lunes, 28 de septiembre de 2015

Necedad y estupidez. por Elena Corvalan


Necedad y estupidez
 
La estupidez insiste siempre, advierte Albert Camus en La Peste. Lo comprobamos una y otra vez. La semana pasada tuvimos en Salta la visita de Alfredo D’Angelo, el escriba de gente tan insistente como Cecilia Pando, la misma que considera “presos políticos” a los criminales que asolaron al país en la década del 70, en lo que ellos llamaron Proceso de Reorganización Nacional.
Es un golpe a la razón escuchar o leer a Pando, D’Angelo y compañía, incluidos tantos que aprovechan el anonimato de Internet para expectorar su odio. Dos palabras bastan para describirlos: necedad y estupidez.
Necio es aquel, o aquella, que no sabe lo que pudo o debió saber; es también el que es imprudente o falto (o falta) de razón y es terco (terca) y porfiado (porfiada), en lo que hace o dice. Es una descripción bastante certera de lo que hacen y dicen los que rodean a Pando, incluidos los que se tomaron el trabajo de presentar en Salta el libro de D’Angelo bajo el falso tamiz de un debate serio y respetuoso sobre los acontecimientos de la década del 70.
Nada más falso, porque desde el momento en que quienes detentaban la suma del poder público eligieron la ilegalidad, la mentira, el falseamiento, el robo consuetudinario, la tortura, los vejámenes, las muertes escondidas, anularon toda posibilidad de debate. Sobre el cuerpo destrozado no se puede debatir sobre si era bueno o malo, si era delincuente o buen vecino. Porque esos actos perpetrados por los criminales de la dictadura fueron, son, definitivos. Pero estas verdades no entran en ciertas cabezas, ni hablar de los corazones.
Ya lo dice el diccionario: estupidez es “torpeza notable en comprender las cosas”.
Pero también, y eso es lo más doloroso, tanto la necedad como la estupidez son expresiones de la maldad, en cuanto lo malo es lo dañoso o nocivo para la salud, o lo opuesto a la razón o la ley. Ya lo decía Cicerón: “La necedad es la madre de todos los males”. De la estupidez se puede decir otro tanto.
Como, muy a pesar de los deseos de los necios y estúpidos, se sabe lo que pasó, es bueno que la historia los refute. Lo que sigue son expresiones de los resultados de la necedad y la estupidez, de la maldad. Expresiones que deberían ser incontrastables pero que, sin embargo, los necios (las necias) y estúpidos (estúpidas) insisten en contrastar con cuestiones tan tontas como preguntar cuántas fueron las víctimas del terrorismo estatal, como si no bastara un muerto para convertir a alguien en asesino, como si no bastara un torturado para convertir a su torturador en un verdugo, como si no bastara una persona violada para convertir al autor en violador.
 
“Parece ser que él (Luciano Jaime) quiso escapar y lo mataron. Le pusieron una bomba en el pecho”. Estaba tan destrozado que un conocido de la familia, Juan Carlos Ríos, que era bombero y fue con la patrulla que iba a levantarlo, se descompuso y tuvo que ser traído a la ciudad en una ambulancia. Le llevó una semana reponerse de la impresión. “Yo sé que la Policía lo mató”. Del relato de Irma Rosa Chica, viuda de Luciano Jaime, secuestrado el 12 de febrero de 1975.
 
“Él (Eduardo Del Valle) cobraba dos sueldos en la época del Proceso: de la Dirección de Tránsito (de Metán) y de la Policía”. Del testimonio de Miguel Adolfo Morales, quien en 1984, como secretario de Gobierno de Metán, instruyó un sumario contra Del Valle, al que se lo investigó “por todas las irregularidades que él hizo en el Proceso”. Expte. N° 788/07.
 
La casa de la familia Bustos, en Metán, fue allanada dos días después de la desaparición de Mario Monasterio. El policía Mario Coronel encabezaba la patota: “Gritaba ‘dónde está Mario, dónde están las armas’”, patearon todo, “dieron vuelta todo, destrozaron todo en mi casa” y hasta levantaron el colchón de la abuela paterna, que estaba enferma. Del relato de Teresa Bustos. Causa Metán. 
 
En abril de 1981 Eduardo Del Valle la hizo llevar a su oficina: le ofreció llevarla a una “fiesta de militares” en Salta Capital, le propuso que hiciera “favores sexuales, total vos, agua y jabón y listo”. Teresa se negó y él le dijo que su hermano, José Bustos, “lo iba a pagar”. En mayo su hermano fue detenido, su negocio fue allanado (“dieron vuelta todo, se llevaron plata, pagarés, cheques”) y también fue allanada la casa familiar. Del testimonio de Teresa Bustos, juicio Causa Metán.
 
“Así fue la vida de mi familia, de puro terror. Mi mamá se arrodillaba, ella tenía unos santitos, siempre fue muy religiosa, prendía unas velas y rezaba para que a nosotros no nos pasara nada, que no desapareciéramos como los chicos”. En su casa, que quedaba retirada, se paralizaban los corazones cuando pasaba un vehículo “porque sabíamos que en cualquier momento iban a patear la puerta”. Del testimonio de Teresa Bustos, juicio Causa Metán.
 
