miércoles, 15 de agosto de 2012


Lesa humanidad: el revés del silencio

Aunque los responsables del terrorismo de Estado permanezcan sin romper su “pacto de silencio”,  ya nadie puede contra el avance de la verdad. Jóvenes referentes de las causas por el Juicio y Castigo opinan que el acallamiento de la verdad por parte de los represores fue lo que más impulso dio a esta lucha que lleva más de 35 años vigente.
Por: Penélope Moro
Lesa humanidad: el revés del silencio
El silencio genocida ha otorgado fuerzas que pesan casi cuatro décadas de lucha y que ya no podrán detenerse ni dar un paso atrás. Fotos Axel Lloret.
Mendoza es por tercera vez escenario del juzgamiento a responsables de crímenes contra la humanidad cometidos durante la última dictadura cívico militar. Las futuras condenas a los genocidas que están siendo imputados no son los móviles exclusivos de estos  históricos procesos.  El fin último es avanzar de manera definitiva sobre la reconstrucción de la verdad. La fidelidad por parte de los represores “al pacto de silencio” sellado hace más de 35 años ha dificultado el camino hacia la verdad, la memoria y la justicia; pero claro está que no lo ha imposibilitado.
El jueves 2 de agosto se dio inicio a este tercer juicio oral y público que se realiza  contra una decena de ex policías y militares acusados de comandar el horror dictatorial en la ciudad mendocina. Por decisión del Tribunal Oral Federal Nº 1 y a disgusto de los organismos de derechos humanos, los imputados permanecerán en libertad hasta el día en que se dicten las sentencias. La querella había pedido en la primera audiencia la prisión preventiva para los acusados.
Esa jornada - tal como sucede con la apertura de cada proceso en contra del perdón y el olvido que se lleva a cabo en el país – fue celebrada por militantes de derechos humanos, sobrevivientes, familiares  y compañeros de las víctimas.  Cientos de ellos se convocaron especialmente en las escalinatas de Tribunales Federales para darle la bienvenida a un nuevo proceso que llega tras 35 años de impunidad.
“Nunca perderemos la fuerza para seguir buscando la verdad. Queremos saber dónde están los cuerpos y dónde están nuestros hermanos”, exclamó en ese marco Horacio Pietragalla Corti, quien viajó especialmente a la provincia para brindar su apoyo a los mendocinos “ante el histórico logro como es un nuevo juicio por la verdad”.
Se trata del hijo de desaparecidos y nieto recuperado cuya identidad fue restituida en 2003 gracias a la búsqueda incesante de las Abuelas de Plaza de Mayo. Por su vivencia personal y experiencia como militante de derechos humanos, Horacio descartó la posibilidad de que a lo largo del proceso los imputados rompan el silencio y confiesen detalles del plan sistemático de exterminio, desaparición de personas y robo de bebés que se llevó adelante en el país durante el terrorismo de Estado. “El ocultamiento de información de parte de los represores es una constante que se da en todos los juicios del país”, sostuvo.
Cada proceso que se abre es un modo de reconstrucción de la memoria colectiva sobre la historia reciente. Así lo entienden los integrantes de los organismos de derechos humanos de la provincia, como el ex preso político Fernando Rule que señaló que “poner en el presente luz sobre la oscuridad del pasado nos hace caminar mejor hacia el futuro”.
En torno al proceso de reconstrucción de la verdad, es importante recordar que en Mendoza integran la lista de detenidos – desaparecidos alrededor de 200 personas,  sobre los 30 mil que fueron a nivel nacional, y si bien en la provincia se han denunciado solo cinco casos de apropiación de bebés – de los 500 que fueron en todo el país - se presume que fueron muchos más. El hallazgo de los cuerpos de las víctimas y la restitución de la identidad a los niños arrebatados a sus familias de origen constituyen las piezas fundamentales del marco de reparación histórica que en el presente el Estado argentino realiza sobre los mayores hechos de violencia sufridos en el país en el pasado reciente.
