Bazán. Ayudante tipógrafo en la adolescencia, y minero a partir de sus 18 años en el socavón que El Aguilar explota desde 1929 en medio de aquel desierto de temperaturas bajo cero. 
En el momento de producirse el golpe de Estado hacía once años que ya no estaba en la mina, de la que se fue en 1965. Pero siguió del lado de sus compañeros, advirtiendo sobre los salarios de hambre, el hacinamiento y las muertes por silicosis. Sobre todo cuando fue diputado provincial por el justicialismo en Jujuy, y desde la Dirección de Trabajo de la Provincia. En esa época, noviembre de 1973, los 1500 trabajadores de la empresa se levantaron en El Aguilarazo, una revuelta de menos de una semana en protesta por la quita de horas extras ordenada por la derecha peronista ya en manos de Isabel Martínez. Bazán trató de parar la rebelión y evitar que la Gendarmería tirara a matar, pero no pudo. Y denunció la represión. Quedó marcado. Finalmente la dictadura lo encontró a los pocos días de aquel operativo conjunto en la mina. Estuvo en Gorriti y posteriormente en la Unidad 9 de La Plata, de donde lo liberaron hasta volverlo a secuestrar definitivamente en 1978. 
En la actualidad, Avelino es el único trabajador de El Aguilar que permanece desaparecido. Su causa es una de las cinco que la justicia federal tramita en Jujuy, junto con otras relacionadas al Ingenio Ledesma. Y es el primer caso, anterior al de Pedro Blaquier, que demuestra la participación civil empresaria en el aparato criminal impuesto a partir de 1976.
Dos gotas de agua. El Aguilar y Ledesma son casi un calco. Las dos empresas explotan a sus trabajadores desde hace un siglo, pagan salarios de hambre, mantienen a sus obreros en las peores condiciones de trabajo, contaminan el ambiente, mantuvieron una estrecha relación con los gobiernos de turno, multiplicaron sus ganancias durante la última dictadura militar, y no dudaron en aportar su logística en secuestros masivos de representantes gremiales que molestaban. Hay una diferencia, y tal vez esa sea la razón fundamental por la cual la justicia no haya podido aún encausar una denuncia debidamente documentada contra la minera. Ledesma es Blaquier, su ex esposa Nelly Arrieta, el histórico administrador Alberto Lemos y una banda de colaboradores con nombre y apellido. En El Aguilar, la identificación no es tan fácil. En alguna oportunidad, la firma con carácter de subsidiaria perteneció al grupo Morgan –como alguna vez informó la revista El Descamisado a mediados de los '70–, la National Lead y el Monopolio Mundial del Plomo. Actualmente, las directivas sobre una representación de delegados argentinos las bajaría el pool suizo Lencord. Según una denuncia por contaminación presentada contra la empresa, a la que accedió Tiempo Argentino, los que figuran como directores titulares son Francisco Javier Herrero Gilsanz, Roberto Salvador Cacciola, Martín Wilfredo Dedeu, Christopher Eskdale y José Luis Musso, mientras que la sindicatura aparece ocupada por Arturo Pfister Puch.
“Es difícil identificar a los responsables de la empresa –dice a este diario Delia Maisel, autora de un libro dedicado a Bazán a punto de publicarse (ver pág. 14)–, porque todavía predomina el miedo. Logré muchísimos testimonios para la investigación, pero los trabajadores que vivieron aquellos días con Avelino no aparecen con sus verdaderos nombres. Eso da una idea del cerco de impunidad que hay alrededor del tema.” 
En 1958, Bazán fue elegido por sus compañeros secretario general del gremio, y lo primero que hizo fue reclamar por leyes sobre asignaciones familiares y recomposición salarial aprobadas en el gobierno de Arturo Frondizi. Los dueños le dijeron que las normas “estaban sujetas a la libre interpretación de los empleadores”, y que por supuesto, ellos interpretaban que no era necesario tocar los sueldos. 
El Aguilar pagaba miserias, y cuando algún obrero se moría, directamente lo remplazaban por otro. Por lo general, el personal era traído de los pueblos originarios asentados en territorio argentino, o desde Bolivia. El contacto permanente con la dinamita, y el clima frío y húmedo a miles de metros de profundidad, enfermaba y generaba afecciones respiratorias y problemas auditivos insalvables. Pero no modificaba en nada la riqueza por la extracción de plata, plomo y zinc, que crecía exponencialmente gracias a guiños impositivos de distintos gobiernos. 