En Metán vivieron una etapa de terror “por todos los abusos que hacía esta gente de noche, los allanamientos, las golpeadas, todo”. Poco antes de su secuestro definitivo, Tuqui Velázquez fue detenido por Del Valle, Perelló, Soraire y otro policía, posiblemente Máximo García, lo llevaron al costado de un río y lo golpearon exigiéndole que contara “quiénes eran los zurdos” del pueblo. Del testimonio de Luis Paz, juicio Causa Metán.
 
El día del secuestro de Tuqui Velázquez la casa de Paz fue allanada por un grupo armado que integraban también Del Valle, Soraire, Perelló  y un tal Millán, revolvieron todas sus cosas, los golpearon e insultaron y se llevaron “del cabello” a su madre, Severina Pérez. “Del Valle me la llevó, la llevaron presa. La han maltratado verbalmente, la han golpeado” de tal manera que aún hoy, a sus 84 años, le teme a los policías. Del testimonio de Luis Paz, juicio Causa Metán.
 
“Me empezaron a pegar, vi mis valijas (…) tiradas ahí con todas las cosas rotas, fotos, todo lo que traía para mostrar a mi familia de mi cumpleaños, estaba todo tirado, y me golpeaban, y me decían que con quien venía. Y este señor me agarró de los pelos y me metieron en una oficina, ahí me pegaban, y me decían que diga quien más venía conmigo, quién me estaba esperando, no… no conocía a nadie, no conocía a nadie, le decía”. Del testimonio de ERG, ex detenida de identidad protegida que fue secuestrada en diciembre de 1976, a la edad de 15 años y fue reiteradamente violada y esclavizada hasta que fue vendida a un finquero. Causa Metán.
 
“Llegó un grupo de personas. Yo los vi cuando entraban por la fuerza a la casa, rompieron la puerta. Estaban encapuchados. Nos levantamos y nos llevaron a la galería, a cada uno nos apuntaban con armas. Después nos separaron. Me preguntaban el nombre a cada rato”. Del relato de Nimia Colqui. Juicio Expediente 3764/12.
 
“Yo vi que sacaron gente de la caballeriza y se la llevaron y nunca más supimos” qué pasó con ellos. “Fue familiares a preguntar, pero la guardia tenía la orden de no contestar. Teníamos que permanecer ciegos, sordos y mudos”. Del testimonio del ex conscripto Juan Carlos Herrero. Juicio Expediente 3764/12.
 
Fernández Nouel solo tiene retazos de recuerdos: los restos de la celebración de los asesinos, la cara de un muerto puesta frente a su rostro, ella misma contra una pared y sus captores disparando a su alrededor exigiéndole que identificara a los muertos. Del testimonio de Alicia Fernández Nouel, juicio Expediente 3764/12.
 
“Luego del golpe de estado (1976) se le prohibieron todas las visitas, salidas a recreos, lectura de diarios, libros o revistas y progresivamente se los aisló de a uno por celda, llegando al extremo que se les impedía hablar a viva voz, razón por la cual utilizaban el sistema de los sordomudos, o sea hablaban con la manos. Que al darse cuente de este hecho, (los carceleros) decidieron tapar con madera terciada, los ventanucos rectangulares con barrotes, por donde se venía entre los internos.” Del testimonio del ex detenido Vicente Enrique Spuches, Juicio de la Verdad, mayo de 2001.
 
“En la dependencia de la Policía federal, (…) el oficial (Juan Carlos) Alzugaray participaba de las sesiones de torturas a la que fue sometido y solía acompañar al jefe de la repartición el entonces comisario (Federico) Livy, quien también participaba de las sesiones de ‘picanas’”. Del testimonio del ex detenido Eduardo Tagliaferro. Juicio de la Verdad, diciembre de 2000.
 
La impresionó Livy “por lo bruto que parecía, y violento”. En cambio, Alzugaray “en mi caso se hacía el seductor, me sentaba en una mesa y me hablaba al oído, me susurraba: que era linda, que no permitiera que me estropearan”. Ese grotesco de seducción no impidió a Alzugaray abusar sexualmente de Julia cuando era sometida a la picana eléctrica, en una cama de hierro, desnuda, con los brazos y piernas atados. Del testimonio de Julia García, Megajuicio Salta, 2012.
 
Estas son apenas muestras del horror de los hechos perpetrados por los criminales que dominaron nuestro país en la década del 70. Si lo que se lee resulta duro, es todavía más horroroso pensar que quienes acometieron estas acciones, y los que los respaldaron, y respaldan, son capaces de pensar, y expresar, sin rubores, que lo suyo es justificable y, aún más, tiene una aureola de heroicidad. Solo una gran dosis de necedad y estupidez (es decir, maldad) puede llevar a realizar tal interpretación.
Elena Corvalán 

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