En este sentido, es necesario recordar que a partir de la decisión del ex presidente Néstor Kirchner de dar fin a la amnistía y a las leyes del punto final y la obediencia debida -  establecidas durante los ´80 y reafirmadas en los ´90  - , y a su voluntad política de promover los juicios a los genocidas, esta parte de la historia encuentra a cientos de represores sentados en el banquillo de los acusados en los tribunales de todo el país. El silencio que cada uno de ellos emana desde ese lugar, cuando no la reivindicación o justificación de las responsabilidades del pasado más oscuro que les recaen, refleja el esfuerzo volcado en tantos años de lucha por la verdad y la justicia de parte de los organismos de derecho humanos.
Si bien ninguno de los obstáculos impuestos durante largos años para borrar las huellas de la verdad – por ejemplo las llamadas “leyes del perdón” anteriormente citadas y el silencio propagado entre los cómplices y responsables del terror -, cohibieron el avance de la justicia, puede asegurarse que lo dilataron. “No es que estemos lejos de la verdad, ya la hemos alcanzando. Pero ese ha sido un proceso muy lento que se viene desplegando desde hace 36 años. El hecho de que los genocidas hablen hoy sólo serviría para acelerar los tiempos”, explicó al respecto Horacio y agregó: “Muchas abuelas se mueren sin encontrar a sus nietos luego de una vida de búsqueda. Muy pocos familiares y amigos han podido realizar el duelo necesario para calmar tanto dolor”.
Por su parte, Mariano Tripiana,  referente de Hijos San Rafael, entiende que el ocultamiento de información de los represores “es una forma más de la tortura que se acostumbraron a ejercer”.  Para el joven -hijo del militante peronista Francisco Tripiana, quien fuera secuestrado y desaparecido en 1978– los responsables de los crímenes cometidos contra la humanidad “están dispuestos a seguir haciendo daño. Pero como están encerrados por la llegada de la justicia se las rebuscan y encuentran el silencio como método de torturapsicológica sobre los familiares y compañeros que necesitan enterrar a sus seres queridos, y ni hablar de la necesidad de encontrar ese nieto, sobrino, hermano que les robaron”.
En la misma sintonía que Tripiana, Horacio opinó que “aunque los genocidas se terminen yendo al penal con su sentencia, pero también con toda la verdad y a esta altura ya no van a hablar”. De todas maneras, los dos jóvenes coincidieron en que no es necesario esperar las confesiones genocidas: “aunque el camino se ha hecho muy largo se ha avanzado sobre lo que parecía imposible, en eso tenemos que pensar. Nuestra lucha es por la memoria, la verdad y la justicia, y no por el odio y el rencor como es la suya”, agregó el joven sanrafaelino.
“Con todos los pactos de silencio en contra o no tenemos el deber de seguir la lucha por los más de 300 hermanos que nos faltan encontrar, por los núcleos de impunidad en la complicidad cívica y eclesiástica que resta romper, por los genocidas que permanecen prófugos, por los centros clandestinos que faltan señalizar”, enfatizó.
En el mismo sentido Pietragalla concluyó: “Aunque nos sigan lastimando con su sigilo, no vamos a concentrar nuestras fuerzas en lo que ellos no dicen. Debemos ratificar a cada paso la continuidad de este proceso democrático de verdad, memoria y justicia que tanto dolor le costó a nuestros padres y a nuestras abuelas”. 
Aún con todo el viento en contra, la marcha contra la impunidad está garantizada. Lejos de proponérselo, el silencio genocida ha otorgado fuerzas que pesan casi cuatro décadas de lucha y que ya no podrán detenerse ni dar un paso atrás.
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UN EX DESAPARECIDO, ARTURO SANTANA, FILMO EN ESE CENTRO COMERCIAL Y DIJO RECONOCERLO COMO EL LUGAR DE TORMENTO