Durante años, la firma recibió denuncias por irregularidades en el pago del canon correspondiente al lugar que ocupa su campamento permanente en Jujuy, y el extraño cálculo que hace para abonar porcentajes de regalías, determinados no por una auditoría provincial –como debería ser–, sino en base a declaraciones juradas emitidas por la misma empresa. Que dice lo que quiere, y pretende que le crean. 
La marcha del '64. “Para ser buen dirigente gremial hay que ser un buen trabajador”, decía Bazán. Que según sus compañeros, era las dos cosas. A fines de los '50, por primera vez en casi medio siglo, el personal de la mina pudo discutir sus haberes en paritarias. Y logró distintas reivindicaciones. Pero sin embargo, el régimen laboral no bajó de un promedio diario de 16 horas, que derivó en varias jornadas de protesta, y en 1964 en una gran huelga de 33 días, con marcha a lo largo de la Puna programada hasta San Salvador.
Los obreros intervinieron el campamento, organizaron jornadas de guardia ayudados por sus propias mujeres, y paralizaron la planta en forma completa. Como pudieron, denunciaron las diferencias en la organización interna. Que por ejemplo marcaba contrastes enormes entre el predio que ocupaban los que se hundían al interior de la montaña por las galerías, por un lado, y los directivos, arqueólogos y geólogos, por otro. De una parte de un enorme alambrado, los primeros no contaban con ningún tipo de servicio. Del otro había proveeduría, tiendas de campaña, ropa de abrigo y lugares de descanso. 
El sector que ocupaba la minera no era –ni lo es ahora– propiedad privada, sino zona de explotación dada por la provincia de Jujuy en concesión. Aunque como siempre pasó con el Ingenio Ledesma en Libertador y Calilegua –ciudades convertidas en apéndices de la azucarera–, desde la década del '20 la Gendarmería Nacional custodia el patrimonio del grupo como si fuera público. Un ejemplo es Tres Cruces, punto de visita turística al que en la actualidad nadie puede acceder sin una orden de los responsables de la mina, y vigilado celosamente por los gendarmes a partir de aquella marcha de los años '70.
El primer vuelo de la muerte. Bazán había nacido en marzo de 1930 en La Quiaca, y a los ocho años ya se dio cuenta de lo que significaría la patronal de la empresa en su vida. Su hermana mayor, empleada de limpieza en la casa del administrador, fue echada sin explicaciones, y él y toda su familia cargada en un camión con plomo y zinc, y tirada en Tres Cruces sin comida ni ropa. Fue ayudante de tipografía en el estudio de un polaco radicado en Jujuy, y después de visitar a otro hermano que trabajaba en el socavón, ingresó a la minera cuando cumplió la mayoría de edad. 
Con el peronismo proscripto en plena Revolución Libertadora, Avelino participó en asambleas, organizó discusiones sobre salarios, y reclamó normas de seguridad para los compañeros que se sumergían en la montaña. El grupo decidió nombrarlo en 1958 secretario general del Sindicato Obrero Mina Aguilar (SOMA), desde donde colaboró para la fundación de la Asociación Obrera Minera Argentina (AOMA). En la Asociación fue secretario de Organización primero, y de Prensa y Propaganda después. 
En 1966 asumió como diputado provincial, impulsó la creación de la Universidad de Jujuy, y más tarde ocupó la Dirección de Trabajo. Hasta que la derecha de Isabel lo marcó, y la Triple A intentó asesinarlo.
Después de aquella redada masiva en la mina el 24 de marzo de 1976,  Bazán fue detenido por el capitán Juan Carlos Jones Tamayo el 29, llevado a Gorriti cuatro meses, y trasladado a la U9 de La Plata hasta julio de 1978. El 25 de octubre de ese año un comando militar lo secuestró a metros de un cine de la calle Patricias Argentinas, en pleno centro de San Salvador, y desde ese momento permanece desaparecido.
“Trabajé en la CONADEP y recuerdo denuncias presentadas –explica Maisel–, pero prácticamente no hay datos sobre su desaparición definitiva. Ojalá que la audiencia que se desarrolla en Jujuy en estos días ayude en ese sentido. Lo importante, como pasa con Blaquier y Ledesma, es ahondar sobre la complicidad civil y empresaria en los tiempos del terrorismo de Estado. El hecho de que la causa de Avelino se denomine 'Bazán y mina El Aguilar' es un avance enorme en ese sentido.”
Cuando los genocidas se cansaron de tenerlo en Gorriti, y decidieron torturarlo en un lugar más seguro, pensaron que la Unidad platense era la ideal. Pusieron a disposición un avión Hércules, y durante el viaje lo molieron a patadas. Avelino llegó desfigurado. 
