sábado, 15 de marzo de 2014

Juicio La Cacha: la culpa y la solidaridad, dos caras del horror






15.03.2014 | dramático relato de testigos en el juicio oral
La Cacha: la culpa y la solidaridad, dos caras del horror

La solidaridad de los militantes ante el horror del centro clandestino y la culpa y el terror de los sobrevivientes surgieron nuevamente en la decimotercera audiencia del juicio por los crímenes de La Cacha, cuando dos testigos, la esposa y el hermano del militante de la Juventud Peronista (JP) desaparecido, Julio Beltaco, recordaron su secuestro ante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº 1 de La Plata, que juzga a 21 policías, militares, penitenciarios y civiles.



Por: 
Pablo Roesler
  Ambos fueron secuestrados en el centro clandestino y el hombre recordó que tenía 16 años cuando bajo tortura lo obligaron a revelar la dirección de su hermano: "Llevo una mochila muy grande", dijo. La mujer recordó haber visto a los padres del defensor oficial de Menores de La Plata e hijo de desaparecidos Julián Axat, y aseguró que durante su encierro la sostuvieron moralmente: "Les debo todo", aseguró. 
Sergio Beltaco tenía 16 años cuando una patota lo secuestró en su casa de Ringuelet, en abril de 1977. Buscaban a su hermano y él era el único que sabía dónde vivía. El sobreviviente recordó que fue brutalmente golpeado y que simularon fusilarlo. Por eso dio una dirección falsa. La tortura posterior fue peor. Y ya no aguantó. "Les dije la dirección y hasta el día de hoy lo estoy pagando. Llevo una mochila muy grande...", dijo y el llanto cerró su garganta. Con ese dato, los represores lo llevaron a la casa de su hermano Julio, lo bajaron del auto con un gran operativo. "Estaba encapuchado y escuché que por altoparlante gritaron: 'los habitantes de la casa salgan con las manos en alto. Y fijate hijo de puta que tenemos a tu hermano'", recordó. 
Beltaco fue llevado luego a La Cacha de donde lo liberaron tras un interrogatorio con torturas. Pero una semana después los represores volvieron buscando a su hermano. "Eran militares. Y cuando nos creyeron que ya estaba detenido se fueron, y advertimos que los tipos en realidad habían ido a robar: faltaba la indemnización que mi viejo había cobrado en YPF y alhajas de mi madre", contó.
Elsa Luján Luna de Beltaco era la esposa de un militante cuando la secuestraron. Buscaban a su marido, porque ella no tenía participación política. Pasó 38 días en La Cacha, separada de su bebé de tres meses. "Nos secuestraron de madrugada. Mi marido militaba en la JP. Nos separaron en habitaciones diferentes y a él lo interrogaron más fuerte. Yo pedía por mi bebé que lloraba, pero no me lo dieron. Perdí contacto con mi bebé. Nos metieron juntos en el baúl de un auto y Julio me pidió disculpas por haberme puesto en esa situación", recordó. 
La testigo recordó a los jueces que permaneció en el sótano de lo que después supo que era La Cacha y aseguró que sobrevivió gracias al apoyo y la solidaridad que recibió de otros cautivos. "Las dos personas que estuvieron conmigo eran Rodolfo Axat, que le decían Simón, y su esposa Ana María Della Croce. Estaban de antes, juntos. Siempre daban ánimos a los demás para que estuviéramos mejor y siempre me hablaban de su hijito Julián, que tenía ocho meses", contó. 
"Los Axat me inspiraban tranquilidad, hablaban con cierta alegría del futuro y me ayudaron. Yo les debo todo y lamento no haber conocido a su hijo", contó. Y completó: "Muchas veces pensé que me iba a morir, que me iban a venir a buscar para torturarme… yo no estaba preparada, no tenía militancia. Pensé que no iba a salir nunca de ahí. Pero mi encuentro con el matrimonio Axat cambió mi vida en ese lugar."  Más de un mes después Luna pudo reencontrarse con su hijo. Y ayer conoció a Julián, hijo de los desaparecidos Axat y Della Croce. 