“Las Galerías Pacífico, centro de torturas”

Santana es portugués, después de padecer secuestro y torturas durante la dictadura se fue del país. De casualidad, filmando en Galerías Pacífico reconoció el piso. Pide que la Justicia investigue qué pasó allí y que se coloque una placa.
Arturo Santana declaró en la causa que investiga la represión ilegal en el Primer Cuerpo de Ejército.

Por Gustavo Veiga
Arturo Santana es un profesional de la televisión. Su especialidad, la dirección de fotografía, que también le permitió incursionar en el cine. En 1987 trabajaba como operador de VTR en Ciudad de pobres corazones, sobre el álbum de Fito Páez y dirigida por Fernando Spiner, cuando por azar se topó con el mismo sitio donde había estado detenido-desaparecido durante la última dictadura. “Tuve la certeza de que estaba en las Galerías Pacífico porque empecé a mirar el suelo y me empecé a sentir mal, a descomponer y no entendía por qué. Me senté, puse las manos sobre mi cabeza y volví a 1976, al momento en que me secuestraron. Me entraron por la calle San Martín con una capucha y con las manos atadas atrás”, cuenta. Como en un caleidoscopio, las imágenes de ese pasado trágico invaden las retinas de este portugués de 63 años. Hoy está de nuevo en la Argentina para contarlo.
Militaba en Montoneros cuando, con un ardid, un grupo de tareas que lo seguía de cerca lo sorprendió a la salida de la Casa Cuna. Había ido a visitar a su hija Magalí, nacida el mismo día del golpe de Estado. Le habían dicho que se iba a morir, pero no era cierto. A la salida del hospital, la patota lo detuvo, le rompió dos dientes y se lo llevó en un Ford Falcon. Cuando declaró en la Justicia el 22 de febrero pasado, describió: “De ahí me llevan a lo que yo llamo Galerías Pacífico, pero en ese momento no tenía ni idea de dónde estaba”. Lo confirmaría once años más tarde durante el rodaje del documental musical. El principal indicio fue “un piso muy especial, no recuerdo si era de mármol o baldosas...” que podría reconocer, aunque años después comprobó que no estaba más.
El 23 de abril, Santana se presentó como querellante en la megacausa del Primer Cuerpo de Ejército con el objetivo de que el juez federal Daniel Rafecas investigue los datos que aportó en su denuncia. Su declaración testimonial es la primera sobre las Galerías Pacífico. Pasaron 25 años desde el ’87, pero el portugués vivió una parte considerable en el exterior y confiesa que “seguía con miedo, con temores. Quería sacarme esto de la cabeza, porque no es fácil de sobrellevar”.
La historia del shopping que tuvo un centro clandestino de detención en su subsuelo (ver aparte) es también la historia de su cúpula con murales de Berni, Spilimbergo y Castagnino, entre otros; la del Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico, que le dio nombre al centro comercial porque allí funcionaron sus oficinas, y la de un negociado durante el gobierno menemista con la adjudicación en tiempo record de sus instalaciones a capitales privados. Hasta fines de 1989 el dueño era Ferrocarriles Argentinos. Ese mismo año al lugar lo declararon Monumento Histórico Nacional.
A Campo de Mayo
Santana pasó cuatro o cinco días en el segundo subsuelo de Galerías Pacífico en el ’76. Regresó once años después, también ahora y debe haber regresado infinidad de veces en sus pesadillas. “No recuerdo a nadie con quien haya compartido la celda. Sólo recuerdo que había un gallego, un italiano y que todos habían venido a Argentina a la misma edad que yo, alrededor de los 13 años. También había una persona con acento cordobés que era físico...”, declaró en sede judicial.
Su perfecto castellano lo matiza con algún vocablo portugués, como cuando describe las “grades” (rejas) que encontró mientras filmaba. “No tiene una explicación razonable, pero yo sé que empecé a bajar las escaleras y me encontré con el segundo subsuelo donde estaban las celdas, las grades y los nombres nuestros con consignas escritas con las uñas. No había otra forma de escribir porque te sacaban todo.”
Trasladado a Campo de Mayo, su cautiverio se prolongó hasta fines de agosto de 1976 junto a otros extranjeros. “Nos sacaban día por medio para llevarnos a torturar. Era una especie de carpa militar. Nos torturaban con picanas, me cortaron las venas y después las ponían debajo de una canilla de agua para que la sangre corra. Te cosían y te volvían a cortar. También había simulacros de fusilamiento colectivos...”, declaró en el juzgado. En la entrevista con Página/12 se extendió en detalles sobre el lugar de detención: “Un galpón que era para extranjeros. Una especie de hangar chiquito que lo tenían al final de una pista”.
Gracias a las gestiones de distintos gobiernos europeos –y en su caso, del cónsul portugués en Buenos Aires, Antonio Pereira Do Santos–, Santana y sus compañeros de detención pudieron abandonar el país. Lo dejaron en una plaza de Barrio Norte, cerca de varias embajadas, con una ficha para hablar por teléfono y una amenaza inequívoca: “Si no te vas del país en 24 horas sos boleta”. Un avión de Varig lo dejó en Portugal, aunque en 1979 regresó, como lo haría varias veces más. Ahora, en la última, comenta: “Quisiera como reparación que se colocara una placa en las Galerías Pacífico que diga: acá hubo un centro clandestino de detención donde se hizo desaparecer y matar a personas. Porque nosotros, de vez en cuando, escuchábamos tiros. Y hasta donde pude saber, ahí había un polígono de tiro”.
Santana, desencantado con la transformación que tuvo el sitio donde estuvo detenido, señala que “es un lugar por donde pasaron muchos compañeros que ya no están con nosotros. Ubicado en el centro de la Capital, es un edificio emblemático y donde la gente se pasea graciosamente, come, bebe y se ríe, o sea, disfruta del paraíso del consumo cuando ahí abajo hubo un infierno”.