Hoy, sus compañeros dicen que ese fue el primer vuelo de la muerte. «
“patria, justicia y dignidad”
Mientras estuvo detenido en el penal de Villa Gorriti, Bazán escribió dos libros, después editados por su familia en ejemplares hoy imposibles de conseguir: El por qué de mi lucha. 30 años en la vida gremial del pueblo aguilareño, y Voces del socavón.
Por medio de la investigadora Delia Maisel, Tiempo Argentino accedió a esos originales.
Algunos párrafos:
"Era inconcebible pensar cómo un hombre que empezaba por levantarse de la cama a las siete de la mañana, entrar al trabajo a las 8, salir a almorzar a las 12, volver a las 13 y regresar a su hogar a las 24 horas, todos los días inclusive los domingos y feriados, podía tener esperanzas de gozar de una vejez."
"¡Siquiera de una vejez! Así, cientos de obreros están condenados a los altares del gran Molok del plomo como los elegidos al holocausto y satisfacer su sed de dominio y poder."
"El viernes 8 de mayo de 1964 mil obreros en un largo sacrificio por sus derechos. A las cero horas, 400 obreros de El Molino (planta de industrialización de los minerales), a los que se uniría otra columna de 600 obreros que trabajaban en la Vetamina (socavón en las profundidades de la tierra), iniciamos la marcha que nos conduciría a Humahuaca como primera etapa. Optamos por hacerlo atravesando las montañas en línea recta, lo que nos acortaba el trayecto… Los obreros entonaban una marcha improvisada por ellos: ¡Adelante los mineros! / Los mineros de Aguilar / Por la patria y la justicia / Y por nuestra dignidad."
"Así terminaba una huelga a la que habíamos sido impulsados por la insensibilidad y arbitrariedad patronal, 33 días en que todo el pueblo de El Aguilar participó, sufrió y se sacrificó. La ley hecha por y para los patrones cobraba de esta manera nuevas víctimas, y dejaba en evidencia una vez más el enorme poderío de una empresa que se movía y pesaba tanto en las esferas del gobierno nacional como en la prensa, que  había deformado lo hechos. Los trabajadores habían perdido los salarios (de los 33 días que serían descontados)."
Huelga.
33 días Bazán acompañó la huelga de más de un mes que realizaron los trabajadores de El Aguilar.
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entrevista a delia maisel

"Avelino era valiente y tremendamente ético"

 La historiadora, autora del libro Memorias del apagón, trabaja ahora sobre la vida de Avelino Bazán.

 

Por: 

Tiempo Argentino
D.E.  | para tiempo argentino

Olga Aredez siempre hablaba de dos grandes empresas que se habían mantenido impunes durante casi un siglo –sostiene la periodista–, y ahora, en estos días, uno toma conciencia del valor de esas palabras. Porque entre Ledesma y El Aguilar hay similitudes enormes, y también las hay si vemos la valentía y la ética de Luis Aredez y Avelino Bazán, que se corrieron de ese lugar de 'héroes individuales', que salieron de la épica, y con humildad y simpleza fueron referentes de un proyecto que buscaba dignificar a la clase trabajadora, denunciar las injusticias, y condenar a los responsables de su explotación. Avelino fue un autodidacta, nunca pudo estudiar, y su ética era de fierro. Muy lejos de interpretarlo como mártir, la idea del libro es destacarlo como parte de ese conjunto, y descubrir una lucha que hasta hoy permaneció tapada."
–Justamente por eso, la investigación seguramente fue difícil...
–Sí, porque en los apagones había una Olga que abría puertas, que gritaba, que mostraba documentación y era contundente con los asesinos. En este caso no. Esperé siete meses para que la Asociación Obrera Minera Argentina (AOMA) me abriera sus archivos, y cuando lo hicieron mostraron unos pocos papeles, dijeron que "estaba todo mojado". Ni hablar de SOMA, el sindicato de la mina. No tienen ni siquiera una foto de Bazán en la entrada. Centré el trabajo en los testimonios de los compañeros de Avelino, secuestrados aquel 24 de marzo de 1976, cinco días antes de que se lo llevaran a él por primera vez. Esa movida demuestra más coincidencias con lo hecho por Ledesma: a los 29 mineros los cargan en camionetas de El Aguilar, como parte de un sistema operativo que, al igual que en Libertador, se hizo con fuerzas conjuntas de Gendarmería y la policía de Jujuy.
–¿Cómo definirías El Aguilarazo de 1973?