Fuente: Tiempo Argentino


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Una testigo crucial
La Cacha: "Tenía miedo de lo que me podía pasar si reconocía esas caras"

Patricia Pérez Catán declaró  en el juicio por los delitos cometidos en La Cacha, donde estuvo secuestrada y pasó momentos destabicada. Pudo identificar a más de un represor.
Por: Laureano Barrera

Patricia Pérez Catán subió al estrado y lo primero que escuchó fue una disculpa.
-Le pedimos disculpas por la demora- se excusó el juez Carlos Rozanski.
-Esperé 38 años. Unas horas más no me hacen nada- respondió Patricia.
Con esas palabras pronunciadas en el segundo turno de la audiencia del juicio por los crímenes del centro clandestino La Cacha, Pérez Catán sentó los cimientos de un testimonio firme, digno, humilde y muy preciso. Antes el Tribunal Oral Federal Nro. 1 había escuchado a Horacio Molino, exintegrante de la comisión directiva de la mutual del Banco Provincia. El testigo recordó a los compañeros que conoció en sus cinco meses de cautiverio. Le siguió Raúl Elizalde, otro sobreviviente. El relato de Pérez Catán –varias declaraciones en distintos juzgados a lo largo de décadas- se considera crucial: pasó varios meses en La Cacha, a veces destabicada, recuerda muchísimos compañeros y puede identificar a más de un represor.

Juan José Losino, el abogado del agente de inteligencia Claudio Grande, lo sabía. A lo largo de la instrucción, Pérez Catán había identificado dos veces a su defendido en un cuaderno de sospechosos. La primera fue en 2009, antes de que lo detuvieran, cuando dijo “Salvo por el pelo, parece Pablo”. La segunda fue en 2010, cuando su pupilo ya estaba procesado. Esa mañana, según consta en el expediente, Losino aportó fotos actuales de Grande. Ese día, a las 13 el abogado se retiró. A las 13:35, media hora después, el juez de instrucción Manuel Blanco celebró una nueva ronda de reconocimiento con esas imágenes. Patricia volvió a señalarlo. Losino pidió que el reconocimiento se anulara porque no había sido notificado.
Los jueces Rozanski y Pablo Jantus no dieron lugar: esa nulidad ya había sido pedida en 2012 y tanto el juez como la Cámara la habían rechazado alegando que era una prueba reproducible en el debate oral. Según su interpretación, el tribunal no tenía ahora competencia sobre esa prueba (Pablo Vega votó en disidencia). El momento para evaluar el pedido de Losino sobre la validez de la prueba, dijeron en el voto mayoritario, era el veredicto. Y resolvieron que la testigo haría un nuevo reconocimiento fotográfico siempre y cuando estuviera de acuerdo.