De la policía al shopping

Hay una línea de continuidad, una cierta lógica que indica por qué funcionó un centro clandestino de detención en los subsuelos de las aristocráticas Galerías Pacífico. En la manzana delimitada por la avenida Córdoba y las calles Florida, Viamonte y San Martín, donde el 18 de mayo de 1992 abrió el conocido shopping, operaba desde 1973 la Superintendencia de la Policía Ferroviaria y también Coordinación Federal. En la querella que presentó Pablo Llonto, el abogado de Arturo Santana, se le pide a la Justicia que libre oficio a la Policía Federal para que responda si en el ’76 operó desde ese señorial edificio una delegación, comisaría o dependencia de esa fuerza.
El escrito solicita que “asimismo se informe si en dicho lugar funcionó un polígono de tiro y/o dependencias de la llamada Policía Ferroviaria o Superintendencia de Seguridad Ferroviaria”. Cuando era fiscal de la Cámara Federal, Luis Moreno Ocampo señaló que entre 1977 y 1981 había funcionado allí un centro clandestino de detención perteneciente al circuito ABO (Atlético-Banco-Olimpo), bajo la tutela del genocida Guillermo Suárez Mason, por entonces jefe del Primer Cuerpo del Ejército.

Solidaridades que ayudaron

La solidaridad de Arturo Santana con algunos militares portugueses que participaron de la Revolución de los Claveles en su país el 25 de abril de 1974 sería devuelta con gratitud dos años después, cuando lo secuestraron en la Argentina. El capitán Armando Queirós de Lima fue uno de esos oficiales que tumbó a la dictadura más larga de Europa, encabezada por Antonio Salazar hasta su muerte, y por Marcelo Caetano, su sucesor. Santana había sido anfitrión en Buenos Aires de varios militares, como el general Costa Gómez y el almirante Rosa Cotino, más el dirigente socialista Juan Rainho. También trabó amistad con el cónsul Antonio Pereira Do Santos y algunos protagonistas de aquella revolución que se movieron en su país para conseguir su liberación en 1976. “La amistad que tuve con ellos me terminó ayudando más tarde para que me salven”, explicó.

Fuente: pagina 12, martes

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