–Como una rebelión minera muy recordada, frente a las injusticias que significaban los sueldos de hambre. Pero no como lo más importante, y acá es necesario aclarar ciertas cosas. Hacer historia es preguntarle al pasado, y yo me hice dos preguntas fundamentales cuando arranqué: quiénes eran los secuestrados del día del golpe, y por qué la empresa había puesto sus móviles al servicio de esos secuestros. La respuesta al primer cuestionamiento era que todos, los 29, eran integrantes de la Comisión Interna de la mina, responsables de llevar adelante las huelgas, las asambleas, los reclamos por derechos olvidados. En otra palabra, "activistas". Aunque el término haya sido bastardeado y tomado despectivamente por las fuerzas dominantes, me parece el mejor. Se mantenían activos frente a las injusticias, y trataban de hacerse respetar como seres humanos. Y en cuanto a las camionetas, era evidente la responsabilidad de la empresa en los operativos, lo que desnudaba la pata civil dentro de la represión. Pero El Aguilarazo no nacía de la nada, tenía antecedentes, y por eso digo que no fue lo más importante de aquellas luchas. El verdadero hito ocurrió en 1964, cuando los mineros llevaron adelante una huelga de 33 días coronada por una marcha programada desde La Quiaca hasta San Salvador de Jujuy, para denunciar los bajos salarios, la insalubridad y la explotación. Trabajaban como esclavos 16 horas por día, ocho como parte del régimen laboral, y la otra mitad por horas extra, obligados, debido a la paga miserable.
–Y todo eso desencadenó aquella rebelión.
–Claro, fue una continuidad. Otra vez recuerdo palabras de Olga: el indio norteño es callado, tranquilo, aguantador. Pero cuando explota, no hay nadie que lo pare, es como un dique roto por la fuerza del agua contenida. A fines del '73, la derecha peronista ya en manos de Isabel cortó las horas extra: fue la chispa que encendió El Aguilarazo. La insurrección duró menos de una semana, pero se hizo incontrolable. Y Avelino, que en ese momento era director de Trabajo de Jujuy, tampoco logró detenerla, a pesar del respeto y la admiración que le tenían de sus épocas como dirigente gremial. Las mujeres de los obreros cargaban dinamita en sus delantales, se quemaron camiones, la proveeduría, y algunos recuerdan una anécdota con Eduardo López, uno de los gerentes. El tipo era sanguinario, violento, y lo hicieron caminar a las patadas desde la planta de tratamiento hasta el socavón, más de dos kilómetros, con una bandera argentina al hombro.
–Es imposible no relacionar los hechos. Porque el operativo del 24 de marzo después se repetiría con iguales características en julio de ese año, con el Apagón en Libertador y Calilegua.
–Exacto, tienen características iguales. Si tomamos el conjunto de 29 obreros, a varios los obligaron a renunciar, y a otros directamente los echaron. Un grupo fue arrastrado al destacamento de La Quiaca, con cadenas en las manos y en los pies, y el resto fue llevado al penal de Gorriti, donde se encontraron con Luis Aredez. Estuvieron un día sin comer, los amenazaron de muerte, y les dijeron que los iban a matar. Los represores no pararon de preguntar por Avelino y lo que había ocurrido en El Aguilarazo tres años antes, hasta que pudieron secuestrarlo a los pocos días.
–Sin embargo, en el '73 Avelino Bazán ya no trabajaba en la mina. Era funcionario, como decías.
–Lo que ocurre es que su influencia había sido tan grande que, para los militares, él era la figura más buscada de todas. Es más, Bazán fue personalmente al socavón para detener esa rebelión y evitar que algún obrero muriera, pero la indignación era tal que no pudo, y la Gendarmería terminó asesinando al obrero Adrián Sánchez. Con su carrera política, Avelino se convirtió en más "peligroso", porque intentó desde la función pública cambiar esas condiciones de trabajo terribles, y el poder no se lo perdonó. No sólo no olvidó a sus compañeros, sino que además trató de mejorarles la vida con proyectos, con leyes, con medidas que buscó poner en práctica. Era una persona tremendamente ética. La esposa me contó que jamás quiso pasear con la familia en el auto del gobierno, porque no aceptaba gastar plata del Estado en cuestiones particulares. Y lo mismo había hecho en 1958, cuando lo nombraron secretario general del sindicato, a los 28 años. Peleó por leyes que la patronal nunca cumplía, como las paritarias, y en realidad se puso al frente de los trabajadores simplemente porque no había otro que lo hiciera. El libro trata de desmitificarlo: Avelino surgió así, naturalmente, desde la humildad, desde el anonimato, como muchas veces aparecen los grandes actores sociales en el escenario político. Busqué sacarlo de la épica, lo que no significa que pierda fuerza, sino todo lo contrario. Olga, Luis y él son eso, individualidades que se hicieron gigantes gracias a su palabra, a su constancia y a la fuerza que les dio la gente.
Fuente: Tiempo Argentino, lunes
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