De Mar del Plata a La Cacha
Patricia tiene 59 años, el cuerpo todavía joven, el pelo ondulado al cuello y la cara surcada de arrugas sumisas. Ahora es una médica geriatra reconocida de Mar del Plata, pero la noche aquella en que empezó el espanto era una universitaria con 27 años menos, militaba de la Juventud Universitaria Peronista (Jup) de La Plata y cursaba el último año de Medicina. El 31 de enero de 1977, a las once de la noche, una patota de civiles con medias en la cabeza y armas largas destrozó la puerta de su departamento en Mar del Plata. Lo pusieron todo patas para arriba: rompieron, desparramaron, cargaron las alhajas y el dinero. En una habitación bajo llave encerraron a su sobrina de dos años -sus padres Luis Pérez Catán y María Victorina Flores estaban presos hacía un semestre- y a un matrimonio de amigos.A ella y a su hermano Jorge Enrique los vendaron, los esposaron, y los metieron en baúles diferentes rumbo al martirio.
Todavía era de noche cuando los entraron a "la cueva", un subsuelo hediondo bajo el radar abandonado de la Base Aérea de Mar del Plata. “Nos torturaron salvajemente: golpes y corriente eléctrica durante varios días. Yo tuve un paro y cuando volví en sí me estaban reanimando”, relató con crudeza. Al poco tiempo se cortó las venas con una botellita de vidrio que encontró en el baño. “Tuve una hemorragia importante, estaba muy débil, me desmayé en la celda y me desperté en una enfermería donde los médicos tenían uniforme militar”.
Vivió durante días en un limbo de seminconsciencia. En los ratos de lucidez, escuchaba los gritos de otros cautivos, entre los que distinguía a su hermano. “Ya no me torturaron más; porque si lo seguían haciendo me moría”, recordó ante los jueces. Un día, un guardia vino a decirle que se iba. La dejaron acercarse un instante a Jorge, que sería el último, pero no pudo verlo. “Me llevaron encapuchada con él. Pudimos tomarnos las manos, y de alguna manera, despedirnos”, dijo Patricia una de las dos veces que contuvo el llanto.
De ahí la trasladaron a La Cacha. Llegó de noche y la recibieron colgándola de pies y manos de un gancho de la pared. A la mañana siguiente la bajaron. Uno o dos días después la llevaron a otro lugar donde la recibió un tipo. Le decían El Francés.
-Yo soy el Francés. Acá hay compañeros tuyos que van a hablar con vos.
Patricia identificó ayer a “Mariel” –Lucrecia Mainer- y a Domingo “Mono” Moncalvillo, pero en otras declaraciones había mencionado también a Pablo Mainer, Pecos. Estos jóvenes integraban lo que se conoce como “el grupo de los 7”, jóvenes que amenazados y con la promesa de ser liberados, prestaron alguna colaboración a los torturadores. Fueron engañados: los siete están desaparecidos. Ellos le sugirieron cooperar.
El Francés era uno de los hombres de inteligencia con mayor rango. “Parecía el capo de todo”, dijo Patricia. “Tenía una voz de teleteatro. Gruesa. Y yo que soy médica hace años diría también que era una voz de fumador”. El Francés trabajaba en el Destacamento 101, y había sido entrenado como espía con excelentes calificaciones. Le gustaba la música clásica. El juez de instrucción porteño Daniel Rafecas lo investigó y comenzará a ser juzgado –además- como uno de los jefes de El Vesubio. Patricia volvería a verlo y oírlo al volver a La Cacha.
En los cuatro meses que permaneció ahí, comprendió algo de la lógica del infierno: como estaba por recibirse de médica, la destinaban a la atención primaria de los secuestrados, a llevar remedios o un suplemento de leche para embarazadas –vio varias-, y hasta cronometró las contracciones de María Rosa Tolosa, “Machocha”, con un reloj que le sacaron a un guardia. Después de que nacieron los mellizos –lo supo por el guardia Pablo- nunca más volvió a verla. Una noche la sacaron para aplicarle un calmante a un hombre alto, que estaba boca abajo, desnudo, en uno de sus muslos. Tenía a su lado una latita, “orina y sangre”.
Durante unos días la llevaron a otro lugar que no reconoció. Cuando volvió, La Cacha estaba refaccionada. La pusieron en el sótano, no en las cuevas de la primera planta. Allí el Francés la interrogó dos o tres veces más sobre el “Colorado”, y una compañera de la facultad. “Todo el trabajo de averiguaciones lo hicieron en Mar del Plata”, dijo.
Un día la llevó afuera de La Cacha, a una casilla rodante. La interrogó:
-¿Estás dispuesta a salir a identificar algunas personas por la calle?
Los verdugos le decían “lanchar”: señalar militantes por la calle. Pero nunca lo hicieron.
La hora del reconocimiento
"¿Está preparada para que le mostremos fotos y reconozca represores?", le preguntó ayer en la audiencia el fiscal Hernán Schapiro. Patricia Pérez Catán no titubeó. Losino se anticipó con una pregunta incómoda: desde su primera declaración, en el juicio por la Verdad, había aumentado sus señalamientos a represores. "¿Eso se debe a un ejercicio de memoria, a investigaciones propias, a charlas con otros testigos?".
Rozanski reprendió al abogado. “Es reconvenir al testigo”, le dijo. Pero la testigo lo interrumpió.
-Quiero contestar. ¿Tengo derecho a contestar?- dijo.
El presidente se lo concedió.
-Es muy sencillo: yo regresé en el año 95 después de un largo y doloroso exilio –dijo llorando-. Si algunos no pueden entender eso, allá ellos. Fue una decisión muy discutida con mi marido. Lo realizamos. En el ’98 fue mi primera declaración: miedo. ¿Sabe lo que es eso? Miedo a lo que me podía llegar a pasar si reconocía alguna cara o alguna persona. Esa es mi respuesta.
Flotaron nuevos aplausos en la sala. Fue lo último antes de pasar a una sala contigua, con jueces, querellas y abogados defensores, donde se enfrentaría por tercera vez a las fotos de sus torturadores. Pasó media hora. El Tribunal no informó nada. Infojus Noticias supo que fueron positivos.




La agencia de noticias de DH se edita desde 2007. Marcho con tu rostro y llevo en mi memoria tu proyecto politico

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